Inolvidable Tercera de Mahler
Sábado 13 de agosto, 20:00 horas. 72 Quincena Músical de San Sebastián (Quincena Musical), Auditorio Kursaal, San Sebastián. Rotterdams Philharmonisch Orkest, Karen Cargill (mezzo), voces femeninas y Orfeoi Txiki del Orfeón Donostiarra (directores José Antonio Sáinz Alfaro e Isabel Mantecón); dirección: Yannick Nézet-Séguin. Mahler: Sinfonía nº 3 en Re menor.
Planificado con tiempo este verano español plagado de festivales musicales y a pesar de los 60€ de la entrada en la fila 6 (pocas localidades fuera de abono quedan nada más ponerse a la venta en mayo), Mahler me gusta tanto que no suele decepcionarme, ya ha llegado su tiempo y es difícil encontrar malas interpretaciones. La de este sábado cuajada de figuras y en plenas fiestas de la capital guipuzcoana quedará en mi recuerdo, eclipsando otra también fuera de casa.
La orquesta holandesa impresiona por su "pegada" sin llegar nunca al paroxismo y con unos pianísimos que cortan la respiración, empastadísima en todas sus secciones y con solistas de categoría. La mezzo escocesa es una especialista en estos repertorios sinfónicos, en especial del bohemio. Las voces blancas del coro local más internacional (mujeres y niños) suponen una garantía de calidad en las obras "corales" de Mahler que ya han cantado varias veces. Por último el director canadiense, que fichó por Philadelphia, de gestualidad por momentos exagerada aunque marcando todo, planteó una versión de "La tercera" realmente emocionante, jugando con unas dinámicas increíbles frente a una formación que conoce y le responde al instante, unos tempi conjugando la tensión y relajación que dominan esta sinfonía, con unos cambios muy bien llevados pese a su complejidad, y sobre todo subrayando esos silencios que nos dejaban sin aliento (aunque maleducados los hay en todas partes, toses y caramelos incuidos), con el final del "Kräftig. Entschieden" que parecía concluyente (hubo de bajarse del podio, beber un trago de agua y continuar) pero sobre todo ese "Empfunden" interminable, eterno, emocionante, angustioso... ¡grandioso!.
Se me pone cuesta arriba resumir más, la primera impresión es la que cuenta y los merecidos aplausos de casi 15 minutos corroboraron el haber escuchado una Tercera que no olvidaré.
A partir de ahora, mis reflexiones desde casa: "El verano hace su entrada" fue el arranque (Kräftig. Entschieden -con Forsa. Deciso) que presentó unas sonoridades muy cuidadas que marcarían el resto de los movimientos a los que el propio Mahler otorgó unos títulos temáticos a esta sinfonía también llamada "Un sueño de una mañana de verano" (Eine Sommermorgentraum) que pese a quitarlos posteriormente siguen sirviendo para describir perfectamente lo que escuchamos en San Sebastián esta tarde de agosto: comenzar con el "himno gigantesco a la gloria de todos los aspectos de la creación" -que recoge en las notas al programa la letrada y crítico musical Montserrat Auzmendi y tomaré prestados en algunos momentos-.
A partir de aquí, todo hablaba un idioma conocido pero desde una visión nueva, sufrimiento y gozo como si de un masoquismo musical se tratase: "Lo que me dicen las flores de la pradera" (Tempo di menuetto. Sehr mäßig) logró gracia y livianidad que resultan de esa despreocupación extraña incluso para el compositor, con una cuerda en perfecto equilibrio con la madera, un metal contenido en su "redondez", unas arpas punzantes y aterciopeladas, la percusión contundente desde la discreción, la despreocupación temporal para un estado de ánimo que iría subiendo y bajando cual montaña rusa bien conducida desde la angustia vital y la claridad de gesto del director canadiense.
