Como la noche y el día
Viernes 2 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Abono 3 OSPA, Leticia Moreno (violín), Rossen Milanov (Director). Obras de Mason Bates, Mozart y Dvorak.
Con el título "Tradición y modernidad" y manteniendo la línea de programar estrenos junto a obras señeras del sinfonismo donde no falte un concierto para solista, el patio de butacas del auditorio presentaba un panorama desolador como presagiando cierto descontrol, puede que algo alentado por muchos titulares de la prensa que titulaban cosas como "Música compuesta para instrumentos y tecnología", "La OSPA presenta en Avilés su programa... incorporando a sus filas un ordenador portátil" y demás lindezas que siguen demostrando poca cultura musical unida a un desconocimiento de lo que nos rodea.
Qué dirían hace unos años cuando se usaban magnetófonos, pianos preparados u otros artilugios que acaban convirtiéndose en "cotidiáfonos". Las notas al programa de Eduardo Garcia Salueña (enlazadas en los compositores) aportan la visión de un musicólogo e intérprete que vive y convive con esta forma de entender la música, actual, abierto a la tradición desde nuestros días sin necesidad de etiquetas. Ojalá el público no tuviese tantos prejuicios al escuchar obras de nuestro tiempo, que podrán gustar o no pero son de ahora. Claro que tampoco Schoenberg, Webern, Nono, Stockhaussen, Luis de Pablo, Tomás Marco y tantos otros menos programados siguen sin contar entre las preferencias de público y programadores que siguen apostando sobre seguro para no perder fidelidad. Lo malo es el futuro, a la vuelta de la esquina, que no parece augurar buenos tiempos para el sinfonismo de siempre, y solo las bandas sonoras encuentran un refugio para ello.
Y todo por el estreno en España (jueves en Avilés y este viernes en Oviedo) de la obra de Mason Bates (1977) The Rise of Exotic Computing (para Sinfonietta y ordenador portátil) compuesta en 2013 que el maestro Milanov presentase ya en Oporto el abril pasado con la Orquesta de la Casa da Música. En mi juventud los vinilos se "pinchaban" pero llegados los CDs y los anglicismos a los que no podemos enfrentarnos, quienes ponían música grabada pasaron a llamarse DJ (disc jockey) y los ordenadores han sustituido el soporte físico para convertirse en herramienta compositiva y fuente sonora, algo que no exime del siempre difícil papel de componer. No es solo usar la máquina, pegar patrones y utilizar melodías de otros, que también es habitual en muchos clubes y discotecas actuales. El conocido DJ Bates domina la escritura orquestal a la que suma secuencias pregrabadas, loops o bucles, con percusiones digitalizadas (impresionante escuchar el taiko), efectos y sonoridades electrónicas (amplificadas y marcando un tempo fijo de aproximadamente 120 pulsos por minuto) que se fusionan con una orquesta donde percusión de placas con piano, además de una plantilla muy bien planteada ajustada utilizando el recurso de la repetición, más que el "minimalismo" tejen unos ambientes de lo más nocturnos, como una fiesta discotequera actual de música "chill out" en el auditorio ovetense convertido por momentos en una lounge (literalmente salón pero desde la acepción de "género de música, una variación, principalmente del jazz, que se conoce desde la década de 1950.
Se caracterizaba por presentar ritmos sensuales y desprovistos de una instrumentación recargada"). Así entiende esta obra el norteamericano y su defensor búlgaro al frente de la OSPA (de nuevo con María Ovín de ayudante de concertino) que defendió la composición sin problemas, ritmo e impulso marcado por la máquina mientras los instrumentos (Sinfonietta en cuanto a obra para gran orquesta) tejían esa ambientación sinfónica mientras el percusionista Francisco Revert iba "lanzando" las dosis recetadas para una partitura actual y fácil de escuchar.
