Gene y Fred
Viernes 25 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono nº 13 OSPA; Dylana Jenson (violín), David Lockington (director). Obras de Ginastera, Lalo, Bernstein y Borodin.
El programa de abono que nos reencontró con uno de mis aspirantes preferidos a la titularidad, y nombrado principal director invitado, giró en torno a las danzas, obras conocidas y popularizadas algunas por Dudamel con "La Bolívar" aunque la madurez de la OSPA consiguió el siempre necesario poso y Lockington es la elegancia británica desde el podio atento a cada detalle. Como se respiraba cierto ambiente cinematográfico en estas músicas de danza, sería como comparar a Gene Kelly con Fred Astaire, los dos grandes pero de estilos y repertorios muy distintos, sin olvidarnos de las parejas de baile que ambos tuvieron, y esta vez la "asturiana" resultó Ginger Rogers en vez de Cyd Charisse.
"Estancia" en Argentina es una finca, algunas mayores que todo Extremadura, por lo que cuando llegas a esta tierra te desean "feliz estadía". Alberto Ginastera escribe su ballet Estancia cuya "Suite" de cuatro Danzas Op. 8a (1941) tienen todos los elementos que las orquestas y público desean: ritmos contagiosos, orquestación poderosa, melodías pegadizas, mezcla de popular y sinfónico, contrastes dinámicos y la rememoranza del escenario donde se desenvuelve la acción:
I. Los trabajadores agrícolas prepara el ritmo trepidante que la orquesta logró desde el ataque bien llevada por el maestro inglés, con un empaste total; II. Danza del trigo trajo dinámicas muy cuidadas y la cuerda "pellizcando" con redondez las intervenciones solistas de la calidad a la que nos tienen acostumbrados Myra y Vasiliev; III. Los peones de hacienda breve y bueno, abanico de timbres en una orquestación de nuestro tiempo, y tras la pausa obligada por la sintonía en anfiteatro del Gran Vals de Tárrega típica de "celulares" y maleducadas de edad (1), la IV. Danza final: Malambo, competencia masculina cual cerviches pamperos en taconeo que hasta los músicos incorporaron como si en la partitura se marcase, enriqueciendo aún más esta visión elegante de estas danzas que todas las secciones disfrutaron, especialmente la percusión que este viernes trabajó a destajo. Destacar la precisión siempre necesaria y aún más en esta obra compleja rítmicamente que la sabia batuta logró.
La biografía de Dylana Jenson, esposa de Lockington, es de película cuya banda sonora está escrita para violín. La Sinfonía española, Op. 21 del francés Edouard Lalo es realmente "un concierto para violín y orquesta evitando cadenzas y ejercicios de gran virtuosismo" como comenta Eduardo G. Salueña en las excelentes notas al programa (que están enlazadas al inicio de esta entrada en los nombres de los compositores). La dedicatoria de la obra a Sarasate se nota en los números elegidos (faltó el Intermezzo) por la violinista de origen costarricense, más por la herencia musical del navarro que por fuentes directas del francés de ascendencia española, aunque la habanera sea ya en su época internacional. El sonido de Dylana es cálido, elegante como la dirección y perfecto maridaje musical que la OSPA entendió desde la primera nota del Allegro non troppo, continuando en el Scherzando: Allegro molto con reminiscencias también danzarinas (vals y seguidilla) desde unos rubatos bien conseguidos. El Andante rebosó musicalidad y romanticismo por todas partes, terciopelo sin sensiblerías, para desembocar en el conocido Rondo: Allegro más francés que español pero universal sin perder ese ritmo latente de una obra que Lockington y la OSPA concertaron perfectamente con Jenson.
Nuevo contraste entre siglos para la segunda parte con las danzas como hilo conductor, primero Bernstein y las Danzas sinfónicas de "West Side Story", antídoto para toses (como comentaba un amigo cantante) al resultar muy conocidas, lo que juega siempre a favor, y sobre todo no dar lugar al respiro. Rafa brillando en la batería con todos y cada uno de los números, bien secundado por sus compañeros de percusión, la versión de Lockington volvió a ser elegante, estilizada, de etiqueta frente al chándal, huyendo de sensacionalismos, cuidando el sonido de cada número y con las dinámicas adecuadas en todos ellos, destacando un Mambo muy sinfónico y poderoso, así como el Rumble (Estruendo) de musicalidad nunca ruidosa, y si los metales brillaron con sol, la madera fue sombra perfecta pero la cuerda resultó cual luna llena.
