Sobriedad desde el rigor
Jueves 23 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Sala de Cámara: Primavera Barroca. La Real Cámara, Emilio Moreno (director). Música francoespañola en la corte de Felipe V (1701-1705). Obras de Juan Bautista Volumier, Henri Desmarets, Charles Desmazures y J. B. Lully.
Cuando la llamada música antigua estaba en sus albores, Emilio Moreno ya buceaba por archivos en busca de obras e impartía magisterio desde el violín barroco, una labor que con los años mantiene y deberíamos agradecerle desde el amor hacia la música hecha desde España, con el apoyo del CNDM y triunfando en todo el mundo. Con La Real Cámara y procedente de León llegaba a Oviedo el violinista Emilio Moreno con una formación joven de cuerda para recrear las músicas que sonaron en la boda del primer Borbón, obras y autores casi desconocidos que también tienen su hueco en la larguísima tradición francesa, probablemente música de consumo sin la calidad de las grandes figuras pero necesarias para comprobar la riqueza que aún queda por descubrir, algo a lo que Don Emilio nos tiene acostumbrados.
Como en la pintura, estos artistas tenían oficio aunque a menudo las temáticas no siempre resulten agradecidas y solamente la genialidad es capaz de convertir en obra maestra un bodegón, un paisaje o incluso la representación de la figura humana. Y quiero hacer este paralelismo pictórico porque también las necesidades y penurias obligaban a prescindir de colores, instrumentos en los músicos, que podrían alcanzar la luminosidad a la que este periodo histórico y artístico nos tiene acostumbrados.
Las obras que La Real Cámara nos dejó fueron más otoñales que primaverales en cuanto a la paleta de colores utilizada, uno o dos violines, una o dos violas, chelo, violón, clave y tiorba o guitarra que de por sí dan "menos juego" que combinados con el viento. Organizadas todas las obras como suites también dan menor empaque por el pequeño formato que favorecía el coleccionismo y la variedad sin entrar en grandes dimensiones.
La Ouverture en re menor (a partir de Proserpina de Lully) de Volumier con nueve números, algunos de muy breve duración, adolecieron de mayor contraste, el violín solo no sobrevolaba al resto donde chelo y contrabajo doblaban dando profundidad pero no gamas dinámicas. Las danzas lentas o los "aires" quedaban algo plomizos pese a una temática diría que pastoral donde la figura humana es decorativa y no protagonista, siendo la Sarabande vite el referente hispano totalmente exportable en aquellos tiempos a toda Europa. La recuperación histórica de todas estas obras tiene el valor de limpiar unos lienzos que no siempre descubren grandes obras, limitándose a valorar la técnica utilizada aunque con atención podamos apreciar pequeños detalles que las hacen merecedoras de contemplarles y escucharlas.
Con el Divertiment para la boda de Felipe V y María Gabriela de Saboya de Desmarets la temática bien podría ser la de un bodegón que nos permite conocer el menú y hasta la vajilla utilizada en este evento celebrado en Barcelona en 1701, también la elección de las once danzas que más que bailables resultarían fondo musical del real banquete nupcial, el primer Borbón español con la italiana Maria Luisa Gabriela de Saboya sin perder el sabor francés de la suite escrita toda en la misma tonalidad, de nuevo referente pictórico que encorseta la expresividad. Casi boceto a sanguina con distintas intensidades para buscar claroscuros pero falto de la vitalidad necesaria, alguna pincelada cercana a un esbozado faisán o mejor urogallo con los Rigaudons, el vino español que alegra el espíritu con los Canaries y bien servido por la formación al completo donde el colorido lo daba la alternancia del asturiano Pablo Zapico con los rasgueos de guitarra supliendo la tiorba. Más equilibrio por los pares de violines y violas sin excesos, menú sobrio servido a temperatura ambiente, cuadro bien armado y enmarcado, equilibrios sin líneas de fuga desde una técnica demostrada por los intérpretes pero con ingredientes que no daban para más. Supongo que el viaje desde Turín de la futura reina con la tormenta en Marsella también dan esa apariencia otoñal en esta primavera barroca.