Tras la noche debería llegar el amanecer pero pareció traerlo con resaca ya que la vuelta al clasicismo no solo fue un choque brutal sino una verdadera lástima. El Concierto para violín nº 5 en la mayor, K. 219 (Mozart) traía de nuevo a Leticia Moreno (Madrid, 1985) de solista pero no hubo química ni entendimiento con Milanov en ningún momento. El sonido de su Nicolo Gagliano de 1762 tampoco emergió sobre la orquesta (destemplada por momentos incluso en las trompas), solo pudimos paladearlo un poco en las cadencias, por otra parte poco limpias y más sentidas que ejecutadas, y el Adagio central que era imposible "pasarlo de cocción", pero escucharlo era como hablar "idiomas" contrapuestos entre el intimismo de la madrileña y un romanticismo fuera de lugar en la orquesta, sin controlar dinámicas ni siquiera el propio sentido musical de un concierto "de libro", porque al menos el Rondó: Tempo de Minueto tan "turco" de sabor, podría haber sido un manjar y acabó quemado. El malestar de Leticia Moreno era palpable solo mirándola y aún mayor escuchándola, sufrimiento que nos privó de una propina para dejarnos un paladar menos ácido. Esta visto que ni concertar ni el clasicismo son platos fuertes del búlgaro, algo que vengo comentando hace tiempo.
La OSPA siempre ha interpretado a Dvorak de manera ejemplar, y la Sinfonía nº 7 en re menor, op. 70 no fue una excepción, el día pleno tras la noche y la resaca aunque con pocas horas de sol como corresponde a este diciembre frío de gripes varias. Me preocupa de nuevo el gesto poco preciso del titular, sobre todo cuando los brazos comienzan a dibujar círculos cual bailarín sobre el podio, que no aportan nada salvo cierta inseguridad en las distintas entradas o cambios de compás, pero la partitura del checo es tan clara y perfectamente escrita que todo fluye de manera natural, luces y sombras, noche y día, las dinámicas (que sí busca siempre Milanov) demuestran la calidad de una formación madura. Cuatro movimientos que van de menos a más, tensión en una cuerda presente como nunca pese al poderío de los metales, contenidos y de sonoridad aterciopelada optando por el color más que el calor, puesto directamente en el fuego de los pentagramas. Intervenciones como la flauta de Myra Pearse siguen siendo un placer al oído y sigo preguntándome cómo hubiese sido con maestros como el recordado Mr. Griffiths...
Con el título "Tradición y modernidad" y manteniendo la línea de programar estrenos junto a obras señeras del sinfonismo donde no falte un concierto para solista, el patio de butacas del auditorio presentaba un panorama desolador como presagiando cierto descontrol, puede que algo alentado por muchos titulares de la prensa que titulaban cosas como "Música compuesta para instrumentos y tecnología", "La OSPA presenta en Avilés su programa... incorporando a sus filas un ordenador portátil" y demás lindezas que siguen demostrando poca cultura musical unida a un desconocimiento de lo que nos rodea.
Qué dirían hace unos años cuando se usaban magnetófonos, pianos preparados u otros artilugios que acaban convirtiéndose en "cotidiáfonos". Las notas al programa de Eduardo Garcia Salueña (enlazadas en los compositores) aportan la visión de un musicólogo e intérprete que vive y convive con esta forma de entender la música, actual, abierto a la tradición desde nuestros días sin necesidad de etiquetas. Ojalá el público no tuviese tantos prejuicios al escuchar obras de nuestro tiempo, que podrán gustar o no pero son de ahora. Claro que tampoco Schoenberg, Webern, Nono, Stockhaussen, Luis de Pablo, Tomás Marco y tantos otros menos programados siguen sin contar entre las preferencias de público y programadores que siguen apostando sobre seguro para no perder fidelidad. Lo malo es el futuro, a la vuelta de la esquina, que no parece augurar buenos tiempos para el sinfonismo de siempre, y solo las bandas sonoras encuentran un refugio para ello.
