Embobado con Jurowski

Sábado 25 de febrero, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: London Philharmonic Orchestra, Joshua Bell (violín), Vladimir Jurowski (director). Obras de Brahms y Tchaikovski.
Hay orquestas totalmente permeables a repertorios y directores, capaces de afrontar con calidad y solvencia obras de los más variopintas, y la LPO es una de ellas. Sonido compacto, potente pero sin estridencias, secciones equilibradas con solistas seguros, y sobre todo amoldables a cualquier director, pero si además al frente está su titular Vladimir Jurowski el resultado final es un telar lleno de matices y detalles que con otro "tejedor" no lograrían el mismo resultado. Cuidar los detalles sonoros desde la propia "colocación Temirkanov", con los metales en línea de trompas a trompetas y trombones más tuba, bronces de sonoridades aterciopeladas, hasta unos fagots de sonido abierto (cercano al saxo), sin olvidar el resto de maderas empastados a más no poder, y sobre todo esa cuerda vibrante con los violines enfrentados pero unidos, unas violas presentes dando texturas casi olvidadas, unos cellos redondos bien marcados y los siete contrabajos a la izquierda que dan la seguridad del buen cimiento y los hilos gruesos contrastando con las sedas. No olvidarnos de una percusión siempre en su sitio, y las dos arpas más el órgano final del concierto, todo ello tejido desde una dirección de envidia: sin aspavientos, economía de gestos y cada uno preciso pero también precioso, sin perder una entrada ni un detalle, un gusto contemplar cómo se conduce una gran orquesta con un dominio de las dos obras que resultó apabullante. Por algo está considerado desde hace años uno de los grandes... de casta le viene al galgo, formado en Alemania y triunfando también en la ópera de medio mundo. Más lo que todavía le queda por delante.
El Concierto para violín y orquesta en RE M., Op. 77 de Brahms nos trajo de nuevo a Joshua Bell y su Stradivarius de 1713 "Gibson" o "Huberman", sustituyendo al inicialmente previsto primero de Shostakovich (que seguramente tampoco hará en el Kursaal donostiarra, si bien traía los dos pero el alemán aparecía sólo en Madrid), aunque el hamburgués sea igualmente de los "duros de pelar". Comenzó bien la orquesta el Allegro non troppo aunque algo retenido y más "andante", y la entrada del solista parecía tirar del tempo, incluso el sonido quedó algo tapado por el poderío filarmónico, pero al llegar a la cadenza propia de Bell todo cobró sentido y era de lógica musical el aire elegido: las dobles cuerdas, el fraseo, los arcos y sobre todo cómo transmite. Desde aquí todo a pedir de boca, con el Adagio realmente conmovedor, sonido más claro y penetrante, para concluir con esa delicia del Allegro final, realmente giocoso ma non troppo vivace - Poco piu presto, un placer todo él, concertado a la perfección desde el podio atento a cada detalle, entendimiento mutuo, como ya apuntaba al principio, intervenciones de los solistas impecables (¡qué bueno el oboe!) y una auténtica maratón que le agotó las fuerzas en una ejecución sobresaliente.
Lo mejor vendría con la Sinfonía "Manfred" en Si m, Op. 58 de Tchaikovsky (sigo escribiéndolo así desde siempre, aunque ahora prime Chaikovski), perfectamente comentada en las notas al programa de Luis Suñén, y nuevamente con el gran tejedor Jurowski de auténtico líder sacando toda la angustia vital del ruso transmutado al héroe de Lord Byron y convirtiendo los Alpes en nuestros Picos de Europa a través de los cuatro números.

  • Obra llena de recovecos que cada gesto iba descubriéndonos, el Lento lugubre realmente de "ardiente tristeza de la desesperación" y también de "potencias infernales", sonoridades increíbles sonsacadas con levedad en el gesto y siempre adelantándose lo preciso para el perfecto reflejo sonoro con intervenciones hermosas del clarinete bajo;
  • el Vivace con spirito fue mágico como "un hada del Naranjo de Bulnes... en medio del arco iris producido por una cascada", el más puro y duro Tchaikovsky dibujado más allá de la literatura gótica inglesa con una orquesta que respondía a todo lo que el director ruso le pedía, sin olvidar una dinámica envidiable para la "disolución progresiva" y el desvanecimiento de Manfredo;
  • en busca de las cabañas en los Lagos Enol o Ercina resultó el Andante con moto, paisaje imponente donde la meditación vino del corno inglés, clarinete y trompa hasta que la realidad la devuelven las trompetas con unas campanas fuera de escenario que parecían las de Covadonga al atardecer de nuestros otoños con neblina;
  • quedaba la orgía infernal, la bacanal sonora del Allegro con fuoco, fuego vibrante y controlado que no quema sino luminoso y con calor, pastoril atardecer que nos hizo vibrar casi una hora donde el tiempo cronológico y el climatológico se dieron la mano.
Tal vez la evocación / invocación de la tierrina cual una Suiza en miniatura con esos pequeños Alpes de nuestra Asturias oriental compartidos con León y Santander, o simplemente el placer sonoro bien entretejido por un maestro en la conducción musical fue la clave, bisándonos el final del primer movimiento que en su momento arrancó algún aplauso tras la tensión acumulada con tanta angustia aplacadora de toses que rompían entre tiempos.
Salí tan embobado con Jurowski y su orquesta que hasta me "olvidé" de Bell. El nivel sigue muy alto en Oviedo.

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