Piano de vértigo

Miércoles 11 de febrero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano Luis G. IberniYuja Wang. Obras de Liszt, Chopin, Scriabin y Balakirev.
En este mundo global de la música ya no cabe hablar de escuelas ni naciones, para la juventud su imagen es lo primero y saben que vende, pero si además hay talento entonces bienvenido sea el marketing, la publicidad y todo lo que haga falta para hacer llegar un producto excelente.
Yuja Wang no es una estrella del pop sino de la llamada música clásica, una joven de nuestro tiempo con una trayectoria impecable unida a una imagen personal rompedora, guapa, delgada, con tacones de vértigo y piernas que luce sin reparo desde una abertura también de quitar el hipo como esta vez (el mismo modelo que lució en Londres el pasado diciembre pasado y que dejo abajo), o las minifaldas que tanto adora.
Pero el auténtico vértigo entra cuando se sienta y comienza a brotar auténtica música, sensaciones indescriptibles desde una técnica impresionante que la hace interpretar con profundidad, honestidad, amor hacia las partituras y sobre todo su sentimiento, nada comercial, sinceridad desde el respeto a la obra escrita para recrear páginas inalcanzables en muchos de sus colegas, la confianza en la técnica más la capacidad de utilizarla al servicio de la partitura, entendida además como guía.
Si la primera vez (ya hace seis años) fue impactante, esta segunda debo volver a resaltar su enfoque de los cuatro autores elegidos, a cual más exigente por la dificultad de las obras seleccionadas, que resultó bellísimo, poco convencional y sobre todo muy personal, descubriendo su propia visión de un romanticismo joven capaz de jugar con todos los recursos a su alcance, sonoridades amplísimas, fuerza titánica a pesar de su engañosa fragilidad, pero unos pianísimos como suspiros que hubiesen resultado sublimes de no volver la ignominia de esa parte del público grosero que parece contagiarse (toses, teléfonos y demás basura). Cabreos aparte, me congratula ver estos intérpretes que siguen apostando por el "repertorio imposible" sin escatimar sentimientos, espléndida y esplendorosa juventud que sigue insuflando esperanza en la música, versatilidad de estilos para una interpretación única de esta figura mundial que dejará huella muchos años.
Del concierto, indescriptible de principio a fin, incluyendo doce minutos de propinas tras la auténtica paliza anterior, esbozar impresiones. Empezar con Liszt como "calentamiento" es de por sí arriesgado, y más en tres adaptaciones de los Lieder de Schubert donde el piano tiene que hablar. El canto del cisne S560 no resultó final sino auténtico principio interpretativo, amor y tragedia de la mano sin olvidar la nostalgia, como el Mensaje de amor "Liebesbotschaft" y después la Estancia "Aufenthalt", dos números contrapuestos creadores de auténtico ambiente interior. De La bella molinera S565 parecía estar escuchando a Dietrich Fischer-Dieskau con el piano de Gerald Moore pero con la recreación del gran Liszt, capaz de condensar todo ese universo a notas que la pianista china resucita para cantar desde el teclado, romanticismo en estado puro con una entrega total, dinámicas extremas sin perdernos nada, fraseos líricos y una poderosa mano izquierda inimaginable al abrir los ojos para contemplar una fragilidad exterior que no casaba con lo escuchado.
Pero todavía vendría el Chopin que Yuja Wang siente propio, como los grandes intérpretes de la historia, y no con lo previsible en estos conciertos sino con la Sonata nº 3 en si menor, op. 58, exigente para toda una vida que desde la visión juvenil tienen una hondura realmente increíble. Cuatro movimientos que son todo un universo de escritura pianística sólo para los elegidos, el Allegro maestoso donde las figuras menores sonaron como perlas en perfecto equilibrio con una izquierda donde los acordes parecían mecer más que sustentar, el Scherzo: Molto vivace de una expresividad en ambas manos capaces de mantener un diálogo legible, como olvidado en estos tiempos, con un uso del pedal siempre en su sitio antes del Largo, remanso espiritual y sonoro, orgánico en el amplio sentido de la palabra, el leve soplo de vida antes del derroche Finale: Presto, catálogo emocional del suspiro al grito interior. Hacía tiempo que no escuchaba la música del polaco con esta grandeza. Ella misma decía antes de tocar en Barcelona: "Ignoraré a quienes no me ven preparada", y no está quedándose con nadie que dicen mis alumnos sino que al escucharla disipa dudas para quien piense solamente en su imagen, corroborando ese dicho de "Las apariencias engañan" o la bíblica "por mis hechos me conoceréis".
