Poker de eMes: Milán, Mozart, Mahler... ¡y Myung!
Sábado 16 de abril, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: Filarmónica della Scala de Milán, Myung-whun Chung (director). Obras de Mozart y Mahler.
La orquesta fundada por Abbado en 1982 volvía al auditorio ovetense este sábado de abril lluvioso tras los anteriores conciertos del 31 de mayo de 2011 con Semyon Bychkov (apuntando ya como mahleriana con una sexta en el recuerdo) y del 31 de mayo de 2015 con Daniel Harding (en programa más "italiano"). El maestro Myung-whun Chung ya nos visitó con la Orquesta Philharmonique de Radio France, el 19 de marzo de 2012, pero este 16 de abril de 2016 que quiero remarcar, confluían la formación milanesa -en una larga tournée europea con Oviedo como única parada española- y el director de Seúl con un programa que tendría muchas "M" como protagonista, uniendo localidad, nombre y compositores con "Maravillosa", un concierto para recordar a partir de una orquesta perfecta en todas las secciones, de sonido preciosista y claro en todas las dinámicas, pero sobre todo con la Maestría de un Myung-whun Chung que domina todos los detalles de las partituras y sabe sacar a flote lo que considera realzable sin olvidar que todo es importante, con un estilo tal vez austero a la vista pero efectivo en todo momento, aumentando el gesto lo preciso y como los grandes, siempre adelantándose lo justo (como debe ser siempre) para que la orquesta responda sin titubear. Como su maestro Giulini, Chung conoce la necesidad de cada músico de sentirse el protagonista y a ellos cedió los innumerables aplausos, incluso sentándose en las rodillas del concertino cuando la orquesta quedó rendida a su magisterio, convenciéndoles para levantarse y ocupar la silla de Francesco De Angelis. Grandeza de director genial, sencillo, nada divo, cercano y amable (tuve el honor de estrechar su mano cuando se dirigía al coche que le llevaría al hotel nada más finalizar el concierto) que seguirá dando muchas alegrías a la interpretación musical.
La Sinfonía nº 40 en sol menor, K. 550 (Mozart) sonó impecable, perfecta, milimétrica en todo, sin necesidad de criterios históricos porque cuando hay calidad degustamos la globalidad sin más. Hay referencias grabadas para todos los gustos y tengo muchas en diferentes soportes, pero la escuchada por la orquesta milanesa con el surcoreano al frente no tiene nada que envidiarles. El Molto allegro sin complejos por el tempo, virtuoso para poder escucharse todo lo escrito por el genio de Salzburgo, degustar la forma sonata bitemática con claridad de ideas y planos sonoros perfectos. El Andante como debe ser, tranquilo, cuerda sedosa de graves poderosos y presentes, viento orgánico tanto en la el metal -versión primigenia sin trompetas ni timbales- como la madera, planos protagonistas de una sutileza encominable para escuchar cada contestación elevando la cuerda desde la madera con una gama dinámica y una pulsación mantenida sin apenas rubato y así alcanzar el equilibrio clásico en su estado puro. El Menuetto: Trío atacado con brío, los pocos momentos donde el Maestro Chung parece salir de su estado natural, la cuerda sonando por cada familia manteniendo unidad: violas a la derecha permutadas con los chelos, madera impecable, nueva gama de matices para unos colores cual galería de pinacoteca musical, todas las notas precisas y claras, trompas en empaste bucólico por lo pastoriles, manteniéndose la pulsión exacta sin manierismos pese a las hemiolias que resultan naturales a más no poder. Y aún quedaba el Allegro assai para corroborar una interpretación mozartiana de excelencia. nueva apuesta por arriesgar con la velocidad sabedores del resultado deseado, sin perderse ni una nota, el balance ideal y pequeños momentos de recreo casi marcados por las intervenciones solistas con la libertad necesaria para moldear las melodías manteniendo una personalidad global. Los acentos y amplia gama dinámica eran un placer observarlos mirando directamente al podio: batuta implacable, mano izquierda impecable, verticalidad apenas perdida en los cambios de tema o preparando cada matiz, para redondear una "cuarenta de Mozart" de manual, inmejorable en la actualidad.