"Lo que me dicen los animales del bosque" (Comodo. Scherzando. Ohne Hast) supuso más que el recuerdo de la banda militar en la infancia de Iglau y escuchada posteriormente en Praga... todo un muestrario de sonoridades exigidas desde el podio con vehemencia y claridad prístina, claros y oscuros de un romanticismo casi cinematográfico con ese crescendo final que pone los pelos de punta y contiene las respiraciones, metales excepcionales cual animado órgano catedralicio y guiños percusivos con gasas amortiguando excesos nunca alcanzados.
"Lo que me dice la noche" (Sehr langsam. Misterioso, Durchaus ppp. "Oh Mensch!") nos trajo una voz de mezzo totalmente metida en el texto del Zaratustra nietzchiano (con traducción simultánea al euskera y castellano en la pantalla sobre el escenario): como hombre presté toda la atención a la lírica trágica, a la potente intimidad para ese "mundo profundo", juego de consonantes finales, luz y color vocal para una oscuridad rota por una luna llena sensual, incapaz de dormir por la alegría más profunda que la pena, y unaa orquesta de volúmenes imperceptibles, de fraseos breves con largas pausas que más que crear sensación de aislamiento invitaban a compartir la común-unión alcanzada entre intérpretes (con un concertino fabuloso) y público, alegría buscando eternidad.
"Lo que me dicen las campanas de la mañana" (Lustig im Tempo und keck im Ausdruck, "Es sungen Drei Engel") nos trajo las voces blancas de un paraíso tal vez ingenuo, la canción angelical de los niños unida al "mea culpa" de una solista admirable con tubular bells repiqueteando, las mujeres donostiarras arropando cual madres la inocencia infantil de la melodía del cuerno juvenil ("Des knaben Wunderhorn") plenamente mahleriana, con ese trasfondo de felicidad celestial más terrenal que nunca por esta conjunción músico-vocal que sólo los años me hacen degustar de este Mahler optimista "sin Alma".
"Lo que me dice el amor" (Langsam. Ruhevoll. Empfunden) por un compositor que es más nuestro cada vez, con ese adagio eterno, aún más angustioso que el de "la Quinta", y utilizando partes de las notas al programa, auténtica apoteosis final y grandioso culmen sinfónico tras ese canto a la naturaleza inanimada llena de vida por la música para llegar al amor a Dios, a la emoción rota, a la lágrima final, en definitiva, al dolor siempre casado con el amor a Mahler.
Planificado con tiempo este verano español plagado de festivales musicales y a pesar de los 60€ de la entrada en la fila 6 (pocas localidades fuera de abono quedan nada más ponerse a la venta en mayo), Mahler me gusta tanto que no suele decepcionarme, ya ha llegado su tiempo y es difícil encontrar malas interpretaciones. La de este sábado cuajada de figuras y en plenas fiestas de la capital guipuzcoana quedará en mi recuerdo, eclipsando otra también fuera de casa.
La orquesta holandesa impresiona por su "pegada" sin llegar nunca al paroxismo y con unos pianísimos que cortan la respiración, empastadísima en todas sus secciones y con solistas de categoría. La mezzo escocesa es una especialista en estos repertorios sinfónicos, en especial del bohemio. Las voces blancas del coro local más internacional (mujeres y niños) suponen una garantía de calidad en las obras "corales" de Mahler que ya han cantado varias veces. Por último el director canadiense, que fichó por Philadelphia, de gestualidad por momentos exagerada aunque marcando todo, planteó una versión de "La tercera" realmente emocionante, jugando con unas dinámicas increíbles frente a una formación que conoce y le responde al instante, unos tempi conjugando la tensión y relajación que dominan esta sinfonía, con unos cambios muy bien llevados pese a su complejidad, y sobre todo subrayando esos silencios que nos dejaban sin aliento (aunque maleducados los hay en todas partes, toses y caramelos incuidos), con el final del "Kräftig. Entschieden" que parecía concluyente (hubo de bajarse del podio, beber un trago de agua y continuar) pero sobre todo ese "Empfunden" interminable, eterno, emocionante, angustioso... ¡grandioso!.
