Abril en París

Viernes 24 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Abono 11 OSPA, Eldar Nebolsin (piano), Ramón Tebar (director). Obras de Debussy, Ravel y Liszt.
Tengo en mi particular debe una escapada parisina, la capital francesa que bien vale una misa, una cena, un concierto, una ópera... Al menos con la música también podemos viajar sin movernos de la butaca, y este undécimo de abono repiraba como el título del libro o de la película aunque con argumento propio, casi sin necesidad de referencias para disfrute de la música en estado puro.
El París de Nijinsky y Diáguilev que tan bien nos comentó en la conferencia previa la siempre interesante María Sanhuesa (autora también de las notas al programa que dejo enlazadas en los compositores al inicio) nos sirvió para un primer viaje con Debussy en el vuelo OSPA tripulado por el "comandante" valenciano Ramón Tebar, Preludio a la siesta de un fauno donde la "sobrecargo" flauta de Myra Pearse abría una tarde de altos vuelos.
Si la partitura del francés era difícil de coreografiar y ni siquiera le gustó mucho la puesta en escena del genial y especial bailarín ruso, siendo como recordaba la musicóloga un "preludio" al poema de Mallarmé, la interpretación de la orquesta asturiana con Tebar resultó una delicia para abrir este concierto que mantiene en lo más alto el nivel de nuestra formación. Con una orquestación ideal y siguiendo con las músicas de ballet que tan buenos resultados están dando a la OSPA, la ambientación fue más allá del llamado impresionismo musical. El cuidado por el sonido que buscó el internacional director español tuvo respuesta inmediata por parte de todos los músicos, una cuerda clara y luminosa, incluyendo las arpas, más una madera ideal en texturas que permite pasar de la flauta al oboe como si de instrumento ideal se tratara, arropadas por el cuarteto de trompas y la tenue percusión tan cuidada en posición y hasta tamaño de los platillos. Gusto por el detalle cercano que de lejos permite disfrutar del conjunto, más impresionante que impresionista. Las veladuras y arabescos, los "jaspeados" sonoros a los que hizo referencia la doctora Sanhuesa alcanzaron momentos de una belleza tan arrebatadora como el propio fauno sin interrogantes en cuanto a la certeza de lo escuchado, sueño hecho realidad sonora, apertura ideal para una velada reconfortante.
Sin apenas tiempo para aterrizar, recordaba el París de Gershwin y las reminiscencias del jazz no ya en su famosa Rapsody in blue sino también en el Concierto en Fa, esta vez cambiado por Ravel y su Concierto para piano en sol mayor con mi admirado y querido Eldar Nebolsin de solista que volvía a la capital asturiana. En Debussy ya apreciamos el mimo de Tebar en la búsqueda de sonoridades, pero con el pianista ruso afincado en nuestro país apreciamos colores y texturas, ambientes cercanos en espacio y tiempo, frescura por un concierto que sólo unos pocos como el pianista ruso pueden recrear. Es un placer ver el equilibrio entre solista y orquesta, un balanceo tenue para pasar del protagonismo total a integrarse como un instrumento más en el tejido orquestal que Ravel domina de principio a fin, swing que respira esta obra plenamente actual y Nebolsin recrea desde un trabajo meticuloso de articulación. El Allegramente rítmico, rapsodia vasca, percusiva, juguetona, siempre limpia y exigente para todos como el Presto final de vértigo, dos colosos tímbricos y convincentes, auténticos guardianes de ese remanso del Adagio assai, arrancando Nebolsin en solitario, íntimo, delicado, musicalidad a borbotones, técnica desbordante, sonidos cuidados en cada nota (aunque el Steinway esté algo desajustado y requiera una revisión profunda), emociones a flor de piel que se engrandecieron con el corno inglés de Juan Pedro Romero para deleitarnos con una página bella a más no poder, acunada por una cuerda sedosa, etérea, más francesa y actual que nunca. Impresionante el entendimiento entre podio (también pianista y concertador de primera con larga experiencia operística), solista (de amplia formación también camerística) y orquesta (en un momento dulce donde cada batuta parece descubrir facetas nuevas), escuchándose, disfrutando, compartiendo cada compás, ensimismados por un sonido pulcro, elegante y de ensueño. Partitura en la que se estrenaba Eldar y seguro le dará muchísimas alegrías, más aún que el de "la mano izquierda" porque ha encontrado el momento personal de hacerlo suyo.
Todavía quedaba la propina en solitario de Eldar Nebolsin, más Ravel con una Pavana para una infanta difunta para atesorar en la memoria, todo el poso interpretativo de este fenomenal pianista tan cercano y sincero en cada nota, engrandeciendo de mutuo acuerdo partitura e interpretación, una dualidad única desde la naturalidad con la que nos regaló esta música que convirtió Paris en un sueño musical.
Franz Liszt también triunfó en París como virtuoso del piano aunque para este viernes de perfumes franceses fue la Sinfonía Fausto la que sonaría en la segunda parte en la versión sin coros, más alemana de Goethe y Weimar, aunque la OSPA con Tebar nos hizo pensar que eran prescindibles. Obra colosal en instrumentación, dificultades técnicas para todos los atriles, auténtica diablura orquestal en tres movimientos donde literatura y música vuelven a emparejarse aunque la majestuosidad resultase inaprensible por el derroche de intensidades, dramatismos, colores, contrastes... Sin apenas respiro para nadie, solo las siempre inoportunas toses rompieron una unidad buscada por el apasionado director valenciano, de gestualidad ampulosa pero clara, vibrante, marcando todo con energía contagiada a una orquesta que crece como nunca, más de una hora de Fausto, Margarita y Mefistófeles donde todos tuvieron protagonismo, Romero ahora de principal oboe, los metales erguidos en presencia espoleada en el momento justo, percusión precisa y esmerada en ayudar a seguir ampliando paleta sonora, más una cuerda (con arpa) convincente, diabólica, casi al límite, portentosa, vigorosa, cuartetos camerísticos y tutti apoteósicos, cellos fundidos con contrabajos, destacando especialmente María Moros con su solo de viola para enamorar, plantilla convincente por lo convencida para una obra que tardaremos en escuchar precisamente por el esfuerzo, que de nuevo mereció la pena. Se me hace imposible que con tan pocos ensayos (el jueves ya hicieron este programa en Avilés) el resultado final fuese tan alto. Por supuesto que Ramón Tebar capitaneó este "Vuelo OSPA nº 11 y destino París" con muchas horas a sus espaldas y dominando la aeronave, pues las condiciones metereológicamente previstas no eran favorables, en sentido metafórico, mas la respuesta alcanzada seguramente no la esperaría ni el mejor piloto. Personalmente y tras los últimos viajes como pasajero en este avión, yo sí, sin sobresaltos y disfrutando nuevamente de la experiencia. No sé cuándo saldaré mi deuda con la capital francesa, pero mi "Abril en Oviedo" está dando réditos musicales que no pueden menguar. Felicidades a todos.



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