Mis amigos y seguidores conocen mi debilidad por Mahler, y tras el altísimo nivel de Mozart era previsible que la "Quinta" (y no hay ninguna mala) iba a ser para recordar mucho tiempo.
La Sinfonía nº 5 en do sostenido menor (veranos de 1901 y 1902, estrenada en Colonia el 18 de octubre de 1904) sirvió para sacar todo el arsenal de los milaneses y afrontar con rigor además de sentimiento una obra de la que el propio compositor dijo: “¡Ojalá mi sinfonía hubiera de estrenarse cincuenta años después de mi muerte!” como recoge mi admirado Ramón Sobrino en las notas al programa. Esta quinta sufrió revisiones posteriores y mantuvo su éxito en cada interpretación. La de Myung-whun Chung con la Filarmónica de la Scala de Milán en Oviedo resultó apoteósica y el tiempo de Mahler ha llegado antes de lo que él se imaginó, merced al coreano-americano que la lleva en su ADN. Nueve contrabajos para que hagan los cálculos de la enorme cuerda utilizada (completada con arpa más 4 flautas y piccolos, 3 oboes, 3 clarinetes, 2 fagotes, contrafagot, 6 trompas, 4 trompetas, 3 trombones, tuba, timbales más cuatro percusionistas), y todas las virtudes disfrutadas en la primera parte.
La trompeta arrancó la Trauermarsch. In gemessenem Schritt. Streng. Wie ein Kondukt, marcha fúnebre continuada por una cuerda de terciopelo, sentimientos musicales llenos de belleza, paso lento roto por referencias a los lieder que el propio Gustav utilizará tantas veces, el torbellino de luz y sonido de cada sección orquestal, agitación y coral universal en un primer bloque de dos movimientos con protagonismo compartido por todos desde la excelencia de los primeros atriles y hasta de una tuba clara en fraseo además de emisión y afinación virtuosística, con Chung atento preparando cada giro de la partitura. Imposible desgranar tantos momentos delicados e intervenciones porque el conjunto lo hacía aún mejor que los detalles aislados pese a ser muchos pero el Stürmisch bewegt. Mit größter Vehemenz ("Turbulento (con gran violencia") puso en lo alto la capacidad sonora completada con el lirismo de una cuerda en estado de gracia y una madera diría que estratosférica para cerrar este primer bloque de dos movimientos cual ideal vital de un Mahler pletórico en ese momento, lo que se transmite con la escucha de este segundo movimiento.
Una "pausa" bien marcada desde el podio dio paso al Scherzo. Kräftig, nicht zu schnell central, segundo bloque de la obra, donde pudimos disfrutar los solos del ovetense Jorge Monte De Fez, un placer de sonido redondo, rico en matices y armónicos desde una afinación perfecta. Este movimiento une ländler y vals vienés que pocos directores son capaces de transmitir pero que el tándem "M" llevó con solvencia y lleno de evocaciones alpinas, campesinas y urbanas de la Viena todopoderosa. Toda la inquietud que refleja queda perfectamente subrayada por una instrumentación única donde trompetas con sordina y clarinetes se ensamblan en sonoridades propias desde una emisión muy trabajada, así como las otras cinco trompas, los detalles de la percusión, la cuerda siempre presente apoyando cuando no tomando la melodía, con unos pizzicatti casi de gigantesca mandolina remarcando las maderas y contestadas por las trompas, todo con una estructura polifónica para seguir disfrutando de la orquesta como ente propio y un Chung todopoderoso sin necesidad de ampulosidades.
