Magníficos inconfundibles
Viernes 4 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, "Los designios del destino", Abono 3 OSPA, Jean-Efflam Bavouzet (piano), Ari Rasilainen (director). Obras de García Abril, Mozart y Tchaikovsky.
Festividad de Santa Bárbara, patrona de mineros y artilleros en cierto modo conmemorada con este concierto que aunaba obras con sello propio donde no faltó pirotecnia variada y devolvía al podio asturiano al finlandés Ari Rasilainen, con quien la OSPA se nota volcada, gran concertador y esta vez con una segunda parte magnífica.
El turolense Antón García Abril (1933) escribió los Cantos de pleamar (1993) por encargo del CNDM para el IX Festival de Música Contemporánea de Alicante extinto con los tijeretazos, estrenada por la Orquesta Sinfónica de Galicia y dirección de Maximino Zumalave. Hoy nuestra OSPA creo que dejó muy satisfecho al compositor, presente en la sala, atravesando un momento de excelencia en todas sus secciones, esta vez sólo para la cuerda que sigue sonando única, interpretando esta partitura de caracter atonal pero con giros clásicos y acordes reconocibles, de escritura clara explotando el color sin necesidad de buscar técnicas "innecesarias" para expresarse desde el sello inconfundible de un autor que podemos considerar verdadero melodista.
La inspiración marina nos toca de cerca tanto a los asturianos como al director finlandés que llevó la orquestación con verdadero mimo en tímbricas y dinámicas, con ritmos claros y precisos buscando la grandiosidad del cosmos con el mar como reflejo, cuadros de olas otoñales y calma chicha, espuma chispeante como estrellas acuáticas desde la contemplación casi mística que el propio compositor escribe o describe y las notas al programa (enlazadas en los autores al principio) del doctor Alejandro G. Villalibre recogen. Realmente la orquesta tradujo a música las palabras del maestro García Abril: "La plemar poética, colmada de impulsos de plenitud, la pleamar inspirada y litúrgica". Un placer seguir escuchando la música de uno de nuestros compositores vivos abriendo velada, al que Asturias y la OSPA siempre tendrán en su historia musical.
En el Concierto para piano nº 17 en sol mayor, K. 453 (1784) de Mozart pudimos escuchar al francés Jean-Efflam Bavouzet que nos dejó una versión clara, limpia, sin excesos dinámicos, bien concertada por el director finlandés con una formación equilibrada y perfecta para un clasicismo que el solista pareció olvidar en sus cadencias, sorprendentes por darles unas armonías y lenguaje impresionista tal vez buscando actualizar a un Mozart que no lo necesita. Puedo entender que a partir de él los compositores decidiesen escribirlas porque la libertad también debemos respetarla. De las muchas cadencias realizadas por los propios pianistas me quedo con la de Andreas Staier por el escrupuloso estilo en este mismo concierto, o la de Gulda, capaz de aparcar su estilo de jazz y respetar el inconfundible sello mozartiano recreando desde la técnica pero sin perder identidad. Bavouzet apostó por lo difícil, pues tras un Allegro bien llevado en líneas generales, su "fermata" me dejó descolocado, no ya por las modulaciones en las que se adentró sino por la rítmica y armonía totalmente ajenas, impactando técnicamente pero cambiando totalmente el color de un concierto brillante. El Andante discurrió en la misma línea, con una orquesta adecuada, maravillosa madera y una dirección en busca de la mejor concertación, no siempre fácil por el discurso francés, alcanzando otra cadencia algo más "contenida" pero nuevamente sorprendente por desarrollo. Es cuestión de gustos, pero coloquialmente no pegaba ni con cola, tal vez una boutade de inspiración impresionista por los acordes y trinos antes de finalizar el movimiento central mozartiano. El Allegretto fue volver a la raíz, recuerdos operísticos con la sencillez melódica en todas las intervenciones, sonidos cristalinos pulsación diáfana en el piano del francés para un discurrir luminoso, trinos, tiempo ajustado y equilibrio con una orquesta asturiana en estado de gracia dirigida por un finlandés.
Al menos la propina de Reflets dans l'eau (Debussy) mantuvo ese algo que las hace inconfundibles, la plasticidad y armonías tan francesas que esta vez sí mantuvieron identidad acorde con la época y estilo, dejándonos el Bazouvet habitual y esperado, pianista de técnica impresionante con sonoridades casi de la pleamar inicial.
En broma siempre digo que "no hay quinta mala" y es que la Sinfonía nº 5 en mi menor, op. 64 (1888) de Chaikovski es una de las más grandes obras orquestales, con una plantilla reforzada en el número exacto para alcanzar toda la inmensidad de una partitura que conmueve en sus cuatro movimientos, "destino" amargo que finalmente alcanza la luz, llevada de memoria por un Rasilainen que la entendió diáfana sacando de todas las secciones y solistas de la OSPA lo mejor.
