Oviedo de estrenos
Viernes 16 de diciembre, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio: Oviedo Filarmonía, Fernando Arias (percusión), Arthur Fagen (director). Obras de Nurulla-Khoja, Broström y Dvorak.
Para ir cerrando un 2011 de lo más sinfónico, teníamos el orgullo de asistir a dos estrenos en Oviedo, uno mundial y otro nacional, lo que para una ciudad tan musical como la capital del Principado de Asturias, es todo un orgullo. El solista invitado de la propia orquesta y también asturiano, se sumó a esta cita histórica. Pero personalmente el protagonista fue el maestro Fagen, capaz de ensamblar un programa tan distinto y hacernos salir del auditorio con el ánimo en lo alto.
Farangis Nurulla-Khoja (2 de septiembre de 1972) resultó ganadora, entre más de 400 obras, del "III Concurso Internacional Magistralia de Creación Musical para Mujeres" celebrado el año pasado con su obra Parparon for orchestra, de lo que entonces daba puntual y amplia información en la prensa Cosme Marina. Pero la música escrita no es nada si no se hace sonido, y llegó por fin el día de escucharla por primera vez con la propia compositora presente en la sala. Me leí con detenimiento las notas de mi admirado Alejandro G. Villalibre para saber "por dónde irían los tiros", aunque tras la escucha no me sirvieron de mucho. Conste que el director norteamericano se implicó y convenció a una orquesta que madura a pasos agigantados para intentar que la "inmersión en lo desconocido" no resultase confusa o solamente para "iniciados". Lo cierto es que fui incapaz de descubrir las siete frases que se reinterpretan (!) a través de diferentes elecciones de timbres y acordes, tan sólo masas sonoras indefinidas en una apuesta más hacia texturas que hacia ambientes, aunque claro, Parparon es una ventana abierta a la imaginación de la artista, totalmente distinta a la del que suscribe.
Totalmente distinta aunque también obra del siglo XXI fue la obra del sueco Tobias Broström (Helsinborg, 1978), Concierto nº 1 "Arena" para percusión y orquesta (2004) estrenado en la bella ciudad de Malmö (ciudad situada "frente" a Copenhague y unida por esa maravilla de la ingeniería que es el puente de Oresund). Se nota la colaboración en la composición del percusionista Johan Bridger porque el despliegue y ubicación de la familia protagonista del concierto tiene que venir de un especialista, al igual que el solista, y esta vez "nuestro" Fernando Arias resultó el perfecto virtuoso que dio todo en los dos movimientos de que consta la obra. Aunque colocado siempre en el frontal del escenario (y no como figuraba previsto en las notas al programa) estuvo arropado por sus tres "compañeros" en la orquesta que colaboraron enormemente al excelente resultado final, sin olvidarnos otra vez del gran Fagen, atento a cada detalle, matices increíbles, cambios de tiempo y compás endemoniados, así como colchones sonores y melodías complementarias en una formación donde el piano consiguió enriquecer la ya de por sí rica paleta tímbrica. En el primer movimiento Fernando ya impresionó desde los parches y platillos en las llamadas "estaciones" así como las sonoridades logradas con el waterphone (instrumento de metal basado en el agua con barras de diferentes tamaños y tocado con arco), pero me quedo con el segundo movimiento desde la marimba, donde Arias logró embobarme, recreando con la orquesta un ambiente sonoro lleno de contrastes, una tercera estación que resultó incluso lírica antes del derroche final de vuelta a los parches y platos, delirio percusivo y dominio de alturas definidas desde la propia indefinición. El auténtico protagonista del concierto con una perfecta conjunción orquestal y el buen entendimiento con el director norteamericano que disfrutó con la obra tanto como todos los presentes.
El descanso esta vez me funcionó cual sorbete de limón cambiando sabores en el paladar para el plato final, y qué maravilla cuando está cocinado desde la excelencia. La Sinfonía nº 8 en Sol M, Op. 88 de Dvorak la tenía aún reciente en la memoria (guardada y compartida), pero supuso en el tándem OvFi - Fagen, la auténtica puesta de largo de la formación ovetense. Desde el primer acorde del Allegro con brio presentí por el "tempo" inicial que iba a ser distinta, como así sucedió en todo el desarrollo, escuchando perfectamente todas las secciones, equilibrio de planos, matices que acallaron toses... El Adagio logró un empaste de auténtico terciopelo, madera de lujo (en especial flautas y clarinetes), metales brillantes pero nunca deslumbrantes sino refulgentes (tanto trompas como trompetas realmente en estado de gracia) y una cuerda poderosa a la vez que sutil, engrandeciéndose aún más en el vals del Allegretto grazioso - Molto vivace, siempre disciplinada a cada gesto desde el podio, "rubatos" en su sitio, conocedor del detalle aparentemente más nimio pero que consiguió enamorar nota a nota, fraseos claros y pulcros hasta alcanzar la plenitud de ese vivaz, cambiante y embriagador Allegro ma non troppo, auténtica guinda de pastel donde los cellos remataron la excelencia de una sinfonía redonda.
En los diez años de vida de la orquesta creo que ha sido su mejor actuación, con uno de esos auténticos directores Maestro que optimizan el trabajo, pareciéndome una orquesta distinta de la del Requiem, sin desmerecer para nada al actual titular. Personalmente una alegría corroborar que con buenos mimbres no puede salir un mal cesto, y además tomando forma. Que la crisis no nos lo deje sin terminar...
