En el nombre de Bach
Casi una gesta supone interpretar completo el primer libro de "El clave bien temperado", todo un universo condensado en veinticuatro preludios con sus correspondientes fugas en cada tonalidad de toda la escala cromática, profundidades para pianista y público iniciado, más aún para el de estas jornadas dedicadas a las 88 teclas que dejó muchas butacas vacías pese a la inmensidad del artista francés.
Antes de comenzar Aimard realizó la dedicatoria, en inglés, a las víctimas de los atentados de París de este concierto precisamente con la mejor forma posible para él como "su Bach", música para la paz.
Con la edición Urtext (la naranja de toda la vida) adquirida el mismo día al olvidar la suya, sin anotación alguna, ayudado de "pasa hoja" atento a las indicaciones del pianista, normalmente en las fugas que ocupan varias páginas, también una vez iniciada siguiendo sus instrucciones, sin patrón aunque supongo que buscando la mayor unidad entre parejas (preludio y fuga, también en las tonalidades mayor y menor), con un breve descanso tras interpretar la mitad del libro, el estilo del artista de Lyon se caracterizó por la profundidad en cada una de las obras, independientes dentro de esa unidad y globalidad universal que algunos han llamado la biblia de los pianistas. El tocar con la partitura delante indica en este caso no inseguridad, que seguro la tiene más que asumida e interiorizada, sino el respeto a lo escrito y deseo de no dejarse nada en el tintero, refrescar siempre el complejo mundo que Bach dejó para la posteridad de la historia musical.
Aimard optó por intentar ofrecer un acercamiento personal a toda la inabarcable magnitud del primer libro, desde la diversidad en cada obra: romanticismo en los preludios, claridad expositiva en las fugas, manejo del pedal en pos de sonoridades amplias y ricas, contrastes en tiempos pero también en emociones, sin importar "pellizcar" notas más allá de los propios adornos escritos, convencido de la vigencia y atemporalidad de la obra para tecla de Bach, "klavier" que es clave y piano en la lengua de Goethe, honradez y honestidad en cada fraseo, en cada duración, en cada calderón, en cada anotación del propio compositor. El propio Aimard ha dicho "Bach ha sido durante mucho tiempo un objetivo muy lejano para el día en que yo fuera más sabio o me conociera mejor".
Pierre-Laurent Aimard resultó un titán enfrentado a la inmensidad interiorizada para sacar a flote todo lo escrito, visiones claras de lo importante y lo accesorio sin perdernos en discursos introspectivos. Afrontó el primer preludio como si de una autopresentación de intenciones se tratase, nunca el virtuosismo sin más, juego expositivo y sonoro desde una técnica y gestualidad propias, mascando los pasajes en cierto modo "gouldiano" (aunque el canadiense jadease y tararease), recreándose en la boca volcán o sumergiéndose en el magma. Cada preludio y fuga tienen identidad propia, vida condensada para el estudio no ya de los propios hijos de Bach y demás discípulos sino para dedicarle toda una existencia, longeva a ser posible. El músico francés ha grabado el verano pasado este programa para el sello amarillo con quien tiene exclusividad, pero también ha colgado seis minicapítulos en vídeo explicando, en inglés de nuevo por la universalidad del habla, cual preámbulo a una gira que le llevará el martes 13 al Auditorio Nacional.
Si comentaba que el concierto resultó para iniciados, recordar al resto que resulta un acontecimiento casi irrepetible escuchar el libro primero completo en un recital, que las grabaciones llevan tiempo sin contar el invertido de preparación, y lo difícil que supone siempre aportar el toque personal a esta obra pianística. Hay fugas difíciles de paladear pero otras son auténticas delicias, joyas para todos los públicos, la precisión matemática de la escritura bachiana elevada siempre a la mayor espiritualidad que Aimard consiguió en las venticuatro. Los preludios siempre son más "llevaderos", espontáneos, luminosos en su mayoría y verdadera fuente de versiones en todos los estilos. Cuando los bachianos defendemos que toda la música posterior arranca de aquí es fácil argumentarlo, partiendo del acercamiento al jazz que el también pianista francés Jacques Loussier realizó durante años de la obra del kantor de Leipzig donde nunca faltaron preludios y fugas del primer libro. Por lo tanto es un lujo escuchar completo en la misma sesión "El clave bien temperado" (hasta W. Carlos se atrevió con "El sintetizador bien temperado") porque el directo siempre es irrepetible y todo lo que se haga en nombre de Bach no resulta excesivo.
Imposible elegir altos y bajos aunque hay que citar el BWV 849 por reflejar humor e introspección, el poderoso preludio BWV 851, el dificilísimo BWV 852, la única fuga a dos voces BWV 855 auténtico muestrario dinámico, y de la segunda parte la introspección del BWV 861, el complicado ligado de la fuga BWV 862, todo el BWV 864 por contrastes, elección correcta de un tempo ceñido a la máxima de Tovey de «“que no sea ni intocable ni desagradable de acuerdo con una práctica razonable” a fin de conservar la atmósfera de alegría imperante y, al tiempo, no perder la calma expositiva» que el gran Arturo Reverte cita en las notas al programa de Madrid, y finalmente el BWV 868 por lo que supone de respiro y luz tras las sombras anteriores, no interpretativas sino profundas en la escritura bachiana. Aimard se suma a la lista de los grandes intérpretes que han pasado por Oviedo, y su Bach será recordado mucho tiempo. Añadir que los "links" que figuran bajo mis elecciones son del ya citado Glenn Gould, auténtico genio que redescubrió al piano el Bach del clave, con todos los detractores y seguidores que queramos.
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