Música con poso escénico
Sábado 27 de marzo, 20:00 horas. Oviedo: Conciertos del Auditorio. Oviedo Filarmonía, Ilya Gringolts (violín), Giovanni Pacor (director). Obras de Beethoven y Stravinsky.
Para seguir una buena semana, musicalmente hablando, volvimos al auditorio carbayón para un programa realmente goloso pese a la cuaresma, con dos partes totalmente distintas...
La Obertura "Egmont", Op. 84 de Beethoven es una de esas partituras que pueden marcar toda una velada. Con un director ya conocido por la orquesta y amplia experiencia desde el foso, se apostó por una versión reposada, sin concesiones a la galería en cuanto a los tempi, pudiendo paladear cada uno de los temas cual si fuese a levantarse un telón que los desarrollaría vocalmente. Gesto preciso, nada ampuloso y perfecta simbiosis con cada uno de los músicos a sus órdenes lograron una versión muy decorosa aunque algo desequilibrada en los graves, si bien en el haber debemos apuntar tanto la dinámica como la agógica conseguidas.
El plato fuerte sería el Concierto para violín y orquesta en RE M., Op. 61 del sordo genial, con el ruso Ilya Gringolts regalándonos una visión relajada y tensa según momentos, muy bien analizados en las notas al programa de la musicóloga moscona Laura Miranda. Tengo que volver a destacar tanto el conocimiento mutuo entre orquesta y conductor así como la experiencia del mismo en muchos fosos (actualmente director general de la Ópera Nacional de Grecia) pues estuvo siempre atento a los cantabiles del solista cual si de una prima donna se tratase y muy correcto en los "concertantes", con un protagonismo compartido en cuanto a la elección de unos tiempos que permitieron al violinista recrearse en cada una de las cadencias, realmente para paladear por parte de todos. Desde el Allegro ma non troppo inicial se mantuvo esa atmósfera de transición clásico-romántica del concierto, más de lo primero y echando de menos lo segundo en cuanto a "falta de picante" (entendido como más tensión por parte de la cuerda, algo opaca respecto a las demás secciones) pero con claridad de líneas melódicas en todas las partes que no ocultaron el sabor del conjunto. El Larguetto nos dejó probablemente "lo más sabroso" del concierto, con unos rubati siempre ajustados en cada una de las caídas con la orquesta, y sin apenas respiro un Rondó-Allegro cuyo sentido lo marcó siempre el solista perfectamente contestado por el tutti. Realmente un lujo tener solistas así en la capital asturiana, que ponen el listón cada vez más alto para los organizadores. La propina que nos dejó supuso un auténtico despliegue técnico y artístico.
El salto en el tiempo aunque sin perder de vista cierto poso escénico en el programa, lo supuso la Petrushka de Stravinsky, esas "escenas burlescas en cuatro cuadros" que corroboró la calidad de la orquesta local en todos sus músicos, desde la flauta de Ingri Elise Engeland hasta el piano de Sergei Bezrodni (al que recuerdo y admiro desde su época en Los Virtuosos de Moscú) pasando por todos y cada uno de los solistas, incidiendo en la necesidad de "algo más de cuerpo" en la cuerda algo tapada por viento y percusión, aunque sin perder de vista una visión muy "bailable y burlesca" de esta partitura que hizo las delicias de Los Ballets Rusos y las del público de esta tarde que prefirió la música al fútbol o las vacaciones.
Aunque el regusto sea agridulce, hay que reconocer un buen poso tras el menú sabatino con un resultado muy aseado en conjunto de la segunda orquesta asturiana, a la que le falta conseguir un sabor propio, más cercano con su "cocinero jefe" pese a sus propios ingredientes no siempre del agrado de todos.
Para seguir una buena semana, musicalmente hablando, volvimos al auditorio carbayón para un programa realmente goloso pese a la cuaresma, con dos partes totalmente distintas...
La Obertura "Egmont", Op. 84 de Beethoven es una de esas partituras que pueden marcar toda una velada. Con un director ya conocido por la orquesta y amplia experiencia desde el foso, se apostó por una versión reposada, sin concesiones a la galería en cuanto a los tempi, pudiendo paladear cada uno de los temas cual si fuese a levantarse un telón que los desarrollaría vocalmente. Gesto preciso, nada ampuloso y perfecta simbiosis con cada uno de los músicos a sus órdenes lograron una versión muy decorosa aunque algo desequilibrada en los graves, si bien en el haber debemos apuntar tanto la dinámica como la agógica conseguidas.
El plato fuerte sería el Concierto para violín y orquesta en RE M., Op. 61 del sordo genial, con el ruso Ilya Gringolts regalándonos una visión relajada y tensa según momentos, muy bien analizados en las notas al programa de la musicóloga moscona Laura Miranda. Tengo que volver a destacar tanto el conocimiento mutuo entre orquesta y conductor así como la experiencia del mismo en muchos fosos (actualmente director general de la Ópera Nacional de Grecia) pues estuvo siempre atento a los cantabiles del solista cual si de una prima donna se tratase y muy correcto en los "concertantes", con un protagonismo compartido en cuanto a la elección de unos tiempos que permitieron al violinista recrearse en cada una de las cadencias, realmente para paladear por parte de todos. Desde el Allegro ma non troppo inicial se mantuvo esa atmósfera de transición clásico-romántica del concierto, más de lo primero y echando de menos lo segundo en cuanto a "falta de picante" (entendido como más tensión por parte de la cuerda, algo opaca respecto a las demás secciones) pero con claridad de líneas melódicas en todas las partes que no ocultaron el sabor del conjunto. El Larguetto nos dejó probablemente "lo más sabroso" del concierto, con unos rubati siempre ajustados en cada una de las caídas con la orquesta, y sin apenas respiro un Rondó-Allegro cuyo sentido lo marcó siempre el solista perfectamente contestado por el tutti. Realmente un lujo tener solistas así en la capital asturiana, que ponen el listón cada vez más alto para los organizadores. La propina que nos dejó supuso un auténtico despliegue técnico y artístico.
El salto en el tiempo aunque sin perder de vista cierto poso escénico en el programa, lo supuso la Petrushka de Stravinsky, esas "escenas burlescas en cuatro cuadros" que corroboró la calidad de la orquesta local en todos sus músicos, desde la flauta de Ingri Elise Engeland hasta el piano de Sergei Bezrodni (al que recuerdo y admiro desde su época en Los Virtuosos de Moscú) pasando por todos y cada uno de los solistas, incidiendo en la necesidad de "algo más de cuerpo" en la cuerda algo tapada por viento y percusión, aunque sin perder de vista una visión muy "bailable y burlesca" de esta partitura que hizo las delicias de Los Ballets Rusos y las del público de esta tarde que prefirió la música al fútbol o las vacaciones.
Aunque el regusto sea agridulce, hay que reconocer un buen poso tras el menú sabatino con un resultado muy aseado en conjunto de la segunda orquesta asturiana, a la que le falta conseguir un sabor propio, más cercano con su "cocinero jefe" pese a sus propios ingredientes no siempre del agrado de todos.
P.D.: Reseña en LNE del domingo 28.
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