Hago referencia al refuerzo necesario porque el poderío de los metales con cinco trompas, dos trompetas, tres trombones y tuba más las tres flautas con el resto de madera a dos exige una cuerda más numerosa, lo que brindó un balance dinámico realmente perfecto para las exigencias de la quinta del ruso. El maestro finlandés arrancó el Andante-Allegro con anima dejando fluir el clarinete aterciopelado de Andreas Weisgerber sin decaer la pulsación antes del fogoso desarrollo siguiente sin excesos para paladear maderas inspiradas y la cuerda asturiana como nunca, buenos balances con los metales poderosos sin tapar protagonismos, incluso los timbales presentes ayudando a la sensación de seguridad global. Difícil encontrar calificativos pero la sensación de sonido compacto y poderoso marcó este primer movimiento lleno de contrastes bien definidos, pizzicati claros, melodías llevadas con decisión sin amaneramientos. El Andante cantabile con alcuna licenza subió el lirismo y buen gusto interpretativo, contrabajos envolviendo una cuerda sedosa ideal para acompañar con esmero el conocido y bellísimo solo de trompa con el alicantino Miguel Ángel Martínez Antolinos pleno de musicalidad y acertado, bien contestado por las demás intervenciones al mismo nivel del solista, verdaderamente "cantable" por un tiempo sereno que permitió emocionarse con este movimiento único donde la melodía triunfa en cada intervención instrumental, todas de altura, calidad y gusto interpretativo. El Vals: Allegro moderato sonó realmente de ballet, acentuaciones adecuadas, tensión en el momento justo, dirección jugosa dejando disfrutar a todas las secciones, recreándose en la cuerda con las pinceladas de madera, equilibrios de secciones para relucir las intervenciones de fagot o flautas, cambios de tempo donde las notas se percibieron limpias en todos los instrumentos. Y qué decir del Finale: Andante maestoso-Allegro vivace, el camino sinuoso de la amargura inicial que alcanza una felicidad impensable en un desarrollo exigente en todos los terrenos musicales con el sello inconfundible del ruso: los cambios de tiempo, la riquísima paleta instrumental, el equilibrio entre las secciones, el ritmo cual motor de alto caballaje, las dinámicas extremas... otra prueba de fuego superada con sobresaliente, las recapitulaciones temáticas en recovecos de riqueza tímbrica y el empuje en ese vertiginoso final, energía pura sin desbocarse, bien encauzada desde una batuta que volvió a triunfar con la OSPA, algo que todos los presentes entendieron aplaudiendo larga y merecidamente, obligando al maestro escandinavo a salir tres veces pese a la duración del concierto. La "temporada plateada" avanza desde lo alto en este inicio de diciembre.
Festividad de Santa Bárbara, patrona de mineros y artilleros en cierto modo conmemorada con este concierto que aunaba obras con sello propio donde no faltó pirotecnia variada y devolvía al podio asturiano al finlandés Ari Rasilainen, con quien la OSPA se nota volcada, gran concertador y esta vez con una segunda parte magnífica.
El turolense Antón García Abril (1933) escribió los Cantos de pleamar (1993) por encargo del CNDM para el IX Festival de Música Contemporánea de Alicante extinto con los tijeretazos, estrenada por la Orquesta Sinfónica de Galicia y dirección de Maximino Zumalave. Hoy nuestra OSPA creo que dejó muy satisfecho al compositor, presente en la sala, atravesando un momento de excelencia en todas sus secciones, esta vez sólo para la cuerda que sigue sonando única, interpretando esta partitura de caracter atonal pero con giros clásicos y acordes reconocibles, de escritura clara explotando el color sin necesidad de buscar técnicas "innecesarias" para expresarse desde el sello inconfundible de un autor que podemos considerar verdadero melodista.
La inspiración marina nos toca de cerca tanto a los asturianos como al director finlandés que llevó la orquestación con verdadero mimo en tímbricas y dinámicas, con ritmos claros y precisos buscando la grandiosidad del cosmos con el mar como reflejo, cuadros de olas otoñales y calma chicha, espuma chispeante como estrellas acuáticas desde la contemplación casi mística que el propio compositor escribe o describe y las notas al programa (enlazadas en los autores al principio) del doctor Alejandro G. Villalibre recogen. Realmente la orquesta tradujo a música las palabras del maestro García Abril: "La plemar poética, colmada de impulsos de plenitud, la pleamar inspirada y litúrgica". Un placer seguir escuchando la música de uno de nuestros compositores vivos abriendo velada, al que Asturias y la OSPA siempre tendrán en su historia musical.
