Amorós: contención y explosión
Miércoles 4 de noviembre, 20:30 horas. Teatro Jovellanos, Filarmónica de Gijón, recital de piano: Pablo Amorós. Obras de Schubert, Chopin, Granados y Falla. Entrada: 18 €.
Las sociedades filarmónicas siguen siendo la base de toda formación musical y el lugar idóneo para iniciarse en la llamada música de cámara, de la que el piano es probablemente el instrumento principal, no solo para melómanos o aficionados sino para los propios músicos en unos momentos donde la contratación es difícil y darse a conocer en vivo una verdadera odisea.
En esta temporada 2015-16 serán varios intérpretes los que pasen por el escenario del coliseo gijonés, llegando desde Córdoba el joven Pablo Amorós con un programa del que habló el día anterior invitado por el Taller de Músicos que mantiene colaboración con la sociedad local, acercando al público los concertistas que dan a conocer esos detalles ayudando a comprender y entender mejor su profesión. Parte de los asistentes aplaudían el poder escuchar obras de música española, que tristemente sigue teniendo más reconocimiento fuera de nuestra tierra como el propio Amorós ha hecho en EE.UU. por citar una de sus giras. Puede ser coincidencia que los dos elegidos para hoy falleciesen fuera de España.
Este miércoles la primera parte estuvo ocupada por dos compositores que no deben faltar en el repertorio de un pianista: Schubert con su Impromtu op. 90 nº 2 que resulta difícil para abrir boca, donde el músico cordobés mostró una de sus cualidades, la elegancia, dibujando con verdadera delicadeza todos los cromatismos sin perder las melodías, elección de aire no muy agitado, con una mano izquierda nunca ofensiva, más bien pinceladas como si de una obra vocal se tratase, y sobre todo el grueso de esta parte que recayó en Chopin, del que Amorós parece tenerle tomado su pulso desde una lectura interior, introspectiva, contenida, sin arrebatos, delicada a más no poder como en los dos nocturnos opus 27 número 1, mano izquierda de brumas y derecha luminosa, pausado para degustar el intimismo, y el número 2, posado y no pesante. Pero sobre todo en las dos baladas, la nº 3 op. 47 diseñada desde la sonoridad buscada con los fuertes contenidos y el ritmo marcado, más la nº 4 op. 52, el intimismo de la mal entendida "música de salón" donde la fuerza nunca es explosiva ni desgarradora, más bien contenida como el propio corazón del compositor polaco, dibujos delicados, casi abocetados con los toques de color en el momento justo, de "rubato" nada exagerado y siempre oportuno, todo ello trabajado desde una sonoridad aterciopelada, sonido cercano aunque capaz de llenar todo el teatro. Si los referentes del cordobés son Horowitz o Rubinstein parece claro que también quiere aportar su interpretación, la tensión necesaria y en el momento preciso capaz de arrancar indebidamente los aplausos como si acumular emociones necesitase soltarlas de golpe. No en vano la biografía del programa dice textualmente: "Un simple "nocturno" de Chopin en las manos de Amorós consigue conmover a muchos de sus oyentes", conmoción romántica entendida desde lo apolíneo y la pasión sin amaneramientos.
Hay que seguir reconociendo, interpretando y escuchando a nuestros grandes porque tanto Granados como Falla lo son. El españolismo universal bien entendido como cultura sin patrioterismos, el que bebe de las fuentes populares con distinto sello y formación pasadas por la genialidad de los compositores, la visión catalana y "afrancesada" del sur que propone Don Enrique en sus "Danzas españolas" de las que Amorós eligió la "Oriental" (nº 2) y la popular "Andaluza" (nº 5) pero sobre todo los "Valses poéticos" con referencias parisinas y chopinianas en inspiración y color, de nuevo elegancia más contención pero con "duende", andaluz que se nace y no se pace.
Pero punto y aparte resultó Falla (que no falla) como el gaditano capaz de diferenciar toda la región, las distintas provincias de la que Granada marcaría su obra, y sobre todo la Sevilla inspiradora de tantos músicos. La "Serenata Andaluza" comenzó a despeinar el talento del cordobés como traduciendo dede las fuentes lo que Don Manuel captó como nadie, las melodías cristalinas como las fuentes del Generalife o la mezquita cordobesa que tantas veces habrá imaginado el pianista. La explosión necesaria tras la contención llegaría con la "Fantasía Bética", geografía sonora de una tierra de contrastes donde lo flamenco es solamente disculpa para demostrar el dominio de la escritura pianística del fallecido en la Córdoba argentina y compuesta por encargo del virtuoso Arthur Rubinstein, verdadera fantasía para 88 teclas, cascada de color y ritmo, capaz de transmitir el taconeo y el rasgueo, verdaderos jirones del alma hechos música en el piano del cordobés intérprete, desmelenado, fogoso, encogido para sentir una guitarra de teclas dando rienda suelta al despliegue sonoro casi prohibido en la primera parte. Y como en los grandes momentos aquéllo tuvo "pellizco".
Serán leyendas urbanas pero nadie mejor que los intérpretes españoles para entender, sentir y transmitir nuestra música. Los grandes maestros de Pablo Amorós han sido referentes, especialmente Alicia de Larrocha y Joaquín Achúcarro, dominadores del piano romántico pero modelos en la música española capaz de compartir programa con Chopin y Schubert sin complejos y sin necesidad de traducción. Habrá que seguir de cerca la trayectoria de este cordobés, digno alumno de nuestros grandes intérpretes y compositores.
