Un realejo que puede con todo
Miércoles 28 de agosto, 19:00 horas. V Ciclo de conciertos "Órganos de Covadonga", Órgano Realejo (siglo XVIII) de la Real Colegiata de San Fernando: Izumi Kando. Obras de J. P. Sweelink, Theodor Grünberger, Bernardo Storace, Félix Antonio Máximo López Crespo, J. H. Knecht, J. S. Bach y J. Kaspar (von) Kerll.
Cierre de ciclo en Covadonga con unas palabras iniciales del señor abad como resumen de este nuevo verano organístico del que han gozado peregrinos, visitantes y aficionados, disfrutando nuevamente del magisterio de la organista japonesa afincada hace dos décadas en Barcelona, esta vez en el restaurado realejo de la Colegiata del siglo XVII que pudo con un repertorio variado donde no faltó música renacentista, barroca y clásica pero tampoco un "ragtime" de propina que volvió a demostrar la universalidad del lenguaje musical y lo bien que se portó un "renacido" instrumento de casi tres siglos para todo tipo de obras cuando la interpretación es impecable en la búsqueda de universos impensables para muchos puristas.
Del domingo anterior y por rigor musicológico volvíamos a escuchar el Ballo del granduca de Sweelink, menos poderoso que en el órgano de Acitores pero igualmente bello al disfrutarlo en su contexto sonoro. Misma obra por la misma intérprete pero nuevos colores y siempre descubriendo matices.
Otro tanto podemos decir de Daphne, obra anónima del siglo XVII llena de vericuetos en su escritura y con buenas elecciones de registros.
El Offertorium de la Orgelmissa (Grünberger) resultó menos organístico pese a su concepción original como tal, brillante en su escritura para el momento en que debe ejecutarse pero que en el contexto de concierto tiene giros más sonatísticos que litúrgicos.
Volvimos a la historia pareja al realejo con Storace y su Ballo della Battaglia, trompetería efectista de "batalla" así llamada por estar en posición horizontal, para recrear no ya la forma sino el propio nombre, quién sabe si inspiradora de nuestro "Sitio de Zaragoza", de Beethoven y la homónima de Vitoria e incluso de Tchaikovsky. Lo cierto es que además del virtuosismo el despliegue de registros resultó plenamente guerrero.
Desconocía la Sonata nº 4 en sol menor del compositor y organista de la Capilla Real en tiempos de Carlos III Félix Antonio Máximo López (inmortalizado por el pintor Vicente López), en estilo clásico vienés cercano al pianoforte pero bien adaptado al órgano portátil que lleva varios cientos años en el mismo lugar, del que Izumi supo delinear melodías en ambas manos aprovechando los registros partidos que engrandecen obras "minoritarias", otro plus de la intérprete en la búsqueda de obras adaptadas y adaptables al instrumento de turno.
Contemporáneo al anterior es el Thema mit vier Veranderunger (Tema con cuatro variaciones) de Justin Heinrich Knecht que sí parecía más apropiado al instrumento restaurado y nuevamente brillante en ejecución y sonoridades en registro partido, flautados cortos con bajoncillo.
Un guiño a Bach y su conocida Badinerie de la Suite nº 2 BWV 1067 en una adaptación donde la flauta es protagonista en un registro agudo para la mano derecha articulado cual soplo humano y no mecánico mientras la izquierda rellena casi con un "violone" imperceptible dejando las armonías orquestales reducidas a la mínima expresión en este arreglo que rendía culto al kantor.
Para cerrar concierto volvíamos a los orígenes con otra Battaglia (Johann Kaspar Kerll) en todo su esplendor. No voy a descubrir la técnica y musicalidad de Kando que volvió a brillar en esta forma tan del gusto de los siglos XVII y XVIII cual muestrario de las capacidades instrumentales y de escritura para un virtuosismo interpretativo. Parecen increíbles todas las combinaciones sonoras en un instrumento pequeño que se engrandece con obras para él pensadas y que tuvieron recompensa en los muchos y merecidos aplausos de un público que casi llena la Colegiata.
La sorpresa vino con un Ragtime de Gunther Martin Goettsche, al puro estilo Scott Joplin y los felices años 20 que nos transportaron en el tiempo y el espacio, con timbres de music-hall y sonrisas cómplices para un concierto "desde el corazón" como bien decía el abad al principio del concierto, final de ciclo y verano asturiano para un otoño lleno como los colores de nuestra tierra que igualmente compartió la organista japonesa, siempre bienvenida.
