Clara indigestión
Jueves 11 de noviembre (San Martín), 20:00 horas. Lo avanzaba rápidamente desde el teléfono: no hay mejor intención que la primera, escaparme a Avilés. Pero "si bebes no conduzcas" y la combinación en tren me hacía imposible regresar tras el concierto a Siana.
Pues nada, Oviedo más cerca y con dos opciones: comida casera, siempre de confianza, o una invitación gallega. Otra vez el dicho y el refrán: "El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra".
Menú: Orquesta Sinfónica de Galicia en el Auditorio de Oviedo, "gentileza" de Caixa Galicia, cuya Fundación organiza esta pitanza musical, servida por el "afamado chef" Salvador Mas Conde, aunque en Oviedo hubiésemos preferido al titular.
El aperitivo de lo más soso pese a la abundancia de ingredientes (todos los disponibles aunque sin muchos principales): la obertura Oberon, J 306 de Weber, no tan sabrosa como El cazador y si además está mal aderezada, pues flojito todo. Si el libreto perjudicó la misma ópera, la obertura no le anda más allá, claro que no es la que he puesto aquí encima, recordándose más las versiones para Banda de mis años jóvenes. Ni el sonoro (?) acorde inicial, ni la lenta introducción pp que se hizo eterna de digerir pese a estar recién sentado a la mesa, ni el toque de trompa apretado y sin color (me enteré que era Made in Texas) para la magia requerida al rey de las hadas, ni menos el susurro (?) del clarinete. Todo plano, sin sazonar y falto incluso de ideas en la propia presentación del plato. Aún me pregunto la elección de este menú cuando son capaces de cocinar otros mucho más sabrosos...
La comida más seria venía firmada por Schumann pero no resultó precisamente de los más sabrosa. El primero plato es difícil de cocinar precisamente por ser obra maestra: el Concierto para violonchelo y orquesta en La m, Op. 129, compuesto en "ese Leipzig que tanto añoro", pero que esta vez ni Clara lo hubiera podido masticar: no me llenó ni dejó regusto alguno, menos cuando aún tenía el paladar tan reciente... La ejecución de los tres movimientos encadenados sin interrupción deberían favorecer la libertad del discurso musical, con un primer bloque de dos temas contrastados: uno de serena elocuencia y el otro rítmicamente sincopado. Sólo teoría citada por Tranchefort. Nada en el Allegro (Nicht zu schnell), menos en ese lied que debe dominar el cantabile del solista del Adagio (Langsam) ni mucho menos en ese final Sehr lebhaft donde las escalas no sonaron limpias. A la cellista Marie-Elisabeth Hecker aún le falta mucha coción pese a su fama internacional, su interpretación adoleció de cualquier toque romántico o al menos personal (los críticos destacan de ella su sensibilidad y creatividad) y el sonido del instrumento quedó diluido por el rumano principal de hoy (el titular, como otros muchos, no estaba) que la tapó literalmente en el hermoso dúo del Langsam, siendo para mi gusto, tras lo ya tragado, mucho más paladeable. Puede ser que no tuviese su día o le fallasen los ayudantes de cocina, aunque se me puede achacar que cada vez soy más carca. Evidentemente será cuestión de gustos.
El plato final, nada habitual en las "cartas musicales" sería la Sinfonía nº 2 en DO M., Op. 61 (aunque cronológicamente sea la tercera) de Schumann, que pareció reflejar realmente la enfermedad del compositor y que es la resistencia del espíritu en esta obra de dolor y victoria sobre si mismo, lo patético y la resignación que en lo cocinado este día tan gastronómico se superpuso a la expresión de una alegría bastante exterior. Es cierto que los lazos y encadenamientos temáticos entre los movimientos denuncian un deseo de rigor y cohesión en la construcción, pero de nuevo la teoría no se reflejó en la práctica. Está visto que tener la receta no siempre va unido a un buen producto. Los comensales no habituales, aplaudieron cada movimiento, no sé si para decir a su manera que no podían más, o por el mismo desconocimiento de aquel infeliz que se bebía el agua con limón que sirven con los langostinos...
Al menos el Allegro molto vivace del final resultó conclusivo llevándonos a ese DO M. que todos esperaban como postre, al igual que el propio Schumann: "Es solamente en la última parte donde yo me sentí revivir y de hecho, una vez acabada la obra, me siento mejor". Nos hizo pensar en el Beethoven de la Heroica, como así me resultó esta indigestión pese a que el maestro Salvador Mas Conde, dominador del menú (de memoria en los extremos y buen acompañante en el centro) no logró el objetivo de hacernos llevadera una carta que pese a la buena presentación resultó menos empalagosa, del todo insípida. Repiten en menos de 24 horas pero supongo que en su casa.