Se me pone cuesta arriba resumir más, la primera impresión es la que cuenta y los merecidos aplausos de casi 15 minutos corroboraron el haber escuchado una Tercera que no olvidaré.
A partir de ahora, mis reflexiones desde casa: "El verano hace su entrada" fue el arranque (Kräftig. Entschieden -con Forsa. Deciso) que presentó unas sonoridades muy cuidadas que marcarían el resto de los movimientos a los que el propio Mahler otorgó unos títulos temáticos a esta sinfonía también llamada "Un sueño de una mañana de verano" (Eine Sommermorgentraum) que pese a quitarlos posteriormente siguen sirviendo para describir perfectamente lo que escuchamos en San Sebastián esta tarde de agosto: comenzar con el "himno gigantesco a la gloria de todos los aspectos de la creación" -que recoge en las notas al programa la letrada y crítico musical Montserrat Auzmendi y tomaré prestados en algunos momentos-.
A partir de aquí, todo hablaba un idioma conocido pero desde una visión nueva, sufrimiento y gozo como si de un masoquismo musical se tratase: "Lo que me dicen las flores de la pradera" (Tempo di menuetto. Sehr mäßig) logró gracia y livianidad que resultan de esa despreocupación extraña incluso para el compositor, con una cuerda en perfecto equilibrio con la madera, un metal contenido en su "redondez", unas arpas punzantes y aterciopeladas, la percusión contundente desde la discreción, la despreocupación temporal para un estado de ánimo que iría subiendo y bajando cual montaña rusa bien conducida desde la angustia vital y la claridad de gesto del director canadiense.
"Lo que me dicen los animales del bosque" (Comodo. Scherzando. Ohne Hast) supuso más que el recuerdo de la banda militar en la infancia de Iglau y escuchada posteriormente en Praga... todo un muestrario de sonoridades exigidas desde el podio con vehemencia y claridad prístina, claros y oscuros de un romanticismo casi cinematográfico con ese crescendo final que pone los pelos de punta y contiene las respiraciones, metales excepcionales cual animado órgano catedralicio y guiños percusivos con gasas amortiguando excesos nunca alcanzados.
"Lo que me dice la noche" (Sehr langsam. Misterioso, Durchaus ppp. "Oh Mensch!") nos trajo una voz de mezzo totalmente metida en el texto del Zaratustra nietzchiano (con traducción simultánea al euskera y castellano en la pantalla sobre el escenario): como hombre presté toda la atención a la lírica trágica, a la potente intimidad para ese "mundo profundo", juego de consonantes finales, luz y color vocal para una oscuridad rota por una luna llena sensual, incapaz de dormir por la alegría más profunda que la pena, y unaa orquesta de volúmenes imperceptibles, de fraseos breves con largas pausas que más que crear sensación de aislamiento invitaban a compartir la común-unión alcanzada entre intérpretes (con un concertino fabuloso) y público, alegría buscando eternidad.
"Lo que me dicen las campanas de la mañana" (Lustig im Tempo und keck im Ausdruck, "Es sungen Drei Engel") nos trajo las voces blancas de un paraíso tal vez ingenuo, la canción angelical de los niños unida al "mea culpa" de una solista admirable con tubular bells repiqueteando, las mujeres donostiarras arropando cual madres la inocencia infantil de la melodía del cuerno juvenil ("Des knaben Wunderhorn") plenamente mahleriana, con ese trasfondo de felicidad celestial más terrenal que nunca por esta conjunción músico-vocal que sólo los años me hacen degustar de este Mahler optimista "sin Alma".
"Lo que me dice el amor" (Langsam. Ruhevoll. Empfunden) por un compositor que es más nuestro cada vez, con ese adagio eterno, aún más angustioso que el de "la Quinta", y utilizando partes de las notas al programa, auténtica apoteosis final y grandioso culmen sinfónico tras ese canto a la naturaleza inanimada llena de vida por la música para llegar al amor a Dios, a la emoción rota, a la lágrima final, en definitiva, al dolor siempre casado con el amor a Mahler.
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