Volando con los rusos
Viernes 28 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Concierto de abono nº 14, OSPA, Mikhail Rudy, piano; Max Valdés, director. Obras de Tchaikovsky y Shostakovich.
Preveíamos un vuelo placentero con rusos en el itinerario y parte de la tripulación, si bien faltaban algunos oficiales en la escuadrilla de cuerda, pero con refuerzos suficientes para un trayecto conocido y agradecido en una nave perfectamente revisada y lista para rendir.
Tras el embarque a las 19:00 horas donde se nos sirvió un aperitivo a unos pocos pasajeros sobre "Shostakovich VS Stalin" a cargo del crítico, violinista y musicólogo Alejandro González Villalibre quien nos desmenuzó la segunda parte del vuelo, subimos en la nave de OSPAir y nos abrochamos los cinturones para despegar a la hora prevista hacia Tchaikovsky con el Concierto para piano nº 1 en Sib m., Op. 23, donde el muy condecorado sobrecargo Mikhail Rudy tiene muchísimas horas de vuelo en este conocido trayecto (incluso hecho recientemente y que repetirá) al igual que el comandante Valdés.
Reconocido en sus inicios, con todo lo que ello conlleva, como un recuerdo del gran Horowitz joven, parecía que tendríamos asegurada maestría, pero no resultó un buen despegue (Allegro non troppo e molto maestoso) pese a elegir una velocidad tranquila para disfrutar del paisaje. Enseguida percibí la falta de entendimiento entre piloto y copiloto, lo que se tradujo en ligeras fluctuaciones y falta de precisión. Alcanzado el Andantino semplice pareció ponerse "el automático" sin contar con las turbulencias que trajeron más nubes de las previstas a una altura donde no debería haberlas, incluso piezas sueltas del engranaje estuvieron vacilantes y fuera de sitio.Ni siquiera cuando el sobrecargo estaba solo tuve sensación de tranquilidad. Y no digamos nada del aterrizaje (Allegro con fuoco) donde sin necesitar extintores temía lo peor, pues además de errores imperdonables con tantos años realizando el mismo itinerario se unió la falta de autoridad para enderezar el avión pese a la no excesiva velocidad, desconozco si iba uno detrás del otro o vicecersa cuando con una simple mirada entre ellos y pilotaje manual se hubiesen subsanado los baches del viaje y un discurrir paralelo sin sobresaltos.
El pasaje, como en los vuelos transoceánicos, aunque esta vez sin movernos de Rusia, aplaudió.
Menos mal que para demostrar la capacidad y buen gusto para el transbordo nos subimos en su conocidísima y bien pilotada avioneta Chopin Nocturno Op. 27 nº 2 con la que al menos disfrutamos del in itinere.
Relajado tras fumar un cigarrillo comenzábamos la parte dura del viaje ruso con destino Shostakovich en su Sinfonía nº 10 en mi menor, Op. 93. Con pleno mando sobre una maquinaria perfectamente engrasada (difícil destacar las intervenciones de cada uno de los primeros atriles, todos ellos excelentes) y con ganas de compensar el anterior trayecto mal compartido, el comandante dejó brotar todo el poderío de la nave y la ruta prevista. Es cierto que su modo de pilotar no es agradecido y su interpretación de esta ruta, que pasa por Leningrado sin excesos de tempi, dista mucho de las de grandes pilotos, incluyendo a mi admirado Dudamel con la vitalidad contagiosa no ya de la Simón Bolívar sino incluso de la impresionante Teresa Carreño caraqueña.
Con todo, esta vez despegamos hacia el destino con Moderato y el Allegro me permitió desabrochar el cinturón para contemplar por las ventanas un paisaje donde la luz no sabría distinguir si era alba u ocaso. El Allegretto nos propuso la lectura críptica de los conocidos motivos DSCH y de Elmira con la ansiedad que produce la repetición, como volando en círculo pidiendo pista, lo que se consiguió en el Andante-Allegro que sí consiguió un aterrizaje cual perfecto punto final del periplo ruso, penúltima escala de la temporada. Seguramente con el comandante González teniendo este jet para el mismo trayecto hubiese disfrutado aún más del vuelo, pues la maquinaria estuvo pletórica y volvió a demostrar lo importante que es conducir y dejar fluir la música.