La segunda parte cambió la temática y algo más la perspectiva, la composición del cuadro musical aunque siempre con las danzas alternadas bien combinadas. La Suite 6ª en G. Re. Sol, de Pièces de Symphonie dédiées a la Reine d'Espagne (Desmazures) parecieron pintar miniaturas con distintos enfoques, menos ocres que en la primera parte y algo más de color dentro de una luz tenue, músicas de nuevo sobrias por el escaso ornamento, melodías llevaderas bien expuestas y dibujadas, perfiladas con fondo bien resuelto donde el clave de Eduard Martínez pareció ganar presencia, un leve paso al primer plano sin perder la visión de conjunto de cada miniatura. La Gigue Angloise de raíz celta como nuestra gaita asturiana, recordó los cuadros de danzas transmitiendo una alegría tonal y mayores contrastes, presentando ocho cuadros algo desiguales en calidad pero pintados con rigor y conocimiento.
El genio aún más grande por sus compañeros de galería es Lully, la Suite del ballet L'Amour Malade en la reconstrucción de la representación de 1703 también en Barcelona, destaca por sí sola y enamora por temática, brillo y colorido que sólo los maestros pueden alcanzar con los mismos medios que los alumnos dando el toque de distinción. La Real Cámara de nuevo al completo pareció otra formación en los ocho números, contrastes claros, intensidades en ataques, sonoridades más plenas, planos más diferenciados, un Le Carillon limpio, Les Échos sin dudas ni indecisiones en las entradas y bien contestados, la Marche Espagnole con la grandiosidad del compositor que bebe y se inspira no sólo en lo obvio para crear, al igual que la Marche des Turcs que el Clasicismo pondrá de moda, y cómo no, la Chaconne, esta vez paisajes, retratos y naturalezas muertas donde la perdiz rivaliza con la jarra de vino en los distintos rojos, misma tinta pero consistencia distinta, calidades sonoras capaces de transmitir texturas y dinámicas ausentes en el resto de lienzos que conformaron los pentagramas anteriores. Lully capaz de aunar esfuerzos en una formación con instrumentistas conocidos y reconocidos, Emilio Moreno cual konzertmeister en esta corte ovetense sirviendo al final lo mejor del menú, un fin de fiesta "real". Música de enlace regio y plato fuerte tras el aperitivo a modo de "divertimento" en la primera parte.
El regalo volvía a ser español, bisando la Sarabande de Desmarets que esta vez pareció recobrar un brillo ausente en la primera "visión", como si la proximidad de Lully contagiase al maestro de taller al que le dieron la oportunidad de asistir a esta boda real. Las historias que se esconden detrás de cada obra y compositor darían para el paralelismo literario pero esta vez la pintura se casó con la música y el público disfrutó del evento con una excelente entrada.
Cuando la llamada música antigua estaba en sus albores, Emilio Moreno ya buceaba por archivos en busca de obras e impartía magisterio desde el violín barroco, una labor que con los años mantiene y deberíamos agradecerle desde el amor hacia la música hecha desde España, con el apoyo del CNDM y triunfando en todo el mundo. Con La Real Cámara y procedente de León llegaba a Oviedo el violinista Emilio Moreno con una formación joven de cuerda para recrear las músicas que sonaron en la boda del primer Borbón, obras y autores casi desconocidos que también tienen su hueco en la larguísima tradición francesa, probablemente música de consumo sin la calidad de las grandes figuras pero necesarias para comprobar la riqueza que aún queda por descubrir, algo a lo que Don Emilio nos tiene acostumbrados.
Como en la pintura, estos artistas tenían oficio aunque a menudo las temáticas no siempre resulten agradecidas y solamente la genialidad es capaz de convertir en obra maestra un bodegón, un paisaje o incluso la representación de la figura humana. Y quiero hacer este paralelismo pictórico porque también las necesidades y penurias obligaban a prescindir de colores, instrumentos en los músicos, que podrían alcanzar la luminosidad a la que este periodo histórico y artístico nos tiene acostumbrados.
Las obras que La Real Cámara nos dejó fueron más otoñales que primaverales en cuanto a la paleta de colores utilizada, uno o dos violines, una o dos violas, chelo, violón, clave y tiorba o guitarra que de por sí dan "menos juego" que combinados con el viento. Organizadas todas las obras como suites también dan menor empaque por el pequeño formato que favorecía el coleccionismo y la variedad sin entrar en grandes dimensiones.
