Un arco iris de sonidos
Viernes 18 de octubre, 21:00 horas. XXX Festival de Internacional de Órgano Catedral de León: Giampaolo di Rosa. Obras de Bach, Beethoven, Guilmant, Liszt y Di Rosa. Entrada libre.
Desde la inauguración el pasado 21 de septiembre me he permitido bautizar el nuevo órgano de Klais como "El Bicho de León", pues el otro se encuentra en el Duomo de Milán así apodado por mi amigo Paolo Zacchetti. Y parece que lo de estos "animales sonoros" ha calado porque el regreso triunfal a León del fantástico Giampaolo di Rosa lo glosó finalizando el concierto su director Samuel Rubio que hablaba del caballo salvaje y el domador italiano, organista enamorado de su trabajo, asiduo de este festival, y a la vista de lo escuchado más lo leído en las notas al programa, del instrumento: "Un órgano en sí mismo, y en particular este nuevo... es un monumento del ingenio humano. Con ese instrumento se materializan las posibilidades realmente infinitas de producir continuamente lo que no es material, y que solo puede ser escuchado: el sonido con todos sus colores".
Si en el programa primó la literatura pianística que Giampaolo domina como nadie, la luz que suponen las transcripciones al instrumento rey resultan recreaciones precisamente por la riqueza tímbrica que se consigue, y más en este órgano con tantísimas combinaciones de registros que explican la semana previa de trabajo más los 95 minutos de concierto que de no ser por la hora seguramente serían muchos más. Para los conocecores de la distinta técnica exigida para el piano y el órgano está bien ir un poco más allá del lenguaje de las 88 teclas y cambiar la fuerza física por la búsqueda del color que se logra en el rey de los instrumentos, siendo habituales las reducciones orquestales (Liszt fue uno de los grandes) pero también adaptaciones, más que transcripciones, como la que brindó Guillou el día de San Mateo, admirado y maestro del organista italiano.
El decimoquinto concierto de esta trigésima edición del prestigioso festival leonés volvía a corregir el inicialmente previsto en la Web pero bien en el programa completo, arrancando súbito con el Preludio y fuga en mi menor, BWV 548 (Bach) en el teclado IV y pedalero casi en su totalidad, sonidos recios, potentes y casi austeros hasta que comienza a crecer y saltar de teclados en los pasajes virtuosos, y no digamos en la fuga vertiginosa, presto en aire y registros cambiando a velocidad estratosférica los sonidos en cascada colorista que pasaba de una nave a otra.
La Sonata en do menor op. 13 nº 8 "Patética" de Beethoven es una delicia al piano que en la transcripción del propio Giampaolo cobra nueva vida en el nuevo Klais. El Grave/Allegro di molto e con brìo marcó la línea a seguir en toda la obra, con lo apuntado anteriormente de cambiar fuerza por registros sin olvidarnos el pedalero que consigue ambientes únicos; el intimista Adagio cantabile -que en mis años jóvenes tocaba en la Iglesia- jugó con flautados alternados en los teclados IV y II (rotos por los dichosos móviles) para desembocar en un pleno Rondo (Allegro) de regusto bachiano en música y registros elegidos, permanente búsqueda tímbrica en los cinco teclados y pedalero, combinaciones enganchadas entre unos y otros que dieron otra iluminación a la sonata del sordo de Bonn con multitud de rubati siempre aprovechados para la multitud de cambios sonoros realizados por el virtuoso trasalpino.
La segunda obra "puramente organística" sería el Adagio (de la Sonata nº 5 opus 80 en do menor) de Guilmant, la misma del Allegro appasionato interpretado por Ana Belén García en Astorga. Con el sabor romántico francés en sabia elección de registros donde la dulzaina del teclado V logró ese ambiente de penumbra luminosa y que personalmente fue lo que más me llegó.
El terremoto sonoro de magnitud 9 en la "escala Klais" estaba por llegar, y todos en el epicentro. Liszt el grande del piano, el endemoniado arrepentido, compone la Fantasía y fuga sobre B.A.C.H. que Di Rosa transcribe para el órgano, para el universo majestuoso de timbres en unos pies aún más rápidos que las manos saltando por los cinco teclados, pedal de expresión y por momentos masa cegadora en tutti cual cascada lumínica antes de recuperar los colores básicos. Derroche sonoro, virtuosístico, físico para una obra de envergadura casi inalcanzable en un reto que muchos organistas se plantean de seguir engrandeciendo lo naturalmente inmenso. Impresionismo e impresionante este Liszt di Rosa.
