El piano de Sonia Coral Suero Mangas en Mieres
Lástima que no se dé la publicidad suficiente a estos conciertos que resultan el abc de la música. Una joven concertista a la que conozco en su faceta de acompañante del Coro Infantil de la Fundación Príncipe de Asturias que dirige mi querida Natalia Ruisánchez, y alumna entre otros, de ese maestro de tantos talentos asturianos que es Paco Pantín, pianista carbayona que está labrándose una carrera tanto docente como concertísticas, con todo lo que ello supone, comenzando por el repertorio elegido para este concierto en Mieres.
Evidentemente no es lo mismo tocar –algo ya difícil por la elección de las obras- que interpretar -lo que ya es el salto a la calidad-, pero realmente el repertorio de hoy, casi una hora de música y tocada de memoria, ante un auditorio “nada agradecido” son un rodaje más duro de lo que se merece esta joven pianista. Puedo decir que su concierto fue de menos a más, que el orden cronológico del programa, con ser muy didáctico no siempre es el perfecto para la ejecución pianística, y que a diferencia de mis años de estudiante, se trabaja mucho más el repertorio impresionista que el barroco o el romántico, lo que se aprecia enseguida, y que conseguir sacar todo lo que una partitura de “El kantor de Leipzig” o de “El sordo de Bonn” esconden no es solo cuestión de años de estudio.
De Albéniz o Debussy tendríamos para escribir muchas páginas sobre el “poso” que de nuevo, y como los vinos, solamente dan los años, y aún así, Sonia Suero a salido más que airosa de esta velada, similar a la reciente de León.
Comenzar con el Preludio y Fuga en Mi menor BWV 855 de Bach ya es todo un reto, y continuar con la Sonata Op. 31 nº 3 en MI b M de Beethoven otro mayor, con un incómodo Allegro que no fue de lo mejor interpretativa ni técnicamente hablando, para “tropezar” mucho menos en el Scherzo e ir tranquilizándose, y nunca mejor dicho, en el Menuet (lo mejor de la sonata) y reafirmarse con el Presto con fuoco más de lo segundo que del primero (tempo).
Realmente salió a relucir la excelencia juvenil que siempre suele decantarse por lo romántico, con el Nocturno en RE b M, Op. 27 nº 2 de Chopin, pleno de sonoridades, realmente sentido y fiel reflejo de una “escuela pianística” muy especial (de la que álguien debería dejar constancia) que comienza a reflejarse en la interpretación de las obras que continuaron a partir de esta. Así El puerto de la “Iberia” de Albéniz aún tendrá que esperar años hasta conseguir no solo tocarla (que ya puede, evidentemente) sino interpretarse con todo lo que esta joya de la música para piano esconde, y que no fue aplaudido más por ignorancia que por merecimiento, pues atreverse a los 26 años con este repertorio es un reto juvenil digno de agradecer por cualquier público.
Justo lo contrario que la Suite Bergamasque de Debussy que supuso lo mejor del concierto en todos los sentidos, y que es reconocida en cada uno de sus cuatro números, aplaudidos como independientes, siendo reseñables en cuanto a interpretación los dos últimos: el famosísimo Clair de Lune y el Passepied final. Todo ese ambiente “impresionista” supo Sonia Coral extraerlo del teclado con una madurez de la que, probablemente por sus ocupaciones, careció para mi gusto en el resto del programa previo.
Como conocedora y consciente de sus propias capacidades y gustos, lo que tampoco es habitual en muchos concertistas, Debussy fue también el regalo del Minstrels, el nº 12 del primer cuaderno de los “Preludios” (por cierto, obra obligada de mi entonces 8º de piano) que fue el excelente broche para una velada que mereció mucha más aceptación.
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