Para ir cerrando un 2011 de lo más sinfónico, teníamos el orgullo de asistir a dos estrenos en Oviedo, uno mundial y otro nacional, lo que para una ciudad tan musical como la capital del Principado de Asturias, es todo un orgullo. El solista invitado de la propia orquesta y también asturiano, se sumó a esta cita histórica. Pero personalmente el protagonista fue el maestro Fagen, capaz de ensamblar un programa tan distinto y hacernos salir del auditorio con el ánimo en lo alto.
Farangis Nurulla-Khoja (2 de septiembre de 1972) resultó ganadora, entre más de 400 obras, del "III Concurso Internacional Magistralia de Creación Musical para Mujeres" celebrado el año pasado con su obra Parparon for orchestra, de lo que entonces daba puntual y amplia información en la prensa Cosme Marina. Pero la música escrita no es nada si no se hace sonido, y llegó por fin el día de escucharla por primera vez con la propia compositora presente en la sala. Me leí con detenimiento las notas de mi admirado Alejandro G. Villalibre para saber "por dónde irían los tiros", aunque tras la escucha no me sirvieron de mucho. Conste que el director norteamericano se implicó y convenció a una orquesta que madura a pasos agigantados para intentar que la "inmersión en lo desconocido" no resultase confusa o solamente para "iniciados". Lo cierto es que fui incapaz de descubrir las siete frases que se reinterpretan (!) a través de diferentes elecciones de timbres y acordes, tan sólo masas sonoras indefinidas en una apuesta más hacia texturas que hacia ambientes, aunque claro, Parparon es una ventana abierta a la imaginación de la artista, totalmente distinta a la del que suscribe.
Totalmente distinta aunque también obra del siglo XXI fue la obra del sueco Tobias Broström (Helsinborg, 1978), Concierto nº 1 "Arena" para percusión y orquesta (2004) estrenado en la bella ciudad de Malmö (ciudad situada "frente" a Copenhague y unida por esa maravilla de la ingeniería que es el puente de Oresund). Se nota la colaboración en la composición del percusionista Johan Bridger porque el despliegue y ubicación de la familia protagonista del concierto tiene que venir de un especialista, al igual que el solista, y esta vez "nuestro" Fernando Arias resultó el perfecto virtuoso que dio todo en los dos movimientos de que consta la obra. Aunque colocado siempre en el frontal del escenario (y no como figuraba previsto en las notas al programa) estuvo arropado por sus tres "compañeros" en la orquesta que colaboraron enormemente al excelente resultado final, sin olvidarnos otra vez del gran Fagen, atento a cada detalle, matices increíbles, cambios de tiempo y compás endemoniados, así como colchones sonores y melodías complementarias en una formación donde el piano consiguió enriquecer la ya de por sí rica paleta tímbrica. En el primer movimiento Fernando ya impresionó desde los parches y platillos en las llamadas "estaciones" así como las sonoridades logradas con el waterphone (instrumento de metal basado en el agua con barras de diferentes tamaños y tocado con arco), pero me quedo con el segundo movimiento desde la marimba, donde Arias logró embobarme, recreando con la orquesta un ambiente sonoro lleno de contrastes, una tercera estación que resultó incluso lírica antes del derroche final de vuelta a los parches y platos, delirio percusivo y dominio de alturas definidas desde la propia indefinición. El auténtico protagonista del concierto con una perfecta conjunción orquestal y el buen entendimiento con el director norteamericano que disfrutó con la obra tanto como todos los presentes.
El descanso esta vez me funcionó cual sorbete de limón cambiando sabores en el paladar para el plato final, y qué maravilla cuando está cocinado desde la excelencia. La Sinfonía nº 8 en Sol M, Op. 88 de Dvorak la tenía aún reciente en la memoria (guardada y compartida), pero supuso en el tándem OvFi - Fagen, la auténtica puesta de largo de la formación ovetense. Desde el primer acorde del Allegro con brio presentí por el "tempo" inicial que iba a ser distinta, como así sucedió en todo el desarrollo, escuchando perfectamente todas las secciones, equilibrio de planos, matices que acallaron toses... El Adagio logró un empaste de auténtico terciopelo, madera de lujo (en especial flautas y clarinetes), metales brillantes pero nunca deslumbrantes sino refulgentes (tanto trompas como trompetas realmente en estado de gracia) y una cuerda poderosa a la vez que sutil, engrandeciéndose aún más en el vals del Allegretto grazioso - Molto vivace, siempre disciplinada a cada gesto desde el podio, "rubatos" en su sitio, conocedor del detalle aparentemente más nimio pero que consiguió enamorar nota a nota, fraseos claros y pulcros hasta alcanzar la plenitud de ese vivaz, cambiante y embriagador Allegro ma non troppo, auténtica guinda de pastel donde los cellos remataron la excelencia de una sinfonía redonda.
En los diez años de vida de la orquesta creo que ha sido su mejor actuación, con uno de esos auténticos directores Maestro que optimizan el trabajo, pareciéndome una orquesta distinta de la del Requiem, sin desmerecer para nada al actual titular. Personalmente una alegría corroborar que con buenos mimbres no puede salir un mal cesto, y además tomando forma. Que la crisis no nos lo deje sin terminar...
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