La segunda parte nos llevaría hasta Rusia, equidistante entre nosotros y la China natal de esta figura del piano, primero Scriabin y cuatro preludios del llamado Chopin ruso en cierto modo unido a Liszt como si una fusión de la primera parte en miniaturas se tratase, que reafirmaron las emociones iniciales. El Opus 9 nº 1 para la mano izquierda teníamos que comprobar que la derecha reposaba expectante ante la riqueza que cinco dedos y los pedales pueden tener cuando se tocan como hizo Yuja, siguiendo el Preludio op. 11 nº 8, la realmente Fantasía op. 28 y el Op. 37 nº 1, desde ese lenguaje del ruso en transición hacia un siglo XX que estaba cambiando muchos lenguajes, y no digamos los 2 Poèmes op. 63, "Masque" y "Étrangeté", clima sonoro delicado y nuevamente intimista el primero, casi Mompou por el aroma, rompedor sin jirones el segundo antes de la Sonata nº 9 "Messe Noire", op. 68, explosión total, disonancias, transformaciones, sonoridades increíbles que en el Steinway del Auditorio con la caja escénica ubicada donde debe, llenaron todos los rincones, fuerza en estado puro sin perder la delicadeza de cada acorde, novedoso y contrastado con todo lo anterior pero tan cercano y juvenil que nadie pensaría estar escuchando obras centenarias en manos de una veinteañera. Otro hito que quedaría en nada ante el auténtico derroche que supone Islamey, op. 18 (Balakirev), más conocida en el arreglo sinfónico de Sergei Lyapunov pero que Yuja Wang superó con creces, como si de un piano imposible se tratase, vertiginoso despliegue virtuosístico, casi de posesión diabólica al alcance de muy pocos intérpretes (Lang Lang la tocaba hace años pero sin la profundidad de su compatriota), que no quedó en fuegos de artificio cara a la galería sino en la demostración de calidad superlativa de una pianista que ya está escribiendo una historia única.
De la musicalidad y amor hacia lo que hace dieron prueba las X propinas, comenzando con el Vals op. 64 nº 2 de Chopin que volvió a engrandecer al polaco, el "tempo giusto" y el rubato con gusto y calidez a la primera frente al arrebato de la repetición con una claridad cegadora, la nunca suficientemente escuchada Gretchen am Spinnard D. 118 de Schubert en arreglo de Liszt como si quisiera completar el inicio, auténtica rueca de Margarita en menina velazqueña, catarata cristalina en ambas manos con despliegue musical de matices, círculo de vuelta al principio, o las Variaciones sobre Carmen de Bizet del genio Horowitz que desde ahora podemos atribuirlas directamente a Yuja Wang, pues las ha asimilado y recreado con un conocimiento tan profundo, una melodía saliendo siempre a flote a pesar de las "toneladas de flores" que nunca la hundieron, despliegue técnico asombroso pero aún más el vértigo de sentir cómo fluye la música en los dedos de la artista china, mirándose en el espejo de los grandes del piano para reflejarse en ella el siglo XXI. Si con orquesta es impresionante, a trío galáctica, si a dúo es impactante, sola con el piano directamente milagrosa, regalándonos todavía un Tea for two, digestivo y servido tan clásico que resultó el auténtico regalo tras todo lo escuchado con anterioridad.
De vértigo son sus tacones o sus piernas, pero sus dedos son una montaña rusa que no marea sino que embriaga. Larga vida a Wang.

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