Otro Bruckner...

Miércoles 12 de octubre, 21:00 horas. XXVIII FIOCLE, Catedral de León: Orquesta Sinfónica de Galicia, Víctor Pablo Pérez (director). Sinfonía nº 6 en LA M. (Bruckner)
"Nada se pierde, todo se transforma" dice la canción de Jorge Drexler, y es que en veinticuatro horas algo que tiene tantos ingredientes idénticos puede cambiar tanto que parece nuevo, nada es igual, nada se pierde... excepto la educación, que en España avanza a pasos agigantados hacia la mala, y no precisamente en la gente joven, pero esta vez lo dejaré para el final.
Repetía en León a Bruckner sin Mutter con la orquesta coruñesa y Víctor Pablo a la batuta, pero tras lo escuchado habría incluso tema para divagar sobre la acústica catedralicia, la colocación de la orquesta en un mismo plano sin tarimas, excepto la del director, la ubicación en el crucero y no en el altar, la mía propia casi al fondo, el volver a interpretar por tercera vez la obra, incluso en la psicología del músico y del oyente. Lo que tuve claro nada más escuchar la entrada, es que sonaba distinto ¡y mejor!.
Si escribía que la OSG no había estado bien y que Víctor Pablo pareciese germano en vez de latino, resulta que la Festividad de El Pilar pareció obrar ¿el milagro? y todo se transformó.
La Sexta de Bruckner tuvo fondo y forma (recuerdo que se trataba de la edición de L. Nowak), incluso el comentario anterior de que "tal vez la acústica me haga descubrir lo que el maestro burgalés (15-03-1954) busca en La Sexta" pareció premonitorio y el calificativo germano pasó de negativo a positivo. Esta joya sinfónica del compositor austriaco me evocó desde el Confutatis mozartiano hasta el Wagner "tetralógico", el poso o rememoranza mahleriana y hasta los corales bachianos, con una orquesta equilibrada, una cuerda corroborando ser lo mejor de ella pero esta vez con una madera atinada, gustándose, y sobre todo un metal homogéneo, empastado, en el plano siempre correcto que más bien parecía salir de los tubos del órgano leonés a punto de jubilarse. La gestualidad de Víctor Pablo fue la misma pero todo corría distinto y sin ímpetus "broncíneos", con una interpretación plenamente romántica, grande y sin histrionismos, al contrario, contenida, reposada, paladeando cada pasaje, cada sección, cada movimiento, retrayéndome a sus inicios ovetenses cuando sujetaba la batuta en la izquierda y eran sus manos las que llevaban todo el peso cual coro instrumental, recolocándose las gafas deslizándose por el sudor. Su interpretación resultó germana para una obra que me habló el lenguaje universal del sentimiento profundo.
Como decía, nada más escuchar las primeras notas del Maestoso inicial aquello sí resultó majestuoso, sin dudas en entradas, el ritmo en la cuerda con esas melodías de los metales en perfecta conjunción. Eso sí, mi gusto se mantuvo porque nuevamente lo mejor de esta maravillosa sinfonía (que no me canso de llamar piedra de toque para toda orquesta que se precie) volvió a ser el Adagio: Sher feierlich, no ya por el protagonismo de la cuerda sino de nuevo por el equilibrio de las maderas (flautas y clarinetes) y el "colchón" de las trompas. Incluso los contrabajos tuvieron más cuerpo, seguramente por la colocación y la reverberación que ayudó a conseguir unos colores totalmente distintos al auditorio carbayón.
Esta vez los labios del viento estaban a punto, y el Scherzo: Nicht schell. Trio: Langsam no se quedó atrás, pudiendo escuchar todo con una claridad casi de grabación, dinámicas perfectas (a pesar de las toses en los pianísimos), afinación impecable, pizzicatti redondos, tiempo justo y brillo melódico en todo el conjunto. Hasta las diez campanadas que acompañaron el Finale: Bewegt, doch nicht zu schnell parecían escritas por el propio Bruckner, tan devoto él como si quisiera rubricar obra y lugar. Aún más, el buen hacer del conjunto logró acallar ruidos, disfrutar los pianísimos imperceptibles y hasta "masticar los silencios". ¡Otro Bruckner!
Lo que se tristemente se pareció al día anterior o incluso empeoró, fue la ya preocupante progresiva mala educación y falta de civismo en buena parte del público, colándose nada más abrirse las puertas ¡35 minutos antes!, y parece que como era gratis (creo que muchos no sabían ni qué había), corrieron a tomar posiciones hasta triples, marchándose ruidosamente en medio de los movimientos, toses a pares incluso sincopadas, comiendo chucherías como si estuviesen en el cine, comentando en voz alta cual sesión televisiva, y no hablemos de las dosis de perfumes rancios que marean al más pintado, olvidando que la moderación en todo resulta virtud. No vale achacarlo todo a esta sociedad permisiva ni a un sistema educativo que ha olvidado inculcar los buenos modales (urbanidad decíamos) donde el pasotismo parece invadirlo todo y habernos traído esta vergüenza ajena, pues el mal ejemplo es de personas de mi generación (incluso anteriores) que mamamos la misma educación y nos inculcaron las buenas costumbres ahora no ya olvidadas sino del todo perdidas.
Pero el viaje por el Pajares, la comida en Geras, el café y paseo por Pola de Gordón, la cerveza en León y hasta la cola desde las 19:45 horas merecieron la pena...

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