Luminosa oscuridad

Viernes 15 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Abono 11 OSPA, María Moros (viola), Lorenzo Viotti (director). Obras de Adès, Britten y Beethoven.
Continuamos celebrando las Bodas de Plata de nuestra OSPA con un programa muy interesante por obras, solista y director, transitando de la penumbra a la luz casi cegadora entre toses, móviles y cierta desbandada entre un público que parece estar perdiéndose. No me corresponde buscar las causas y una verdadera lástima porque este undécimo apostó por conjugar repertorios que hacen crecer a melómanos e intérpretes.
Thomas Adès (1971) me trae buenos recuerdos con nuestra formación, desde el estreno español el 11 de mayo de 2012 de las danzas de su ópera Powder Her Face con un magistral Kynan Johns en el podio, y la obertura de La tempestad con Milanov el 27 de febrero del año pasado. No hay dos sin tres y esta vez con Tres estudios sobre Couperin (2006) una obra tendente a la miniatura como apunta Carlos García de la Vega en las notas al programa (con algunos fragmentos enlazados al inicio y sacados del Facebook© de la propia OSPA así como la foto de la solista) con la vista puesta en las piezas para clave del francés pasadas por un juego tímbrico y de texturas curioso desde la propia disposición de dos orquestas casi camerísticas, incluyendo la familia de flautas graves nada habituales, enfrentadas con timbales y percusión (marimba más roto-toms en el estudio central), evocadoras desde los propios títulos (Las diversiones, Los juegos de manos, El alma en pena) y proyectando unos efectos diríamos que en estéreo destruyendo o desmenuzando para crear un ambiente lúgubre con destellos luminosos buscando una instrumentación realmente jugosa en las texturas. Me impresionó contemplar la labor del joven director francosuizo minucioso como la propia partitura para tejer y sacar a la luz una trama compleja que las cuerdas trenzaron con un trabajo meticuloso en la búsqueda de una sonoridad increíble que parecía dar forma a cada estudio: Les Amusements realmente diversas más que divertidas, Les Tours de Passe-passe cual ingeniero de sonido pasando de un canal a otro deslizando los "faders" en la mesa de mezclas, y L'Ame-en-Peine realmente dolorosa, gimiente más que hiriente como si de un fundido a negro se tratase. Partitura que provocó más ruido del deseado a pesar de ser menos sus productores, por otra parte tristemente habitual ante obras actuales que exigen esfuerzo en su escucha (además de un entrenamiento auditivo).
En ese ambiente lúgubre y triste se mueve Lachrymae, op. 48a (1976) de Benjamin Britten (1913-1976), tema y diez variaciones para viola y piano originalmente y el mismo año de su muerte arregladas para viola y orquesta de cuerda que nos permitió disfrutar de María Moros, nuestra joven solista maña dando el paso al frente y arropada por sus compañeros además de una labor concertadora por parte de Viotti inconmensurable. Britten sigue siendo un compositor para disfrutar la belleza del dolor, el horror y la penumbra, de lenguaje propio en cualquier forma que afronte, y esta obra además de crear un ambiente que me recordaba en cierto modo los Interludios Marinos de "Peter Grimes", también se nutre de la música melancólica renacentista de su compatriota John Dowland (1563-1626) para convertir la viola en voz sin texto y la orquesta de cuerda en un "ensemble" de laúdes ricos en expresividad, igualmente desmenuzando más que variando su hermoso y triste tema If my complaints could passions move, fluyen mis lágrimas, pavana "Lachrimae" desprovista de dulzura pero recreándose sentimentalmente, jugando con la técnica al servicio de la variación como una tormenta interior, algo que María Moros llevó con esmero por abarcar desde una viola preciosista y cantabile en sonido todo ese amplio espectro. La propia instrumentación solo con cuerda frotada es otro acierto del compositor, jugando con el mismo número, cuatro de cada, exceptuando las seis violas, un homenaje a la solista, a los laúdes primigenios elevándolos de la cuerda pulsada (que aparece en los pizzicati) a la frotada que consigue alargar ánimos y sonidos, la inmensidad y madurez de la viola hermana del laúd a la que pocas veces le dieron el protagonismo merecido, y sólo la sensibilidad de un violista como Britten alcanza en esta obra donde cada variación es un requiebro al claroscuro, sutiles juegos de transparencias como telas musicales, calidades sonoras de ricas dinámicas y tempi para alcanzar el deseado y casi inalcanzable remanso final del tema original If my tears flow, fluyen mis lágrimas, tras tanta tensión acumulada. Sentida y espléndida versión de María Moros plagada de detalles y matices con la inigualable cuerda de la OSPA y el maestro Viotti atento, preciso y entregado desde un calor que se transmitió desde el Tema al L'istesso tempo.
Y qué mejor regalo que el original Dowland (al que el exPolice Sting también volvió) con la solista íntima acompañada por dos violas y dos cellos transportándonos a la corte británica con sencillez y hondura. Satisfacción de corroborar la calidad de nuestros atriles y la confianza en darles conciertos como solistas.
El repertorio de siempre, necesario y contrapeso a las novedades devolvió la luz con Beethoven y su Sinfonía nº 8 en fa mayor, op. 93 (1812), la siempre enigmática Octava, donde el empuje e ímpetu de Viotti encontró respuesta instantanea desde el Allegro vivace e con brio, la orquesta sonando con esa redondez característica, poderosa en todas las secciones, arriesgando con el aire exigente, los volúmenes casi al límite pero sin perder los planos precisos, los pares de trompas y trompetas (de llaves) en un momento ideal de compenetración y entendimiento, la madera en su línea de excelencia asegurada y los timbales mandando, más una cuerda clásica en colocación compensando frecuencias y presencias. Milimétrico y cuadrado Allegretto scherzando en homenaje metronómico de humor fino por parte del genio de Bonn, de nuevo apostando por un tiempo vivo sin perder pulsación. El Tempo di Menuetto burlón, jugando con los acentos y los planos de los registros graves, contrastes dinámicos en continuo avance, los ataques como brochazos sueltos, el tándem metal-timbales como nunca, el clarinete sobrevolando siempre arrullado por la cuerda, el aire vienés respetuoso como la partitura de quien ya había roto moldes pero no reniega de la herencia recibida. Y sobre todo el Allegro vivace que abre de par en par los ventanales orquestales, el riesgo de dinámicas extremas desde el vértigo que pareció tambalearse pero resultó impulso celestial, la adrenalina que devuelve alegría, fuertes convincentes, pianos cortantes, silencios realzando, crescendi casi ilimitados, la apuesta de un joven Viotti que está llamado a consolidarse pronto como una realidad en los podios de las llamadas grandes formaciones y que ha hecho grande de nuevo a la OSPA, siempre resuelta y segura en el repertorio sinfónico. Tomen nota: Lorenzo Viotti, seriedad desde la juventud con trabajo concienzudo, muchas ganas e ideas claras que transmite y convenció a todos, y el público lo agradeció con aplausos más que merecidos y hasta tres salidas una vez finalizado el concierto.

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