La tercera parte no solo mantuvo toda la emoción sino que continuó creciendo, primero en el maravilloso cuarto movimiento del Adagietto. Sehr langsam que nos puso un nudo en la garganta disfrutando del arpa y la sección de cuerda como nunca, pulsación lenta para recrearse en la corporeidad tímbrica del agudo al grave, delicadeza del primero al último compás que parece no llegar y ha hecho de este "Adagietto" la banda sonora de muchos momentos propios, belleza del dolor hecho música por alguien con una vida azarosa donde la felicidad duró poco pero cuya declaración de amor hacia Alma resultó desde entonces eterna. Hacía tiempo que el silencio en la sala no era tan unánime y hasta se podía cortar con los arcos de una orquesta plegada a un director como ninguna.
El Rondo-Finale. Allegro consiguió alcanzar el cenit interpretativo tras un ascenso sin tregua en la gama emotiva, a través de un fugado trufado de sobresaltos donde el "sherpa" Chung hizo de las dificultades fortaleza sin caer en trampas y escuchando fácilmente todo el camino diseñado por Mahler. No tengo palabras suficientes para transmitir lo sentido en esta hora larga de música, si un movimiento parecía bueno, el siguiente todavía mejor. Tras la hondura del lento, la alegría final presentada primero por las trompas y después la madera siguió engordando con la cuerda, el empuje que hacía sencillo superar lo que quedaba, calidades en sana disputa y la complicidad desde la batuta aupada en el podio de terciopelo granate, como los colores milaneses, cantando los lieder tan inspiradores de Mahler en una sinfonía sin voz pero con todo el lirismo de la música absoluta despojada de lo humano para elevarlo a universal.
La orquesta fundada por Abbado en 1982 volvía al auditorio ovetense este sábado de abril lluvioso tras los anteriores conciertos del 31 de mayo de 2011 con Semyon Bychkov (apuntando ya como mahleriana con una sexta en el recuerdo) y del 31 de mayo de 2015 con Daniel Harding (en programa más "italiano"). El maestro Myung-whun Chung ya nos visitó con la Orquesta Philharmonique de Radio France, el 19 de marzo de 2012, pero este 16 de abril de 2016 que quiero remarcar, confluían la formación milanesa -en una larga tournée europea con Oviedo como única parada española- y el director de Seúl con un programa que tendría muchas "M" como protagonista, uniendo localidad, nombre y compositores con "Maravillosa", un concierto para recordar a partir de una orquesta perfecta en todas las secciones, de sonido preciosista y claro en todas las dinámicas, pero sobre todo con la Maestría de un Myung-whun Chung que domina todos los detalles de las partituras y sabe sacar a flote lo que considera realzable sin olvidar que todo es importante, con un estilo tal vez austero a la vista pero efectivo en todo momento, aumentando el gesto lo preciso y como los grandes, siempre adelantándose lo justo (como debe ser siempre) para que la orquesta responda sin titubear. Como su maestro Giulini, Chung conoce la necesidad de cada músico de sentirse el protagonista y a ellos cedió los innumerables aplausos, incluso sentándose en las rodillas del concertino cuando la orquesta quedó rendida a su magisterio, convenciéndoles para levantarse y ocupar la silla de Francesco De Angelis. Grandeza de director genial, sencillo, nada divo, cercano y amable (tuve el honor de estrechar su mano cuando se dirigía al coche que le llevaría al hotel nada más finalizar el concierto) que seguirá dando muchas alegrías a la interpretación musical.