La Ouverture en re menor (a partir de Proserpina de Lully) de Volumier con nueve números, algunos de muy breve duración, adolecieron de mayor contraste, el violín solo no sobrevolaba al resto donde chelo y contrabajo doblaban dando profundidad pero no gamas dinámicas. Las danzas lentas o los "aires" quedaban algo plomizos pese a una temática diría que pastoral donde la figura humana es decorativa y no protagonista, siendo la Sarabande vite el referente hispano totalmente exportable en aquellos tiempos a toda Europa. La recuperación histórica de todas estas obras tiene el valor de limpiar unos lienzos que no siempre descubren grandes obras, limitándose a valorar la técnica utilizada aunque con atención podamos apreciar pequeños detalles que las hacen merecedoras de contemplarles y escucharlas.
Con el Divertiment para la boda de Felipe V y María Gabriela de Saboya de Desmarets la temática bien podría ser la de un bodegón que nos permite conocer el menú y hasta la vajilla utilizada en este evento celebrado en Barcelona en 1701, también la elección de las once danzas que más que bailables resultarían fondo musical del real banquete nupcial, el primer Borbón español con la italiana Maria Luisa Gabriela de Saboya sin perder el sabor francés de la suite escrita toda en la misma tonalidad, de nuevo referente pictórico que encorseta la expresividad. Casi boceto a sanguina con distintas intensidades para buscar claroscuros pero falto de la vitalidad necesaria, alguna pincelada cercana a un esbozado faisán o mejor urogallo con los Rigaudons, el vino español que alegra el espíritu con los Canaries y bien servido por la formación al completo donde el colorido lo daba la alternancia del asturiano Pablo Zapico con los rasgueos de guitarra supliendo la tiorba. Más equilibrio por los pares de violines y violas sin excesos, menú sobrio servido a temperatura ambiente, cuadro bien armado y enmarcado, equilibrios sin líneas de fuga desde una técnica demostrada por los intérpretes pero con ingredientes que no daban para más. Supongo que el viaje desde Turín de la futura reina con la tormenta en Marsella también dan esa apariencia otoñal en esta primavera barroca.
El genio aún más grande por sus compañeros de galería es Lully, la Suite del ballet L'Amour Malade en la reconstrucción de la representación de 1703 también en Barcelona, destaca por sí sola y enamora por temática, brillo y colorido que sólo los maestros pueden alcanzar con los mismos medios que los alumnos dando el toque de distinción. La Real Cámara de nuevo al completo pareció otra formación en los ocho números, contrastes claros, intensidades en ataques, sonoridades más plenas, planos más diferenciados, un Le Carillon limpio, Les Échos sin dudas ni indecisiones en las entradas y bien contestados, la Marche Espagnole con la grandiosidad del compositor que bebe y se inspira no sólo en lo obvio para crear, al igual que la Marche des Turcs que el Clasicismo pondrá de moda, y cómo no, la Chaconne, esta vez paisajes, retratos y naturalezas muertas donde la perdiz rivaliza con la jarra de vino en los distintos rojos, misma tinta pero consistencia distinta, calidades sonoras capaces de transmitir texturas y dinámicas ausentes en el resto de lienzos que conformaron los pentagramas anteriores. Lully capaz de aunar esfuerzos en una formación con instrumentistas conocidos y reconocidos, Emilio Moreno cual konzertmeister en esta corte ovetense sirviendo al final lo mejor del menú, un fin de fiesta "real". Música de enlace regio y plato fuerte tras el aperitivo a modo de "divertimento" en la primera parte.
El regalo volvía a ser español, bisando la Sarabande de Desmarets que esta vez pareció recobrar un brillo ausente en la primera "visión", como si la proximidad de Lully contagiase al maestro de taller al que le dieron la oportunidad de asistir a esta boda real. Las historias que se esconden detrás de cada obra y compositor darían para el paralelismo literario pero esta vez la pintura se casó con la música y el público disfrutó del evento con una excelente entrada.
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