Rotunda claridad alemana
Sábado 5 de abril, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio:
Radio-Sinfonieorchester Stuttgart des SWR,
Nikolaj Znaider (violín), Stéphane Denève, director. Obras de J. Sibelius y A. Bruckner.
Se está poniendo interesante la temporada concertística en la capital de Asturias, casi de Austria no ya por la oferta de obras sino por la calidad de los intérpretes. Y en 72 horas nada menos que dos orquestas alemanas abriendo boca la de Radio Stuttgart en gira con la batuta del francés Denève. Pese a cierta uniformidad sonora en las orquestas de hoy en día, más en las de primera línea, está claro que las alemanas marcan diferencias, y así pudimos disfrutar de una formación ideal para el gran repertorio sinfónico por plantilla y calidad. Impresionante equilibrio sonoro en todas las secciones con fortísimos que nunca resultan estridentes, una cuerda incisiva siempre presente incluso ante las masas sonoras, una madera de tímbricas aterciopeladas pero sobre todo "los bronces" que diría mi recordado Max Valdés, todos los metales y especialmente las trompas, terciopelo en color, afinación, gusto por el sonido desde una musicalidad que las obras elegidas ayudaron a paladear aún más. Sumemos unos timbales que mandan sin molestar y refuerzan la seguridad del resto. Finalmente la colocación vienesa casi puedo llamarla colocación Milanov puesto que es la que tenemos desde su llegada a la OSPA, siendo ideal para repertorios como el de este primer sábado abrileño. Con estos mimbres la dirección titular está capacitada para recrear sin imponer, dejando que la música fluya ante unos profesionales que demostraron calidad además de cantidad.
El programa se cocinó a la manera tradicional: aperitivo breve, primer plato de concierto con solista y tras el descanso el manjar fuerte. Del finlandés Sibelius su El retorno a casa de Lemminkäinen, op. 22, nº 4, una suite para gran orquesta con ese final breve pero intenso al ocupar a toda la plantilla traída para la ocasión y más que un calentamiento de la orquesta radiofónica (¡qué importantes son!). Último número -más conocido el segundo "Cisne de Tuonela"- de las "Cuatro leyendas del Kalevala" que inspiran al compositor más importante de Finlandia en la búsqueda de una identidad nacional desde el lenguaje musical. Gran orquestador construye este cierre de suite con amplia paleta tímbrica y dinámica partiendo de una métrica para conseguir ritmos endiablados como de una cabalgada del protagonista en un final acelerando, con los metales claramente heróicos que hicieron las delicias del oyente escuchándolos con una claridad y transparencia bien llevada desde el podio, siempre en esa línea de rotundidad y claridad apuntada al inicio.
El Concierto para violín en re mayor, op. 47 además de ser uno de los más logrados por la conjunción entre solista y orquesta, contando con melodías sobrecogedoras como la del primer movimiento, exige un virtuoso en perfecta comunión con orquesta y director, pues no en vano Sibelius era violinista de profesión. El solista danés, de padres judíos polacos, Nikolaj Znaider también es una reputada batuta, lo que se notó desde el inicio del Allegro moderato conocedor de la concertación. La gama dinámica del acompañamiento sinfónico nunca impidió percibir con claridad el sonido de su "Kreisler" Guarnierius del Gesu (1741) del que saca emociones desde una técnica siempre al servicio de la partitura. Un placer escuchar cómo las melodías pasaban de su violín a los cellos en perfecta continuidad colorista, el colchón de las maderas o los fraseos concertados por Denève. La coda final fue brillante y plena preparando la hondura del Adagio di molto lírico a más no poder, maderas preparando la melodía solista desde unos redondeados pizzicati y nunca enturbiada por los metales, pese a las disonancias, nueva muestra del buen hacer por parte de todos. Pero las dificultades máximas llegarían con el Allegro, ma non tanto debido al virtuosismo e integración exigida al solista con la orquesta, no del todo superada al cien por cien pero que dejó muestras más que sobradas de una musicalidad suprema del violinista danés.
El mal sabor de boca nos lo quitó con la propina bachiana ("Gavota en rondó" de la Partita nº 3 en mi mayor BWV 1006) donde el Guarnieri llenó de magia un auditorio que parece ir ganando acústica con el envejecimiento de la madera, cual buena barrica para la música.
