Pinturas orquestales

Viernes 22 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, concierto de abono 12, OSPA, Ana María Valderrama (violín), David Lockington (director). Obras de Fauré, Saint-Saëns, Respighi y Berlioz.
La violinista prevista para este duodécimo de abono, Dylana Jenson, pareja del principal invitado Lockington, fue sustituida por la madrileña Ana María Valderrama, un agradable descubrimiento que defendió con auténtico vigor el mismo programa diseñado por el maestro británico afincado en EE.UU., quien además tuvo que enfrentarse a problemas mayores ante la falta de educación de una parte del público, aunque no voy a insistir tras la entrada anterior. Buscó e intentó siempre comenzar cada obra en silencio, parando el gesto ante la insistencia del ruido, acallando instantáneamente pero durando apenas un suspiro...
Miriam Perandones, autora de las notas al programa -que dejo enlazadas en los autores- que comienza titulando con una frase del doctor Berlioz: "La instrumentación es exactamente, en música, lo que el color en la pintura", y nada mejor para poder explicar en palabras, siempre difícil, unas obras que la OSPA con Lockington al frente, derrocharon precisamente colorido instrumental, maestros de la orquestación con obras no muy habituales en directo, salvo el concierto de violín, que hicieron disfrutar a todos volviendo la conexión británica, la elegancia y el magisterio directorial capaz de convencer nuevamente de la calidad de la formación asturiana.
Pelléas y Mélisande, suite op. 80 (Fauré) sonó como un fresco de temática teatral ya conocida y musicada, cuatro movimientos que presagian un final dramático sin perder nunca luminosidad. El cuidado del sonido intrínseco en la música francesa requiere trabajar la tímbrica y las dinámicas, algo que Lockington domina e imprime a la orquesta asturiana en cada visita. Un placer disfrutar cada sección delineando melodías que suben y bajan al primer plano gracias al foco orientado hacia ellas desde el conocimiento de la partitura. El Preludio abre el lienzo a la paleta de Don Gabriel, la Hilandera teje los detalles, la Siciliana dibuja las líneas y el conjunto se recompone en La muerte de Mélisande.
Nuestro Sarasate fue el destinatario del Concierto para violín nº 3 en si menor, op. 61 de Saint-Saëns, volviendo a sonar en el Auditorio ejecutado por la primera española ganadora en 2011 del premio que lleva el nombre del virtuoso pamplonés, Ana María Valderrama, poseedora además del don de la juventud de una madurez interpretativa que el director británico entendió a la perfección, sin necesidad de un sonido grande por parte de nadie, cada movimiento fue un lienzo donde el violín solista era el pincel y la orquesta la base en la que dibujar, poniendo los tonos adecuados bien guiada desde el podio, con momentos sublimes, especialmente el unísono del Andantino quasi allegretto con el clarinete tocado como un instrumento de color nuevo hasta tal punto de idéntico fraseo que se alcanzó. Las dos partes del tercer movimiento no necesitaron cargar las tintas para derrochar frescura arropada por una calidez orquestal, fraseos solistas contestados por los distintos atriles en la misma paleta cromática desde el inestable equilibrio de la partitura y el siempre necesario "rubato" de la solista. Aunque cerrase los ojos el color seguía en el aire.
La propina Obsesión, el primer movimiento de la Sonata nº2 de Ysaÿe fue como una plumilla de maestro, intensidades de arco, líneas en mástil, dobles cuerdas creando perspectivas y luces sin sombras con la juvenil técnica desbordante al servicio de una partitura virtuosa.
Para la segunda parte continuamos con esta galería musical pero con un toque académico italiano como Respighi y "Las fuentes de Roma" conformando un tríptico como los renacentistas con Pinos y Fiestas, que rinde culto desde la orquesta al paisaje de la ciudad eterna, esta vez pintando el agua de cuatro fuentes tan distintas que compiten en belleza, instrumentación completísima donde no faltan celesta, piano, arpa y hasta unas campanas fuera de escena que ponen colorido a formas evanescentes, imágenes más que sonidos impresionistas, fluidas en esta nueva paleta pintada por Lockington que hace brillar toda la orquesta, primeros atriles y conjunta, cuatro momentos del día con sus luces dispares que el compositor italiano es capaz de traducir a música como también hiciese Debussy. Obras así permiten el lucimiento de nuestra formación cuando la batuta se convierte en pincel, La fuente del valle Giulia al amanecer, gotas cristalinas desde la madera, La fuente de Tritón por la mañana, rítmica casi como chorros luminosos de variadas texturas, La fuente de Trevi al mediodía grandilocuente, la fotogenia desde los metales poderosos sin "salpicar", y La fuente de la Villa Médici al atardecer, serenidad transmitida por el arpa, el glockenspiel, la flauta y el violín alejándonos con las campanas que nos devuelven a casa. Estados anímicos en fotografías como pinturas velazqueñas que Lockington y la OSPA nos regalaron antes de un final de cuento.
Original acabar con una Obertura como la de Beatriz y Benedicto de Berlioz pero lógica pictórica en cuanto a orquestaciones y escuela francesa, aprovechar todos los colores ya vertidos sobre la paleta para un último lienzo ligero, también luminoso y brillante, preludio de una ópera cómica shakesperiana, "Mucho ruido y pocas nueces" como un pretexto para darle la vuelta saboreando frutos secos sin tanta interrupción, contagiar alegría y luz en un concierto pictórico. Quedan dos más para cerrar una temporada donde el balance resultará positivo aunque falte todavía mucha emoción.

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