Claro, me faltó el panchón... o este otro menú del mismo restaurante:
Pues nada, Oviedo más cerca y con dos opciones: comida casera, siempre de confianza, o una invitación gallega. Otra vez el dicho y el refrán: "El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra".
Menú: Orquesta Sinfónica de Galicia en el Auditorio de Oviedo, "gentileza" de Caixa Galicia, cuya Fundación organiza esta pitanza musical, servida por el "afamado chef" Salvador Mas Conde, aunque en Oviedo hubiésemos preferido al titular.
El aperitivo de lo más soso pese a la abundancia de ingredientes (todos los disponibles aunque sin muchos principales): la obertura Oberon, J 306 de Weber, no tan sabrosa como El cazador y si además está mal aderezada, pues flojito todo. Si el libreto perjudicó la misma ópera, la obertura no le anda más allá, claro que no es la que he puesto aquí encima, recordándose más las versiones para Banda de mis años jóvenes. Ni el sonoro (?) acorde inicial, ni la lenta introducción pp que se hizo eterna de digerir pese a estar recién sentado a la mesa, ni el toque de trompa apretado y sin color (me enteré que era Made in Texas) para la magia requerida al rey de las hadas, ni menos el susurro (?) del clarinete. Todo plano, sin sazonar y falto incluso de ideas en la propia presentación del plato. Aún me pregunto la elección de este menú cuando son capaces de cocinar otros mucho más sabrosos...
La comida más seria venía firmada por Schumann pero no resultó precisamente de los más sabrosa. El primero plato es difícil de cocinar precisamente por ser obra maestra: el Concierto para violonchelo y orquesta en La m, Op. 129, compuesto en "ese Leipzig que tanto añoro", pero que esta vez ni Clara lo hubiera podido masticar: no me llenó ni dejó regusto alguno, menos cuando aún tenía el paladar tan reciente... La ejecución de los tres movimientos encadenados sin interrupción deberían favorecer la libertad del discurso musical, con un primer bloque de dos temas contrastados: uno de serena elocuencia y el otro rítmicamente sincopado. Sólo teoría citada por Tranchefort. Nada en el Allegro (Nicht zu schnell), menos en ese lied que debe dominar el cantabile del solista del Adagio (Langsam) ni mucho menos en ese final Sehr lebhaft donde las escalas no sonaron limpias. A la cellista Marie-Elisabeth Hecker aún le falta mucha coción pese a su fama internacional, su interpretación adoleció de cualquier toque romántico o al menos personal (los críticos destacan de ella su sensibilidad y creatividad) y el sonido del instrumento quedó diluido por el rumano principal de hoy (el titular, como otros muchos, no estaba) que la tapó literalmente en el hermoso dúo del Langsam, siendo para mi gusto, tras lo ya tragado, mucho más paladeable. Puede ser que no tuviese su día o le fallasen los ayudantes de cocina, aunque se me puede achacar que cada vez soy más carca. Evidentemente será cuestión de gustos.
El plato final, nada habitual en las "cartas musicales" sería la Sinfonía nº 2 en DO M., Op. 61 (aunque cronológicamente sea la tercera) de Schumann, que pareció reflejar realmente la enfermedad del compositor y que es la resistencia del espíritu en esta obra de dolor y victoria sobre si mismo, lo patético y la resignación que en lo cocinado este día tan gastronómico se superpuso a la expresión de una alegría bastante exterior. Es cierto que los lazos y encadenamientos temáticos entre los movimientos denuncian un deseo de rigor y cohesión en la construcción, pero de nuevo la teoría no se reflejó en la práctica. Está visto que tener la receta no siempre va unido a un buen producto. Los comensales no habituales, aplaudieron cada movimiento, no sé si para decir a su manera que no podían más, o por el mismo desconocimiento de aquel infeliz que se bebía el agua con limón que sirven con los langostinos...
Al menos el Allegro molto vivace del final resultó conclusivo llevándonos a ese DO M. que todos esperaban como postre, al igual que el propio Schumann: "Es solamente en la última parte donde yo me sentí revivir y de hecho, una vez acabada la obra, me siento mejor". Nos hizo pensar en el Beethoven de la Heroica, como así me resultó esta indigestión pese a que el maestro Salvador Mas Conde, dominador del menú (de memoria en los extremos y buen acompañante en el centro) no logró el objetivo de hacernos llevadera una carta que pese a la buena presentación resultó menos empalagosa, del todo insípida. Repiten en menos de 24 horas pero supongo que en su casa.
Claro, me faltó el panchón... o este otro menú del mismo restaurante:
P. D. 2: Crítica de Joaquín Valdeón en LNE del sábado 13 del mismo concierto, aunque nuestras opiniones sean diametralmente opuestas.
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