Y si hay danzas sinfónicas poderosas, exigentes para todos pero también agradecidas por lo populares, esas son las Danzas polovtsianas de "El Príncipe Igor" (Borodin). Siempre está bien programar obras del siglo XX sin olvidar la referencia del XIX por todo lo que supone de historia orquestal y bagaje útil para toda formación de nivel que se precie, y la OSPA lleva tiempo ahí. Tras todo lo escuchado anteriormente no había mejor forma de concluir este concierto de danzas que el maestro inglés afincado en EE.UU. supo sacar con brillantez y energía siempre desde una gestualidad clara y concisa. De nuevo todos los solistas pudieron demostrar su excelencia (que es mucha en todos y cada uno de ellos) en las cinco danzas que son más escuchadas que la ópera a la que pertenecen. Arriesgando en tiempos y dinámicas creo que el resultado global fue notable alto sin llegar a sobresaliente, más por lo perentorio de ampliar la sección de cuerda que nos dé el equilibrio perfecto para dinámicas como las que Borodin y tantos otros plantean, aunque la sabiduría desde el podio está precisamente en aminorar el resto. Así pudimos escuchar todo con el volumen correcto sin perder la globalidad ni la importancia de cada nota en su contexto. Examen superado y disfrute total del concierto.
Para concluir nada mejor que lo también comentado con mi admirado tenor amigo al salir del Auditorio: cómo se nota cuándo los compositores también son directores, conocedores del instrumento para el que escriben desde la realidad sonora y no desde la soledad interior. Lockington se queda otra semana en Asturias, y el programa promete...
El programa de abono que nos reencontró con uno de mis aspirantes preferidos a la titularidad, y nombrado principal director invitado, giró en torno a las danzas, obras conocidas y popularizadas algunas por Dudamel con "La Bolívar" aunque la madurez de la OSPA consiguió el siempre necesario poso y Lockington es la elegancia británica desde el podio atento a cada detalle. Como se respiraba cierto ambiente cinematográfico en estas músicas de danza, sería como comparar a Gene Kelly con Fred Astaire, los dos grandes pero de estilos y repertorios muy distintos, sin olvidarnos de las parejas de baile que ambos tuvieron, y esta vez la "asturiana" resultó Ginger Rogers en vez de Cyd Charisse.
"Estancia" en Argentina es una finca, algunas mayores que todo Extremadura, por lo que cuando llegas a esta tierra te desean "feliz estadía". Alberto Ginastera escribe su ballet Estancia cuya "Suite" de cuatro Danzas Op. 8a (1941) tienen todos los elementos que las orquestas y público desean: ritmos contagiosos, orquestación poderosa, melodías pegadizas, mezcla de popular y sinfónico, contrastes dinámicos y la rememoranza del escenario donde se desenvuelve la acción:
I. Los trabajadores agrícolas prepara el ritmo trepidante que la orquesta logró desde el ataque bien llevada por el maestro inglés, con un empaste total; II. Danza del trigo trajo dinámicas muy cuidadas y la cuerda "pellizcando" con redondez las intervenciones solistas de la calidad a la que nos tienen acostumbrados Myra y Vasiliev; III. Los peones de hacienda breve y bueno, abanico de timbres en una orquestación de nuestro tiempo, y tras la pausa obligada por la sintonía en anfiteatro del Gran Vals de Tárrega típica de "celulares" y maleducadas de edad (1), la IV. Danza final: Malambo, competencia masculina cual cerviches pamperos en taconeo que hasta los músicos incorporaron como si en la partitura se marcase, enriqueciendo aún más esta visión elegante de estas danzas que todas las secciones disfrutaron, especialmente la percusión que este viernes trabajó a destajo. Destacar la precisión siempre necesaria y aún más en esta obra compleja rítmicamente que la sabia batuta logró.