Gracias a todos por compartir tanto y seguir teniendo fe también en la música, lenguaje universal capaz de conmover como ningún otro.
Cierre de ciclo en Covadonga con unas palabras iniciales del señor abad como resumen de este nuevo verano organístico del que han gozado peregrinos, visitantes y aficionados, disfrutando nuevamente del magisterio de la organista japonesa afincada hace dos décadas en Barcelona, esta vez en el restaurado realejo de la Colegiata del siglo XVII que pudo con un repertorio variado donde no faltó música renacentista, barroca y clásica pero tampoco un "ragtime" de propina que volvió a demostrar la universalidad del lenguaje musical y lo bien que se portó un "renacido" instrumento de casi tres siglos para todo tipo de obras cuando la interpretación es impecable en la búsqueda de universos impensables para muchos puristas.
Del domingo anterior y por rigor musicológico volvíamos a escuchar el Ballo del granduca de Sweelink, menos poderoso que en el órgano de Acitores pero igualmente bello al disfrutarlo en su contexto sonoro. Misma obra por la misma intérprete pero nuevos colores y siempre descubriendo matices.
Otro tanto podemos decir de Daphne, obra anónima del siglo XVII llena de vericuetos en su escritura y con buenas elecciones de registros.
El Offertorium de la Orgelmissa (Grünberger) resultó menos organístico pese a su concepción original como tal, brillante en su escritura para el momento en que debe ejecutarse pero que en el contexto de concierto tiene giros más sonatísticos que litúrgicos.
Volvimos a la historia pareja al realejo con Storace y su Ballo della Battaglia, trompetería efectista de "batalla" así llamada por estar en posición horizontal, para recrear no ya la forma sino el propio nombre, quién sabe si inspiradora de nuestro "Sitio de Zaragoza", de Beethoven y la homónima de Vitoria e incluso de Tchaikovsky. Lo cierto es que además del virtuosismo el despliegue de registros resultó plenamente guerrero.
Desconocía la Sonata nº 4 en sol menor del compositor y organista de la Capilla Real en tiempos de Carlos III Félix Antonio Máximo López (inmortalizado por el pintor Vicente López), en estilo clásico vienés cercano al pianoforte pero bien adaptado al órgano portátil que lleva varios cientos años en el mismo lugar, del que Izumi supo delinear melodías en ambas manos aprovechando los registros partidos que engrandecen obras "minoritarias", otro plus de la intérprete en la búsqueda de obras adaptadas y adaptables al instrumento de turno.
Contemporáneo al anterior es el Thema mit vier Veranderunger (Tema con cuatro variaciones) de Justin Heinrich Knecht que sí parecía más apropiado al instrumento restaurado y nuevamente brillante en ejecución y sonoridades en registro partido, flautados cortos con bajoncillo.
Un guiño a Bach y su conocida Badinerie de la Suite nº 2 BWV 1067 en una adaptación donde la flauta es protagonista en un registro agudo para la mano derecha articulado cual soplo humano y no mecánico mientras la izquierda rellena casi con un "violone" imperceptible dejando las armonías orquestales reducidas a la mínima expresión en este arreglo que rendía culto al kantor.
Para cerrar concierto volvíamos a los orígenes con otra Battaglia (Johann Kaspar Kerll) en todo su esplendor. No voy a descubrir la técnica y musicalidad de Kando que volvió a brillar en esta forma tan del gusto de los siglos XVII y XVIII cual muestrario de las capacidades instrumentales y de escritura para un virtuosismo interpretativo. Parecen increíbles todas las combinaciones sonoras en un instrumento pequeño que se engrandece con obras para él pensadas y que tuvieron recompensa en los muchos y merecidos aplausos de un público que casi llena la Colegiata.
La sorpresa vino con un Ragtime de Gunther Martin Goettsche, al puro estilo Scott Joplin y los felices años 20 que nos transportaron en el tiempo y el espacio, con timbres de music-hall y sonrisas cómplices para un concierto "desde el corazón" como bien decía el abad al principio del concierto, final de ciclo y verano asturiano para un otoño lleno como los colores de nuestra tierra que igualmente compartió la organista japonesa, siempre bienvenida.
Gracias a todos por compartir tanto y seguir teniendo fe también en la música, lenguaje universal capaz de conmover como ningún otro.
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