La Sinfonía nº 40 en sol menor, K. 550 (Mozart) sonó impecable, perfecta, milimétrica en todo, sin necesidad de criterios históricos porque cuando hay calidad degustamos la globalidad sin más. Hay referencias grabadas para todos los gustos y tengo muchas en diferentes soportes, pero la escuchada por la orquesta milanesa con el surcoreano al frente no tiene nada que envidiarles. El Molto allegro sin complejos por el tempo, virtuoso para poder escucharse todo lo escrito por el genio de Salzburgo, degustar la forma sonata bitemática con claridad de ideas y planos sonoros perfectos. El Andante como debe ser, tranquilo, cuerda sedosa de graves poderosos y presentes, viento orgánico tanto en la el metal -versión primigenia sin trompetas ni timbales- como la madera, planos protagonistas de una sutileza encominable para escuchar cada contestación elevando la cuerda desde la madera con una gama dinámica y una pulsación mantenida sin apenas rubato y así alcanzar el equilibrio clásico en su estado puro. El Menuetto: Trío atacado con brío, los pocos momentos donde el Maestro Chung parece salir de su estado natural, la cuerda sonando por cada familia manteniendo unidad: violas a la derecha permutadas con los chelos, madera impecable, nueva gama de matices para unos colores cual galería de pinacoteca musical, todas las notas precisas y claras, trompas en empaste bucólico por lo pastoriles, manteniéndose la pulsión exacta sin manierismos pese a las hemiolias que resultan naturales a más no poder. Y aún quedaba el Allegro assai para corroborar una interpretación mozartiana de excelencia. nueva apuesta por arriesgar con la velocidad sabedores del resultado deseado, sin perderse ni una nota, el balance ideal y pequeños momentos de recreo casi marcados por las intervenciones solistas con la libertad necesaria para moldear las melodías manteniendo una personalidad global. Los acentos y amplia gama dinámica eran un placer observarlos mirando directamente al podio: batuta implacable, mano izquierda impecable, verticalidad apenas perdida en los cambios de tema o preparando cada matiz, para redondear una "cuarenta de Mozart" de manual, inmejorable en la actualidad.
Mis amigos y seguidores conocen mi debilidad por Mahler, y tras el altísimo nivel de Mozart era previsible que la "Quinta" (y no hay ninguna mala) iba a ser para recordar mucho tiempo.
La Sinfonía nº 5 en do sostenido menor (veranos de 1901 y 1902, estrenada en Colonia el 18 de octubre de 1904) sirvió para sacar todo el arsenal de los milaneses y afrontar con rigor además de sentimiento una obra de la que el propio compositor dijo: “¡Ojalá mi sinfonía hubiera de estrenarse cincuenta años después de mi muerte!” como recoge mi admirado Ramón Sobrino en las notas al programa. Esta quinta sufrió revisiones posteriores y mantuvo su éxito en cada interpretación. La de Myung-whun Chung con la Filarmónica de la Scala de Milán en Oviedo resultó apoteósica y el tiempo de Mahler ha llegado antes de lo que él se imaginó, merced al coreano-americano que la lleva en su ADN. Nueve contrabajos para que hagan los cálculos de la enorme cuerda utilizada (completada con arpa más 4 flautas y piccolos, 3 oboes, 3 clarinetes, 2 fagotes, contrafagot, 6 trompas, 4 trompetas, 3 trombones, tuba, timbales más cuatro percusionistas), y todas las virtudes disfrutadas en la primera parte.
La trompeta arrancó la Trauermarsch. In gemessenem Schritt. Streng. Wie ein Kondukt, marcha fúnebre continuada por una cuerda de terciopelo, sentimientos musicales llenos de belleza, paso lento roto por referencias a los lieder que el propio Gustav utilizará tantas veces, el torbellino de luz y sonido de cada sección orquestal, agitación y coral universal en un primer bloque de dos movimientos con protagonismo compartido por todos desde la excelencia de los primeros atriles y hasta de una tuba clara en fraseo además de emisión y afinación virtuosística, con Chung atento preparando cada giro de la partitura. Imposible desgranar tantos momentos delicados e intervenciones porque el conjunto lo hacía aún mejor que los detalles aislados pese a ser muchos pero el Stürmisch bewegt. Mit größter Vehemenz ("Turbulento (con gran violencia") puso en lo alto la capacidad sonora completada con el lirismo de una cuerda en estado de gracia y una madera diría que estratosférica para cerrar este primer bloque de dos movimientos cual ideal vital de un Mahler pletórico en ese momento, lo que se transmite con la escucha de este segundo movimiento.