La biografía de Dylana Jenson, esposa de Lockington, es de película cuya banda sonora está escrita para violín. La Sinfonía española, Op. 21 del francés Edouard Lalo es realmente "un concierto para violín y orquesta evitando cadenzas y ejercicios de gran virtuosismo" como comenta Eduardo G. Salueña en las excelentes notas al programa (que están enlazadas al inicio de esta entrada en los nombres de los compositores). La dedicatoria de la obra a Sarasate se nota en los números elegidos (faltó el Intermezzo) por la violinista de origen costarricense, más por la herencia musical del navarro que por fuentes directas del francés de ascendencia española, aunque la habanera sea ya en su época internacional. El sonido de Dylana es cálido, elegante como la dirección y perfecto maridaje musical que la OSPA entendió desde la primera nota del Allegro non troppo, continuando en el Scherzando: Allegro molto con reminiscencias también danzarinas (vals y seguidilla) desde unos rubatos bien conseguidos. El Andante rebosó musicalidad y romanticismo por todas partes, terciopelo sin sensiblerías, para desembocar en el conocido Rondo: Allegro más francés que español pero universal sin perder ese ritmo latente de una obra que Lockington y la OSPA concertaron perfectamente con Jenson.
Nuevo contraste entre siglos para la segunda parte con las danzas como hilo conductor, primero Bernstein y las Danzas sinfónicas de "West Side Story", antídoto para toses (como comentaba un amigo cantante) al resultar muy conocidas, lo que juega siempre a favor, y sobre todo no dar lugar al respiro. Rafa brillando en la batería con todos y cada uno de los números, bien secundado por sus compañeros de percusión, la versión de Lockington volvió a ser elegante, estilizada, de etiqueta frente al chándal, huyendo de sensacionalismos, cuidando el sonido de cada número y con las dinámicas adecuadas en todos ellos, destacando un Mambo muy sinfónico y poderoso, así como el Rumble (Estruendo) de musicalidad nunca ruidosa, y si los metales brillaron con sol, la madera fue sombra perfecta pero la cuerda resultó cual luna llena.
Y si hay danzas sinfónicas poderosas, exigentes para todos pero también agradecidas por lo populares, esas son las Danzas polovtsianas de "El Príncipe Igor" (Borodin). Siempre está bien programar obras del siglo XX sin olvidar la referencia del XIX por todo lo que supone de historia orquestal y bagaje útil para toda formación de nivel que se precie, y la OSPA lleva tiempo ahí. Tras todo lo escuchado anteriormente no había mejor forma de concluir este concierto de danzas que el maestro inglés afincado en EE.UU. supo sacar con brillantez y energía siempre desde una gestualidad clara y concisa. De nuevo todos los solistas pudieron demostrar su excelencia (que es mucha en todos y cada uno de ellos) en las cinco danzas que son más escuchadas que la ópera a la que pertenecen. Arriesgando en tiempos y dinámicas creo que el resultado global fue notable alto sin llegar a sobresaliente, más por lo perentorio de ampliar la sección de cuerda que nos dé el equilibrio perfecto para dinámicas como las que Borodin y tantos otros plantean, aunque la sabiduría desde el podio está precisamente en aminorar el resto. Así pudimos escuchar todo con el volumen correcto sin perder la globalidad ni la importancia de cada nota en su contexto. Examen superado y disfrute total del concierto.
Para concluir nada mejor que lo también comentado con mi admirado tenor amigo al salir del Auditorio: cómo se nota cuándo los compositores también son directores, conocedores del instrumento para el que escriben desde la realidad sonora y no desde la soledad interior. Lockington se queda otra semana en Asturias, y el programa promete...
(1) La teoría que mantengo tiene explicación: la sintonía es de teléfonos móviles ya "antiguos", habituales en personas de edad que realmente pueden necesitarlo pero con los servicios básicos, y el tiempo empleado para apagarlo suele ser femenino al estar "perdido" dentro de su funda a punto o tela, en el fondo de un bolso lleno al que cuesta acceder. También es "de película"...
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