Las sociedades filarmónicas siguen siendo la base de toda formación musical y el lugar idóneo para iniciarse en la llamada música de cámara, de la que el piano es probablemente el instrumento principal, no solo para melómanos o aficionados sino para los propios músicos en unos momentos donde la contratación es difícil y darse a conocer en vivo una verdadera odisea.
En esta temporada 2015-16 serán varios intérpretes los que pasen por el escenario del coliseo gijonés, llegando desde Córdoba el joven Pablo Amorós con un programa del que habló el día anterior invitado por el Taller de Músicos que mantiene colaboración con la sociedad local, acercando al público los concertistas que dan a conocer esos detalles ayudando a comprender y entender mejor su profesión. Parte de los asistentes aplaudían el poder escuchar obras de música española, que tristemente sigue teniendo más reconocimiento fuera de nuestra tierra como el propio Amorós ha hecho en EE.UU. por citar una de sus giras. Puede ser coincidencia que los dos elegidos para hoy falleciesen fuera de España.
Este miércoles la primera parte estuvo ocupada por dos compositores que no deben faltar en el repertorio de un pianista: Schubert con su Impromtu op. 90 nº 2 que resulta difícil para abrir boca, donde el músico cordobés mostró una de sus cualidades, la elegancia, dibujando con verdadera delicadeza todos los cromatismos sin perder las melodías, elección de aire no muy agitado, con una mano izquierda nunca ofensiva, más bien pinceladas como si de una obra vocal se tratase, y sobre todo el grueso de esta parte que recayó en Chopin, del que Amorós parece tenerle tomado su pulso desde una lectura interior, introspectiva, contenida, sin arrebatos, delicada a más no poder como en los dos nocturnos opus 27 número 1, mano izquierda de brumas y derecha luminosa, pausado para degustar el intimismo, y el número 2, posado y no pesante. Pero sobre todo en las dos baladas, la nº 3 op. 47 diseñada desde la sonoridad buscada con los fuertes contenidos y el ritmo marcado, más la nº 4 op. 52, el intimismo de la mal entendida "música de salón" donde la fuerza nunca es explosiva ni desgarradora, más bien contenida como el propio corazón del compositor polaco, dibujos delicados, casi abocetados con los toques de color en el momento justo, de "rubato" nada exagerado y siempre oportuno, todo ello trabajado desde una sonoridad aterciopelada, sonido cercano aunque capaz de llenar todo el teatro. Si los referentes del cordobés son Horowitz o Rubinstein parece claro que también quiere aportar su interpretación, la tensión necesaria y en el momento preciso capaz de arrancar indebidamente los aplausos como si acumular emociones necesitase soltarlas de golpe. No en vano la biografía del programa dice textualmente: "Un simple "nocturno" de Chopin en las manos de Amorós consigue conmover a muchos de sus oyentes", conmoción romántica entendida desde lo apolíneo y la pasión sin amaneramientos.
Hay que seguir reconociendo, interpretando y escuchando a nuestros grandes porque tanto Granados como Falla lo son. El españolismo universal bien entendido como cultura sin patrioterismos, el que bebe de las fuentes populares con distinto sello y formación pasadas por la genialidad de los compositores, la visión catalana y "afrancesada" del sur que propone Don Enrique en sus "Danzas españolas" de las que Amorós eligió la "Oriental" (nº 2) y la popular "Andaluza" (nº 5) pero sobre todo los "Valses poéticos" con referencias parisinas y chopinianas en inspiración y color, de nuevo elegancia más contención pero con "duende", andaluz que se nace y no se pace.
Pero punto y aparte resultó Falla (que no falla) como el gaditano capaz de diferenciar toda la región, las distintas provincias de la que Granada marcaría su obra, y sobre todo la Sevilla inspiradora de tantos músicos. La "Serenata Andaluza" comenzó a despeinar el talento del cordobés como traduciendo dede las fuentes lo que Don Manuel captó como nadie, las melodías cristalinas como las fuentes del Generalife o la mezquita cordobesa que tantas veces habrá imaginado el pianista. La explosión necesaria tras la contención llegaría con la "Fantasía Bética", geografía sonora de una tierra de contrastes donde lo flamenco es solamente disculpa para demostrar el dominio de la escritura pianística del fallecido en la Córdoba argentina y compuesta por encargo del virtuoso Arthur Rubinstein, verdadera fantasía para 88 teclas, cascada de color y ritmo, capaz de transmitir el taconeo y el rasgueo, verdaderos jirones del alma hechos música en el piano del cordobés intérprete, desmelenado, fogoso, encogido para sentir una guitarra de teclas dando rienda suelta al despliegue sonoro casi prohibido en la primera parte. Y como en los grandes momentos aquéllo tuvo "pellizco".
Serán leyendas urbanas pero nadie mejor que los intérpretes españoles para entender, sentir y transmitir nuestra música. Los grandes maestros de Pablo Amorós han sido referentes, especialmente Alicia de Larrocha y Joaquín Achúcarro, dominadores del piano romántico pero modelos en la música española capaz de compartir programa con Chopin y Schubert sin complejos y sin necesidad de traducción. Habrá que seguir de cerca la trayectoria de este cordobés, digno alumno de nuestros grandes intérpretes y compositores.
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