De Nagasaki a Gijón
Domingo 15 de marzo, 19:30 horas. Teatro Jovellanos, Gijón: Madama Butterfly (Puccini). Segunda representación. Ópera de Oviedo, producción del Theater Magdeburg. Entrada entresuelo: 60€ (+ 1€ de gestión).
Tras asistir a la función del 21 de noviembre pasado con el llamado "reparto joven" de la ópera ovetense, había que volver a dar el espaldarazo en esta nueva apuesta de llevar a Gijón algunos títulos de la capitalina, siendo el próximo un Barbero para el 27 de junio.
Si entonces escribía "Viva las voces jóvenes forever" jugando con una de las expresiones que Pinkerton y Sharpless cantan en el primer acto, esta vez tendría que tomar otras dos que son poesía en estado puro: "hay que sembrarlo todo de abril" del segundo acto, la esperanza de Butterfly y "demasiada primavera" tras comprobar que nunca volverá con su amado.
La misma producción del otoño ovetense llegaba al invierno gijonés con apuntes primaverales aunque el blanco predomina en el entorno, como este Nagasaki que resultó como entonces elegante, imaginativo, unas luces subrayando emociones, y el mismo elenco para Gijón. Casi podríamos trasladar la casa de Cio-Cio-San al Elogio del Horizonte de Chillida y sentir la llegada del barco al puerto de El Musel.
Carmen Solís volvió a enamorar, como en la primera función del viernes, con su Butterfly de principio a fin, un personaje que crece tres años en escena con toda la gama evolutiva de adolescente enamorada, pasando por la madre esperanzada y la mujer desgraciada, privada de lo único que le queda, su hijo, lo que Puccini hace música y la soprano extremeña domina desde la sutil aparición en escena tras la tela del fondo con el cortejo de damas llegando al acto final donde hasta su harakiri es creíble. Paleta vocal rica en emociones, gusto en la línea de canto, abanico de matices, escénicamente poderosa y sobreponiéndose a una masa sonora que en el Jovellanos resultó excesiva, sin compasión, como si el arrebatado personaje contagiase a su entorno. Una triunfadora esta soprano joven que nos dará muchas noches de gloria, seguro.
De la mezzo Marina Rodríguez-Cusí sólo elogios como en Oviedo, el perfecto complemento de la protagonista, el saber estar al lado sin bajar ningún escalón, de tú a tú para una Suzuki ideal en lo vocal y en lo escénico, siendo emocionante y una pieza maestra el dúo con Cio-Cio San.
El Goro del tenor asturiano Jorge Rodríguez-Norton estuvo más contenido gestualmente que en Oviedo y más contundente en lo vocal, "secundario" de lujo como en las buenas películas y tan necesarios para completar una obra redonda, donde todo el elenco brilló, incluyendo el papel doble Yamadori - Comisario del barítono José Manuel Díaz, otro de los pilares que asientan este reparto homogéneo.
Los comprimarios con algunos "de la casa" otra vez seguros y acertados, Víctor García-Sierra, Manuel Quintana (recién llegado de Bilbao), Manuel Valiente, Marina Acuña, Ana Peinado, María Fernández o Marina Pinchuk, breves intervenciones y nuevos rayos de luz con voces jóvenes que son "siembra para abril", sin olvidarme de María, la niña actuando de niño, todo un descubrimiento para las tablas.
El Coro de la Ópera de Oviedo que dirige Patxi Aizpiri, hubiese necesitado más efectivos pero volvió a sonar compacto, tanto ellas (qué bien el coro "a boca cerrada") como ellos, encajados fuera de escena a la perfección y cantado con la dulzura que se espera. Hay cantera vocal para largo y demuestran una profesionalidad envidiable, todo un lujo contar con ellos para la ópera asturiana.
Volvió a encantarme el detalle de las "bailarinas" que ponen el toque delicado en cada intervención, especialmente la escena de los farolillos de papel.
La Oviedo Filarmonía apuntaba que sonó excesiva en dinámicas, el Jovellanos es más recogido y no necesita los mismos planos que el Campoamor. José María Moreno llevó bien los "tempos" y atendió al detalle todo lo que sonaba en el escenario, pero Puccini le pudo en la orquestación, pecó de grandilocuencia, que la tiene, pudiendo evitar algún ff que nos hubiera permitido equilibrar foso y escena. Con todo su apuesta, arriesgada, resultó ideal para esta "tragedia giapponese" y la formación ovetense volvió a demostrar madurez y solvencia en un título que tiene reciente.
Habrá que esperar por Rossini en junio con la OSPA, porque nunca es "demasiada primavera" y casi tenemos ópera en Asturias las cuatro estaciones, aunque climatológicamente sólo parezcan invierno y verano, Oviedo y Gijón como área metropolitana de la lírica. Enhorabuena por un proyecto que espero sea largo en el tiempo y sin entrar en vaivenes políticos.
Tras asistir a la función del 21 de noviembre pasado con el llamado "reparto joven" de la ópera ovetense, había que volver a dar el espaldarazo en esta nueva apuesta de llevar a Gijón algunos títulos de la capitalina, siendo el próximo un Barbero para el 27 de junio.