Y todo por el estreno en España (jueves en Avilés y este viernes en Oviedo) de la obra de Mason Bates (1977) The Rise of Exotic Computing (para Sinfonietta y ordenador portátil) compuesta en 2013 que el maestro Milanov presentase ya en Oporto el abril pasado con la Orquesta de la Casa da Música. En mi juventud los vinilos se "pinchaban" pero llegados los CDs y los anglicismos a los que no podemos enfrentarnos, quienes ponían música grabada pasaron a llamarse DJ (disc jockey) y los ordenadores han sustituido el soporte físico para convertirse en herramienta compositiva y fuente sonora, algo que no exime del siempre difícil papel de componer. No es solo usar la máquina, pegar patrones y utilizar melodías de otros, que también es habitual en muchos clubes y discotecas actuales. El conocido DJ Bates domina la escritura orquestal a la que suma secuencias pregrabadas, loops o bucles, con percusiones digitalizadas (impresionante escuchar el taiko), efectos y sonoridades electrónicas (amplificadas y marcando un tempo fijo de aproximadamente 120 pulsos por minuto) que se fusionan con una orquesta donde percusión de placas con piano, además de una plantilla muy bien planteada ajustada utilizando el recurso de la repetición, más que el "minimalismo" tejen unos ambientes de lo más nocturnos, como una fiesta discotequera actual de música "chill out" en el auditorio ovetense convertido por momentos en una lounge (literalmente salón pero desde la acepción de "género de música, una variación, principalmente del jazz, que se conoce desde la década de 1950.
Se caracterizaba por presentar ritmos sensuales y desprovistos de una instrumentación recargada"). Así entiende esta obra el norteamericano y su defensor búlgaro al frente de la OSPA (de nuevo con María Ovín de ayudante de concertino) que defendió la composición sin problemas, ritmo e impulso marcado por la máquina mientras los instrumentos (Sinfonietta en cuanto a obra para gran orquesta) tejían esa ambientación sinfónica mientras el percusionista Francisco Revert iba "lanzando" las dosis recetadas para una partitura actual y fácil de escuchar.
Tras la noche debería llegar el amanecer pero pareció traerlo con resaca ya que la vuelta al clasicismo no solo fue un choque brutal sino una verdadera lástima. El Concierto para violín nº 5 en la mayor, K. 219 (Mozart) traía de nuevo a Leticia Moreno (Madrid, 1985) de solista pero no hubo química ni entendimiento con Milanov en ningún momento. El sonido de su Nicolo Gagliano de 1762 tampoco emergió sobre la orquesta (destemplada por momentos incluso en las trompas), solo pudimos paladearlo un poco en las cadencias, por otra parte poco limpias y más sentidas que ejecutadas, y el Adagio central que era imposible "pasarlo de cocción", pero escucharlo era como hablar "idiomas" contrapuestos entre el intimismo de la madrileña y un romanticismo fuera de lugar en la orquesta, sin controlar dinámicas ni siquiera el propio sentido musical de un concierto "de libro", porque al menos el Rondó: Tempo de Minueto tan "turco" de sabor, podría haber sido un manjar y acabó quemado. El malestar de Leticia Moreno era palpable solo mirándola y aún mayor escuchándola, sufrimiento que nos privó de una propina para dejarnos un paladar menos ácido. Esta visto que ni concertar ni el clasicismo son platos fuertes del búlgaro, algo que vengo comentando hace tiempo.
La OSPA siempre ha interpretado a Dvorak de manera ejemplar, y la Sinfonía nº 7 en re menor, op. 70 no fue una excepción, el día pleno tras la noche y la resaca aunque con pocas horas de sol como corresponde a este diciembre frío de gripes varias. Me preocupa de nuevo el gesto poco preciso del titular, sobre todo cuando los brazos comienzan a dibujar círculos cual bailarín sobre el podio, que no aportan nada salvo cierta inseguridad en las distintas entradas o cambios de compás, pero la partitura del checo es tan clara y perfectamente escrita que todo fluye de manera natural, luces y sombras, noche y día, las dinámicas (que sí busca siempre Milanov) demuestran la calidad de una formación madura. Cuatro movimientos que van de menos a más, tensión en una cuerda presente como nunca pese al poderío de los metales, contenidos y de sonoridad aterciopelada optando por el color más que el calor, puesto directamente en el fuego de los pentagramas. Intervenciones como la flauta de Myra Pearse siguen siendo un placer al oído y sigo preguntándome cómo hubiese sido con maestros como el recordado Mr. Griffiths...
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