En el Concierto para piano nº 17 en sol mayor, K. 453 (1784) de Mozart pudimos escuchar al francés Jean-Efflam Bavouzet que nos dejó una versión clara, limpia, sin excesos dinámicos, bien concertada por el director finlandés con una formación equilibrada y perfecta para un clasicismo que el solista pareció olvidar en sus cadencias, sorprendentes por darles unas armonías y lenguaje impresionista tal vez buscando actualizar a un Mozart que no lo necesita. Puedo entender que a partir de él los compositores decidiesen escribirlas porque la libertad también debemos respetarla. De las muchas cadencias realizadas por los propios pianistas me quedo con la de Andreas Staier por el escrupuloso estilo en este mismo concierto, o la de Gulda, capaz de aparcar su estilo de jazz y respetar el inconfundible sello mozartiano recreando desde la técnica pero sin perder identidad. Bavouzet apostó por lo difícil, pues tras un Allegro bien llevado en líneas generales, su "fermata" me dejó descolocado, no ya por las modulaciones en las que se adentró sino por la rítmica y armonía totalmente ajenas, impactando técnicamente pero cambiando totalmente el color de un concierto brillante. El Andante discurrió en la misma línea, con una orquesta adecuada, maravillosa madera y una dirección en busca de la mejor concertación, no siempre fácil por el discurso francés, alcanzando otra cadencia algo más "contenida" pero nuevamente sorprendente por desarrollo. Es cuestión de gustos, pero coloquialmente no pegaba ni con cola, tal vez una boutade de inspiración impresionista por los acordes y trinos antes de finalizar el movimiento central mozartiano. El Allegretto fue volver a la raíz, recuerdos operísticos con la sencillez melódica en todas las intervenciones, sonidos cristalinos pulsación diáfana en el piano del francés para un discurrir luminoso, trinos, tiempo ajustado y equilibrio con una orquesta asturiana en estado de gracia dirigida por un finlandés.
Al menos la propina de Reflets dans l'eau (Debussy) mantuvo ese algo que las hace inconfundibles, la plasticidad y armonías tan francesas que esta vez sí mantuvieron identidad acorde con la época y estilo, dejándonos el Bazouvet habitual y esperado, pianista de técnica impresionante con sonoridades casi de la pleamar inicial.
En broma siempre digo que "no hay quinta mala" y es que la Sinfonía nº 5 en mi menor, op. 64 (1888) de Chaikovski es una de las más grandes obras orquestales, con una plantilla reforzada en el número exacto para alcanzar toda la inmensidad de una partitura que conmueve en sus cuatro movimientos, "destino" amargo que finalmente alcanza la luz, llevada de memoria por un Rasilainen que la entendió diáfana sacando de todas las secciones y solistas de la OSPA lo mejor.
Hago referencia al refuerzo necesario porque el poderío de los metales con cinco trompas, dos trompetas, tres trombones y tuba más las tres flautas con el resto de madera a dos exige una cuerda más numerosa, lo que brindó un balance dinámico realmente perfecto para las exigencias de la quinta del ruso. El maestro finlandés arrancó el Andante-Allegro con anima dejando fluir el clarinete aterciopelado de Andreas Weisgerber sin decaer la pulsación antes del fogoso desarrollo siguiente sin excesos para paladear maderas inspiradas y la cuerda asturiana como nunca, buenos balances con los metales poderosos sin tapar protagonismos, incluso los timbales presentes ayudando a la sensación de seguridad global. Difícil encontrar calificativos pero la sensación de sonido compacto y poderoso marcó este primer movimiento lleno de contrastes bien definidos, pizzicati claros, melodías llevadas con decisión sin amaneramientos. El Andante cantabile con alcuna licenza subió el lirismo y buen gusto interpretativo, contrabajos envolviendo una cuerda sedosa ideal para acompañar con esmero el conocido y bellísimo solo de trompa con el alicantino Miguel Ángel Martínez Antolinos pleno de musicalidad y acertado, bien contestado por las demás intervenciones al mismo nivel del solista, verdaderamente "cantable" por un tiempo sereno que permitió emocionarse con este movimiento único donde la melodía triunfa en cada intervención instrumental, todas de altura, calidad y gusto interpretativo. El Vals: Allegro moderato sonó realmente de ballet, acentuaciones adecuadas, tensión en el momento justo, dirección jugosa dejando disfrutar a todas las secciones, recreándose en la cuerda con las pinceladas de madera, equilibrios de secciones para relucir las intervenciones de fagot o flautas, cambios de tempo donde las notas se percibieron limpias en todos los instrumentos. Y qué decir del Finale: Andante maestoso-Allegro vivace, el camino sinuoso de la amargura inicial que alcanza una felicidad impensable en un desarrollo exigente en todos los terrenos musicales con el sello inconfundible del ruso: los cambios de tiempo, la riquísima paleta instrumental, el equilibrio entre las secciones, el ritmo cual motor de alto caballaje, las dinámicas extremas... otra prueba de fuego superada con sobresaliente, las recapitulaciones temáticas en recovecos de riqueza tímbrica y el empuje en ese vertiginoso final, energía pura sin desbocarse, bien encauzada desde una batuta que volvió a triunfar con la OSPA, algo que todos los presentes entendieron aplaudiendo larga y merecidamente, obligando al maestro escandinavo a salir tres veces pese a la duración del concierto. La "temporada plateada" avanza desde lo alto en este inicio de diciembre.
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