Un músico completo como Giampaolo di Rosa compuso por encargo para este día la obra Batalla, estreno que pude degustar en buena posición de escucha y visión para comentar que estamos ante una forma renacentista y barroca desde nuestro siglo XXI, batalla imperial como muestrario tímbrico desde la indenifición melódica en lenguaje vanguardista (en cierto modo cercano al anterior estreno de Vlahec) con tintes pianísticos en momentos puntuales, evoluciones en texturas diversas, disonancias, notas pedales, claroscuros, contrastes dinámicos increíbles, ritmos alegres, tintineantes y también de marcha, imperiales a fin de cuentas. Un estreno que sumar a la breve historia del Klais al que cada obra intenta exprimir, testar, "domar", tantear unas posibilidades que se nos hacen inalcanzables ("posibilidades realmente infinitas de producir continuamente lo que no es material, y que solo puede ser escuchado: el sonido con todos sus colores" que escribe el propio di Rosa), el público convertido en almas reflejadas por los vitrales sonoros en esta "selva de sonidos creados por el nuevo órgano". Lástima no haber podido sacar una foto de la partitura en el atril, hojas pegadas en una tabla como mosaico mudo que el milagro compositivo e interpretativo hizo hablar.
Tomás Marco, presente en la catedral, escribió dos temas sobre los que Giampaolo di Rosa realizó una improvisación (al igual que Guillou con C. Halfter), arte en el que también es un maestro, regalo de 70 aniversario para nuestro compositor madrileño. Sin peder de vista el estilo o la firma del propio Marco, pero con la óptica del italiano como si de un "espejo" se tratase, pudimos asistir casi atónitos a otro seísmo organístico, acelerandos, búsquedas extremas de frecuencias (la más grave en el pedal y la más aguda en teclado) con trémolos, trinos ostinados sobrevolando momentos espirituales en adagio, acelerandos contagiosos para el pálpito, majestuosidad y final en tutti como rúbrica homenaje y regalo mútuo de compositores e intérprete.
Todavía quedaban dos propinas, un blues que resonó en lo más íntimo de cada uno rehecho litúrgico y una marcha de salida hacia la lluvia nocturna leonesa pasadas las 22:35 para refrescar emociones con gotas de "un arco iris de sonidos" que dijese el gran Olivier Messiaen.
Nuevo éxito de Klais, de Giampaolo, de León y del Festival que todavía nos deparará dos conciertos antes de poner el cierre a esta edición de estrenos, porque 30 años sólo se cumplen una vez.
Lo seguiremos contando en esta nueva Peregrinatio.
Desde la inauguración el pasado 21 de septiembre me he permitido bautizar el nuevo órgano de Klais como "El Bicho de León", pues el otro se encuentra en el Duomo de Milán así apodado por mi amigo Paolo Zacchetti. Y parece que lo de estos "animales sonoros" ha calado porque el regreso triunfal a León del fantástico Giampaolo di Rosa lo glosó finalizando el concierto su director Samuel Rubio que hablaba del caballo salvaje y el domador italiano, organista enamorado de su trabajo, asiduo de este festival, y a la vista de lo escuchado más lo leído en las notas al programa, del instrumento: "Un órgano en sí mismo, y en particular este nuevo... es un monumento del ingenio humano. Con ese instrumento se materializan las posibilidades realmente infinitas de producir continuamente lo que no es material, y que solo puede ser escuchado: el sonido con todos sus colores".
Si en el programa primó la literatura pianística que Giampaolo domina como nadie, la luz que suponen las transcripciones al instrumento rey resultan recreaciones precisamente por la riqueza tímbrica que se consigue, y más en este órgano con tantísimas combinaciones de registros que explican la semana previa de trabajo más los 95 minutos de concierto que de no ser por la hora seguramente serían muchos más. Para los conocecores de la distinta técnica exigida para el piano y el órgano está bien ir un poco más allá del lenguaje de las 88 teclas y cambiar la fuerza física por la búsqueda del color que se logra en el rey de los instrumentos, siendo habituales las reducciones orquestales (Liszt fue uno de los grandes) pero también adaptaciones, más que transcripciones, como la que brindó Guillou el día de San Mateo, admirado y maestro del organista italiano.