Las sinfonías de Bruckner son una auténtica locura, universo de revisiones que el propio compositor realiza y vuelve locos a directores, editores y discófilos incluso con las numeraciones. Esta Sinfonía nº 4 en mi bemol mayor, WAB 104, conocida como "Romántica", inaugura las llamadas sinfonías "en mayor" y la versión escuchada es de 1878/80, revisados los dos primeros movimientos y con un Scherzo nuevo, abreviando el final que reescribe completamente en 1880. Estrenada en Viena el 20 de febrero de 1881 por Hans Richter y dedicada al príncipe Constantino de Hohenlohe, no se publicó hasta 1936 por Robert Haas. Hubo correcciones de detalle entre 1887 y 1888 como las que aparecen en la edición Nowak pero no es el caso de la escuchada en Oviedo, también algo más larga, por lo que los "culos inquietos" se marcharon al descanso, ganando todos...
Bruckner compone una obra diría que épica, con resonancias medievales tan de los románticos y considerada por los historiadores como de las más luminosas del compositor, algo que su titular desde 2011 tuvo claro desde el principio jugando con claroscuros increíbles en esta orquesta radiofónica alemana que respondió a todo cuanto el maestro francés les exigió, siempre con elegancia y precisión. Los cuatro movimientos resultaron un devenir de sensaciones, pecados y penitencias hechas música, orquesta cual registros orgánicos divinos donde redimir malos pensamientos y envidias. La gama dinámica y tímbrica exhibida por los músicos de Stuttgart la recordaré por la contención en cada familia y la disciplina exigida desde una dirección impecable preocupada siempre en conservar todos los planos sonoros, desde los más presentes a los recónditos. El Allegro molto moderato complejísimo pero claro y legible, perfecto, con unas violas melosas, cautivadoras, sin caer en embelesamientos ante la fuerza de la naturaleza hecha metales en caída imperceptible, sólo rota por el redoble de timbales, y así un desarrollo de la forma sonata para enseñar en los conservatorios cómo un humilde y veterano autodidacta puede alcanzar recetas insuperables desde su obstinación. Otro incomprendido de su tiempo, como Mahler, con quien comparte mucho más que dolor en el alma.
Si la marcha fúnebre del segundo movimiento pareció seda negra por lo liviano que no oculta el dolor secundario, la agitación ("Bewegt") del Scherzo fueron escorzos cinegéticos no sólo por unas trompas en estado de gracia (impresionante Wolfgang Wipfler) sino por una vorágine de matices nunca exagerados, contención antes del éxtasis de un Finale eterno por indicación expresa del compositor: Bewegt, doch nicht zu schnell (animado pero sin precipitación). Cierta religiosidad teresiana esculpida por Bernini como si inspirase al atormentado Anton, sus terrores antes del Hosanna final, credo romántico interpretado desde la magnificencia interior de Denève y la formación de Stuttgart para una profana cuaresma musical irrepetible.
Se está poniendo interesante la temporada concertística en la capital de Asturias, casi de Austria no ya por la oferta de obras sino por la calidad de los intérpretes. Y en 72 horas nada menos que dos orquestas alemanas abriendo boca la de Radio Stuttgart en gira con la batuta del francés Denève. Pese a cierta uniformidad sonora en las orquestas de hoy en día, más en las de primera línea, está claro que las alemanas marcan diferencias, y así pudimos disfrutar de una formación ideal para el gran repertorio sinfónico por plantilla y calidad. Impresionante equilibrio sonoro en todas las secciones con fortísimos que nunca resultan estridentes, una cuerda incisiva siempre presente incluso ante las masas sonoras, una madera de tímbricas aterciopeladas pero sobre todo "los bronces" que diría mi recordado Max Valdés, todos los metales y especialmente las trompas, terciopelo en color, afinación, gusto por el sonido desde una musicalidad que las obras elegidas ayudaron a paladear aún más. Sumemos unos timbales que mandan sin molestar y refuerzan la seguridad del resto. Finalmente la colocación vienesa casi puedo llamarla colocación Milanov puesto que es la que tenemos desde su llegada a la OSPA, siendo ideal para repertorios como el de este primer sábado abrileño. Con estos mimbres la dirección titular está capacitada para recrear sin imponer, dejando que la música fluya ante unos profesionales que demostraron calidad además de cantidad.
El programa se cocinó a la manera tradicional: aperitivo breve, primer plato de concierto con solista y tras el descanso el manjar fuerte. Del finlandés Sibelius su El retorno a casa de Lemminkäinen, op. 22, nº 4, una suite para gran orquesta con ese final breve pero intenso al ocupar a toda la plantilla traída para la ocasión y más que un calentamiento de la orquesta radiofónica (¡qué importantes son!). Último número -más conocido el segundo "Cisne de Tuonela"- de las "Cuatro leyendas del Kalevala" que inspiran al compositor más importante de Finlandia en la búsqueda de una identidad nacional desde el lenguaje musical. Gran orquestador construye este cierre de suite con amplia paleta tímbrica y dinámica partiendo de una métrica para conseguir ritmos endiablados como de una cabalgada del protagonista en un final acelerando, con los metales claramente heróicos que hicieron las delicias del oyente escuchándolos con una claridad y transparencia bien llevada desde el podio, siempre en esa línea de rotundidad y claridad apuntada al inicio.