Si entonces escribía "Viva las voces jóvenes forever" jugando con una de las expresiones que Pinkerton y Sharpless cantan en el primer acto, esta vez tendría que tomar otras dos que son poesía en estado puro: "hay que sembrarlo todo de abril" del segundo acto, la esperanza de Butterfly y "demasiada primavera" tras comprobar que nunca volverá con su amado.
La misma producción del otoño ovetense llegaba al invierno gijonés con apuntes primaverales aunque el blanco predomina en el entorno, como este Nagasaki que resultó como entonces elegante, imaginativo, unas luces subrayando emociones, y el mismo elenco para Gijón. Casi podríamos trasladar la casa de Cio-Cio-San al Elogio del Horizonte de Chillida y sentir la llegada del barco al puerto de El Musel.
Carmen Solís volvió a enamorar, como en la primera función del viernes, con su Butterfly de principio a fin, un personaje que crece tres años en escena con toda la gama evolutiva de adolescente enamorada, pasando por la madre esperanzada y la mujer desgraciada, privada de lo único que le queda, su hijo, lo que Puccini hace música y la soprano extremeña domina desde la sutil aparición en escena tras la tela del fondo con el cortejo de damas llegando al acto final donde hasta su harakiri es creíble. Paleta vocal rica en emociones, gusto en la línea de canto, abanico de matices, escénicamente poderosa y sobreponiéndose a una masa sonora que en el Jovellanos resultó excesiva, sin compasión, como si el arrebatado personaje contagiase a su entorno. Una triunfadora esta soprano joven que nos dará muchas noches de gloria, seguro.
De la mezzo Marina Rodríguez-Cusí sólo elogios como en Oviedo, el perfecto complemento de la protagonista, el saber estar al lado sin bajar ningún escalón, de tú a tú para una Suzuki ideal en lo vocal y en lo escénico, siendo emocionante y una pieza maestra el dúo con Cio-Cio San.
El tenor Eduardo Aladrén volvió a ser un Pinkerton poderoso desde el primer acto, con un color vocal idóneo y la fuerza necesaria para no estar tapado en ningún momento, ligera nasalidad debida probablemente a un resfriado o gripe en estado de cocción, pero que resultó ideal tanto en sus arias como en los dúos, creíble, empastado, seguro y homogéneo en todo el registro.
Y siempre un placer escuchar al barítono Manuel Lanza, Sharpless todopoderoso que también debe lidiar los cambios emocionales de la protagonista, un emisario no deseado por las noticias y traicionado como Butterfly, evolución de carácter resuelta con una emisión y dicción siempre clara.El Goro del tenor asturiano Jorge Rodríguez-Norton estuvo más contenido gestualmente que en Oviedo y más contundente en lo vocal, "secundario" de lujo como en las buenas películas y tan necesarios para completar una obra redonda, donde todo el elenco brilló, incluyendo el papel doble Yamadori - Comisario del barítono José Manuel Díaz, otro de los pilares que asientan este reparto homogéneo.
Los comprimarios con algunos "de la casa" otra vez seguros y acertados, Víctor García-Sierra, Manuel Quintana (recién llegado de Bilbao), Manuel Valiente, Marina Acuña, Ana Peinado, María Fernández o Marina Pinchuk, breves intervenciones y nuevos rayos de luz con voces jóvenes que son "siembra para abril", sin olvidarme de María, la niña actuando de niño, todo un descubrimiento para las tablas.
El Coro de la Ópera de Oviedo que dirige Patxi Aizpiri, hubiese necesitado más efectivos pero volvió a sonar compacto, tanto ellas (qué bien el coro "a boca cerrada") como ellos, encajados fuera de escena a la perfección y cantado con la dulzura que se espera. Hay cantera vocal para largo y demuestran una profesionalidad envidiable, todo un lujo contar con ellos para la ópera asturiana.
Volvió a encantarme el detalle de las "bailarinas" que ponen el toque delicado en cada intervención, especialmente la escena de los farolillos de papel.
La Oviedo Filarmonía apuntaba que sonó excesiva en dinámicas, el Jovellanos es más recogido y no necesita los mismos planos que el Campoamor. José María Moreno llevó bien los "tempos" y atendió al detalle todo lo que sonaba en el escenario, pero Puccini le pudo en la orquestación, pecó de grandilocuencia, que la tiene, pudiendo evitar algún ff que nos hubiera permitido equilibrar foso y escena. Con todo su apuesta, arriesgada, resultó ideal para esta "tragedia giapponese" y la formación ovetense volvió a demostrar madurez y solvencia en un título que tiene reciente.
Habrá que esperar por Rossini en junio con la OSPA, porque nunca es "demasiada primavera" y casi tenemos ópera en Asturias las cuatro estaciones, aunque climatológicamente sólo parezcan invierno y verano, Oviedo y Gijón como área metropolitana de la lírica. Enhorabuena por un proyecto que espero sea largo en el tiempo y sin entrar en vaivenes políticos.
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