El próximo viernes despediremos en el Audiopuerto carbayón a Max con destino Puerto Rico...
Preveíamos un vuelo placentero con rusos en el itinerario y parte de la tripulación, si bien faltaban algunos oficiales en la escuadrilla de cuerda, pero con refuerzos suficientes para un trayecto conocido y agradecido en una nave perfectamente revisada y lista para rendir.
Tras el embarque a las 19:00 horas donde se nos sirvió un aperitivo a unos pocos pasajeros sobre "Shostakovich VS Stalin" a cargo del crítico, violinista y musicólogo Alejandro González Villalibre quien nos desmenuzó la segunda parte del vuelo, subimos en la nave de OSPAir y nos abrochamos los cinturones para despegar a la hora prevista hacia Tchaikovsky con el Concierto para piano nº 1 en Sib m., Op. 23, donde el muy condecorado sobrecargo Mikhail Rudy tiene muchísimas horas de vuelo en este conocido trayecto (incluso hecho recientemente y que repetirá) al igual que el comandante Valdés.
Reconocido en sus inicios, con todo lo que ello conlleva, como un recuerdo del gran Horowitz joven, parecía que tendríamos asegurada maestría, pero no resultó un buen despegue (Allegro non troppo e molto maestoso) pese a elegir una velocidad tranquila para disfrutar del paisaje. Enseguida percibí la falta de entendimiento entre piloto y copiloto, lo que se tradujo en ligeras fluctuaciones y falta de precisión. Alcanzado el Andantino semplice pareció ponerse "el automático" sin contar con las turbulencias que trajeron más nubes de las previstas a una altura donde no debería haberlas, incluso piezas sueltas del engranaje estuvieron vacilantes y fuera de sitio.Ni siquiera cuando el sobrecargo estaba solo tuve sensación de tranquilidad. Y no digamos nada del aterrizaje (Allegro con fuoco) donde sin necesitar extintores temía lo peor, pues además de errores imperdonables con tantos años realizando el mismo itinerario se unió la falta de autoridad para enderezar el avión pese a la no excesiva velocidad, desconozco si iba uno detrás del otro o vicecersa cuando con una simple mirada entre ellos y pilotaje manual se hubiesen subsanado los baches del viaje y un discurrir paralelo sin sobresaltos.
El pasaje, como en los vuelos transoceánicos, aunque esta vez sin movernos de Rusia, aplaudió.
Menos mal que para demostrar la capacidad y buen gusto para el transbordo nos subimos en su conocidísima y bien pilotada avioneta Chopin Nocturno Op. 27 nº 2 con la que al menos disfrutamos del in itinere.
Relajado tras fumar un cigarrillo comenzábamos la parte dura del viaje ruso con destino Shostakovich en su Sinfonía nº 10 en mi menor, Op. 93. Con pleno mando sobre una maquinaria perfectamente engrasada (difícil destacar las intervenciones de cada uno de los primeros atriles, todos ellos excelentes) y con ganas de compensar el anterior trayecto mal compartido, el comandante dejó brotar todo el poderío de la nave y la ruta prevista. Es cierto que su modo de pilotar no es agradecido y su interpretación de esta ruta, que pasa por Leningrado sin excesos de tempi, dista mucho de las de grandes pilotos, incluyendo a mi admirado Dudamel con la vitalidad contagiosa no ya de la Simón Bolívar sino incluso de la impresionante Teresa Carreño caraqueña.
Con todo, esta vez despegamos hacia el destino con Moderato y el Allegro me permitió desabrochar el cinturón para contemplar por las ventanas un paisaje donde la luz no sabría distinguir si era alba u ocaso. El Allegretto nos propuso la lectura críptica de los conocidos motivos DSCH y de Elmira con la ansiedad que produce la repetición, como volando en círculo pidiendo pista, lo que se consiguió en el Andante-Allegro que sí consiguió un aterrizaje cual perfecto punto final del periplo ruso, penúltima escala de la temporada. Seguramente con el comandante González teniendo este jet para el mismo trayecto hubiese disfrutado aún más del vuelo, pues la maquinaria estuvo pletórica y volvió a demostrar lo importante que es conducir y dejar fluir la música.
El próximo viernes despediremos en el Audiopuerto carbayón a Max con destino Puerto Rico...
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