El Concierto para violín en re mayor, op. 47 además de ser uno de los más logrados por la conjunción entre solista y orquesta, contando con melodías sobrecogedoras como la del primer movimiento, exige un virtuoso en perfecta comunión con orquesta y director, pues no en vano Sibelius era violinista de profesión. El solista danés, de padres judíos polacos, Nikolaj Znaider también es una reputada batuta, lo que se notó desde el inicio del Allegro moderato conocedor de la concertación. La gama dinámica del acompañamiento sinfónico nunca impidió percibir con claridad el sonido de su "Kreisler" Guarnierius del Gesu (1741) del que saca emociones desde una técnica siempre al servicio de la partitura. Un placer escuchar cómo las melodías pasaban de su violín a los cellos en perfecta continuidad colorista, el colchón de las maderas o los fraseos concertados por Denève. La coda final fue brillante y plena preparando la hondura del Adagio di molto lírico a más no poder, maderas preparando la melodía solista desde unos redondeados pizzicati y nunca enturbiada por los metales, pese a las disonancias, nueva muestra del buen hacer por parte de todos. Pero las dificultades máximas llegarían con el Allegro, ma non tanto debido al virtuosismo e integración exigida al solista con la orquesta, no del todo superada al cien por cien pero que dejó muestras más que sobradas de una musicalidad suprema del violinista danés.
El mal sabor de boca nos lo quitó con la propina bachiana ("Gavota en rondó" de la Partita nº 3 en mi mayor BWV 1006) donde el Guarnieri llenó de magia un auditorio que parece ir ganando acústica con el envejecimiento de la madera, cual buena barrica para la música.
Las sinfonías de Bruckner son una auténtica locura, universo de revisiones que el propio compositor realiza y vuelve locos a directores, editores y discófilos incluso con las numeraciones. Esta Sinfonía nº 4 en mi bemol mayor, WAB 104, conocida como "Romántica", inaugura las llamadas sinfonías "en mayor" y la versión escuchada es de 1878/80, revisados los dos primeros movimientos y con un Scherzo nuevo, abreviando el final que reescribe completamente en 1880. Estrenada en Viena el 20 de febrero de 1881 por Hans Richter y dedicada al príncipe Constantino de Hohenlohe, no se publicó hasta 1936 por Robert Haas. Hubo correcciones de detalle entre 1887 y 1888 como las que aparecen en la edición Nowak pero no es el caso de la escuchada en Oviedo, también algo más larga, por lo que los "culos inquietos" se marcharon al descanso, ganando todos...
Bruckner compone una obra diría que épica, con resonancias medievales tan de los románticos y considerada por los historiadores como de las más luminosas del compositor, algo que su titular desde 2011 tuvo claro desde el principio jugando con claroscuros increíbles en esta orquesta radiofónica alemana que respondió a todo cuanto el maestro francés les exigió, siempre con elegancia y precisión. Los cuatro movimientos resultaron un devenir de sensaciones, pecados y penitencias hechas música, orquesta cual registros orgánicos divinos donde redimir malos pensamientos y envidias. La gama dinámica y tímbrica exhibida por los músicos de Stuttgart la recordaré por la contención en cada familia y la disciplina exigida desde una dirección impecable preocupada siempre en conservar todos los planos sonoros, desde los más presentes a los recónditos. El Allegro molto moderato complejísimo pero claro y legible, perfecto, con unas violas melosas, cautivadoras, sin caer en embelesamientos ante la fuerza de la naturaleza hecha metales en caída imperceptible, sólo rota por el redoble de timbales, y así un desarrollo de la forma sonata para enseñar en los conservatorios cómo un humilde y veterano autodidacta puede alcanzar recetas insuperables desde su obstinación. Otro incomprendido de su tiempo, como Mahler, con quien comparte mucho más que dolor en el alma.
Si la marcha fúnebre del segundo movimiento pareció seda negra por lo liviano que no oculta el dolor secundario, la agitación ("Bewegt") del Scherzo fueron escorzos cinegéticos no sólo por unas trompas en estado de gracia (impresionante Wolfgang Wipfler) sino por una vorágine de matices nunca exagerados, contención antes del éxtasis de un Finale eterno por indicación expresa del compositor: Bewegt, doch nicht zu schnell (animado pero sin precipitación). Cierta religiosidad teresiana esculpida por Bernini como si inspirase al atormentado Anton, sus terrores antes del Hosanna final, credo romántico interpretado desde la magnificencia interior de Denève y la formación de Stuttgart para una profana cuaresma musical irrepetible.
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