Bochorno y respeto
Estoy harto de los móviles que suenan en un concierto pese a los avisos por megafonía, supongo que desconociendo la utilización de una tecnología que les desborda, incapaces de apagarlos porque no recuerdan el "pin" o simplemente ignorantes de una función como la de "enmudecer" estos artilugios que les sobrepasan. El director esperaba el necesario silencio para arrancar el concierto con un Fauré abriendo velada, pero murmullos, toses y el dichoso teléfono que suena. Ni siquiera entienden el lenguaje corporal, un maestro que vuelve a bajar los brazos esperando deje de emitir sonido el dispositivo. Ni un mal gesto y cuando comienza a fluir la música, otro silbido avisando de mensaje de "guasap", algo más moderno que el público de edad ni conoce, por lo que vislumbro mala educación que tampoco exime de nuevos desconocimientos.
Supongo que a nadie se le obliga a asistir a un concierto que además cuesta dinero, menos para los mayores de 65 años, pues sería del género idiota, así que vuelvo a preguntarme qué causa lleva a cierto público a esta actitud negativa frente al placer de la música, a comentar con el de al lado supongo, que es mucho, algo de lo que está sonando como si de un CD en la cadena de casa se tratase, o una emisión en la tele de la cafetería, olvidando algo tan básico como "el saber estar", interrumpiendo a quienes entendemos la música en directo como una auténtica liturgia donde el silencio forma parte de la música, necesario para captar cada detalle y obligado para no distraer a los intérpretes con un catálogo de ruidos que aumentan y se multiplican en los espacios entre movimientos. Reconozco que Oviedo no es excepción pero no me sirve la disculpa, sumándose mi sensación de impotencia y bochorno al pensar qué imagen llevarán de nosotros estos intérpretes que lo dan todo sobre el escenario. Hace años me tomaba a risa los comentarios que figuraban en algunos programas norteamericanos como no marcar el compás con el pie, no tararear, no hacer pompas con el chicle, en la línea de letreros en botellas de lejía que indicaban no beber, comparándolo con la vieja Europa donde la ciudadanía entendía la cultura como parte de una formación vital y heredada, el "compórtese como es de esperar", que tristemente hemos perdido.
Tenía que soltarlo antes de contaminar mi comentario de este concierto porque mi sonrojo aumenta en cada velada, la mala leche acabará cortándose y agriándose como mi carácter ante tal derroche de mala educación, malas costumbres y auténtica falta de respeto hacia todo el entorno. Harían falta muchos menos programas basura donde todo vale y volver a recuperar unas campañas con dibujos animados cuyo eslogan era "Piense en los demás". Tampoco funcionan las de abandono de perros con ese "Él no lo haría", aunque los mayores se les olvide en alguna gasolinera o aún peor, en sus últimas residencias de las que el siguiente viaje es definitivo.
Mi lucha diaria en el aula es educar en el respeto, pero no puedo trabajar contra una sociedad que está perdiendo sus señas de identidad, y la cultura es el primer síntoma y mejor barómetro. Cabreado no, lo siguiente...
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