Una "pausa" bien marcada desde el podio dio paso al Scherzo. Kräftig, nicht zu schnell central, segundo bloque de la obra, donde pudimos disfrutar los solos del ovetense Jorge Monte De Fez, un placer de sonido redondo, rico en matices y armónicos desde una afinación perfecta. Este movimiento une ländler y vals vienés que pocos directores son capaces de transmitir pero que el tándem "M" llevó con solvencia y lleno de evocaciones alpinas, campesinas y urbanas de la Viena todopoderosa. Toda la inquietud que refleja queda perfectamente subrayada por una instrumentación única donde trompetas con sordina y clarinetes se ensamblan en sonoridades propias desde una emisión muy trabajada, así como las otras cinco trompas, los detalles de la percusión, la cuerda siempre presente apoyando cuando no tomando la melodía, con unos pizzicatti casi de gigantesca mandolina remarcando las maderas y contestadas por las trompas, todo con una estructura polifónica para seguir disfrutando de la orquesta como ente propio y un Chung todopoderoso sin necesidad de ampulosidades.
La tercera parte no solo mantuvo toda la emoción sino que continuó creciendo, primero en el maravilloso cuarto movimiento del Adagietto. Sehr langsam que nos puso un nudo en la garganta disfrutando del arpa y la sección de cuerda como nunca, pulsación lenta para recrearse en la corporeidad tímbrica del agudo al grave, delicadeza del primero al último compás que parece no llegar y ha hecho de este "Adagietto" la banda sonora de muchos momentos propios, belleza del dolor hecho música por alguien con una vida azarosa donde la felicidad duró poco pero cuya declaración de amor hacia Alma resultó desde entonces eterna. Hacía tiempo que el silencio en la sala no era tan unánime y hasta se podía cortar con los arcos de una orquesta plegada a un director como ninguna.
El Rondo-Finale. Allegro consiguió alcanzar el cenit interpretativo tras un ascenso sin tregua en la gama emotiva, a través de un fugado trufado de sobresaltos donde el "sherpa" Chung hizo de las dificultades fortaleza sin caer en trampas y escuchando fácilmente todo el camino diseñado por Mahler. No tengo palabras suficientes para transmitir lo sentido en esta hora larga de música, si un movimiento parecía bueno, el siguiente todavía mejor. Tras la hondura del lento, la alegría final presentada primero por las trompas y después la madera siguió engordando con la cuerda, el empuje que hacía sencillo superar lo que quedaba, calidades en sana disputa y la complicidad desde la batuta aupada en el podio de terciopelo granate, como los colores milaneses, cantando los lieder tan inspiradores de Mahler en una sinfonía sin voz pero con todo el lirismo de la música absoluta despojada de lo humano para elevarlo a universal.
La Filarmonica della Scala resultó la orquesta ideal para Mahler y esta "Quinta" por calidad en todos sus efectivos, ductilidad y sobre todo por el toque diferenciador que puso el maestro Myung-whun Chung que se siente cómodo con los dos "vieneses de adopción", el de Salzburgo y el bohemio director de la ópera al que la vida no se lo puso fácil. Me faltó la tertulia tras el concierto, pero estoy convencido que para muchos de los presentes venidos incluso de fuera y llenando el auditorio, este concierto lo recordarán mucho tiempo. El director nacido el 22 de enero de 1952 está en plenitud de forma para afrontar la integral de cualquiera de los grandes compositores de la historia, y no me importaría que Mahler fuera uno de ellos, pues donde lo interpreta hace crecer aún más esa orquesta, y la milanesa lo corroboró este sábado donde la climatología ayudó a revolver sentimientos íntimos con la música escuchada.
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