La Sonata en do menor op. 13 nº 8 "Patética" de Beethoven es una delicia al piano que en la transcripción del propio Giampaolo cobra nueva vida en el nuevo Klais. El Grave/Allegro di molto e con brìo marcó la línea a seguir en toda la obra, con lo apuntado anteriormente de cambiar fuerza por registros sin olvidarnos el pedalero que consigue ambientes únicos; el intimista Adagio cantabile -que en mis años jóvenes tocaba en la Iglesia- jugó con flautados alternados en los teclados IV y II (rotos por los dichosos móviles) para desembocar en un pleno Rondo (Allegro) de regusto bachiano en música y registros elegidos, permanente búsqueda tímbrica en los cinco teclados y pedalero, combinaciones enganchadas entre unos y otros que dieron otra iluminación a la sonata del sordo de Bonn con multitud de rubati siempre aprovechados para la multitud de cambios sonoros realizados por el virtuoso trasalpino.
La segunda obra "puramente organística" sería el Adagio (de la Sonata nº 5 opus 80 en do menor) de Guilmant, la misma del Allegro appasionato interpretado por Ana Belén García en Astorga. Con el sabor romántico francés en sabia elección de registros donde la dulzaina del teclado V logró ese ambiente de penumbra luminosa y que personalmente fue lo que más me llegó.
El terremoto sonoro de magnitud 9 en la "escala Klais" estaba por llegar, y todos en el epicentro. Liszt el grande del piano, el endemoniado arrepentido, compone la Fantasía y fuga sobre B.A.C.H. que Di Rosa transcribe para el órgano, para el universo majestuoso de timbres en unos pies aún más rápidos que las manos saltando por los cinco teclados, pedal de expresión y por momentos masa cegadora en tutti cual cascada lumínica antes de recuperar los colores básicos. Derroche sonoro, virtuosístico, físico para una obra de envergadura casi inalcanzable en un reto que muchos organistas se plantean de seguir engrandeciendo lo naturalmente inmenso. Impresionismo e impresionante este Liszt di Rosa.
Un músico completo como Giampaolo di Rosa compuso por encargo para este día la obra Batalla, estreno que pude degustar en buena posición de escucha y visión para comentar que estamos ante una forma renacentista y barroca desde nuestro siglo XXI, batalla imperial como muestrario tímbrico desde la indenifición melódica en lenguaje vanguardista (en cierto modo cercano al anterior estreno de Vlahec) con tintes pianísticos en momentos puntuales, evoluciones en texturas diversas, disonancias, notas pedales, claroscuros, contrastes dinámicos increíbles, ritmos alegres, tintineantes y también de marcha, imperiales a fin de cuentas. Un estreno que sumar a la breve historia del Klais al que cada obra intenta exprimir, testar, "domar", tantear unas posibilidades que se nos hacen inalcanzables ("posibilidades realmente infinitas de producir continuamente lo que no es material, y que solo puede ser escuchado: el sonido con todos sus colores" que escribe el propio di Rosa), el público convertido en almas reflejadas por los vitrales sonoros en esta "selva de sonidos creados por el nuevo órgano". Lástima no haber podido sacar una foto de la partitura en el atril, hojas pegadas en una tabla como mosaico mudo que el milagro compositivo e interpretativo hizo hablar.
Tomás Marco, presente en la catedral, escribió dos temas sobre los que Giampaolo di Rosa realizó una improvisación (al igual que Guillou con C. Halfter), arte en el que también es un maestro, regalo de 70 aniversario para nuestro compositor madrileño. Sin peder de vista el estilo o la firma del propio Marco, pero con la óptica del italiano como si de un "espejo" se tratase, pudimos asistir casi atónitos a otro seísmo organístico, acelerandos, búsquedas extremas de frecuencias (la más grave en el pedal y la más aguda en teclado) con trémolos, trinos ostinados sobrevolando momentos espirituales en adagio, acelerandos contagiosos para el pálpito, majestuosidad y final en tutti como rúbrica homenaje y regalo mútuo de compositores e intérprete.
Todavía quedaban dos propinas, un blues que resonó en lo más íntimo de cada uno rehecho litúrgico y una marcha de salida hacia la lluvia nocturna leonesa pasadas las 22:35 para refrescar emociones con gotas de "un arco iris de sonidos" que dijese el gran Olivier Messiaen.
Nuevo éxito de Klais, de Giampaolo, de León y del Festival que todavía nos deparará dos conciertos antes de poner el cierre a esta edición de estrenos, porque 30 años sólo se cumplen una vez.
Lo seguiremos contando en esta nueva Peregrinatio.
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